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14/03/2006 | Rusia en la política global

Serguei Lavrov

En el punto de partida del análisis ruso de la situación internacional debemos constatar que en los últimos años los sucesos se han desarrollado en el cauce de nuestras ideas: hacia la multipolaridad democrática.

 

Es difícil entender las relaciones internacionales actuales si no tenemos en cuenta que se encuentran en un estado de transición, lo que descarta la prolongación de cualquier status quo (a excepción de los principios básicos del Derecho Internacional). Sin embargo, da la impresión de que algunos de nuestros socios quisieran garantizar su supremacía en cualquier nuevo orden mundial. Estoy convencido de que tal enfoque es antihistórico, que es una mera utopía, y que se basa en uno de los mitos surgidos después del fin de la guerra fría, el mito de los «vencedores y vencidos». El complejo de «vencedores» no sólo es un problema psicológico. Se manifiesta cada vez más en los asuntos prácticos de la política mundial, cuando los métodos ofrecidos para la solución de los problemas no se apoyan en el análisis objetivo de la situación ni en los principios generales del Derecho Internacional, sino en la «conveniencia política».

Rusia, por su propia historia, recuerda perfectamente la obsesión por la pertinaz idea de cambiar el mundo, y no puede poner su firma al pie de proyectos análogos que hoy se promueven, llámeseles promoción de la democracia por el mundo entero o «diplomacia transformadora». Cada vez hay más países que buscan sus vías de integración en el espacio democrático, pero sería irresponsable forzar este proceso. Optamos por la adaptación de nuestras aspiraciones a una globalización que de por sí genera demasiados problemas como para crear artificialmente otros nuevos. Aquí radica una de las diferencias cardinales entre la filosofía de la política exterior de Moscú y los criterios de algunas capitales occidentales.Es evidente que los principales sucesos tienen lugar en Oriente Próximo. Y aquí la solución no está en el aislamiento, sino en la capacidad de atraer a Estados y fuerzas políticas. La opción es clara: o la permanente escalada con el subsiguiente «conflicto de civilizaciones» o un compromiso que exija de todos la renuncia a prejuicios caducos y de visiones unilaterales del mundo. Rusia, en virtud de su historia, geografía y cultura, por el carácter multiétnico y multiconfesional de su sociedad, no puede abrazar la causa de un conflicto mundial de civilizaciones que se desata a menudo por manifestaciones extremistas, provocaciones o infracciones del Derecho Humanitario Internacional. Rusia tampoco pretende ocupar la posición de un observador ajeno. El único enfoque admisible para nosotros es una estrategia encaminada a mantener la estabilidad internacional y a reducir la tensión, que permita encontrar fórmulas aceptables por todos para una solución negociada. Rusia está dispuesta a servir de puente: nuestro país ha sido un puente de culturas y civilizaciones a lo largo de toda su existencia.

Podemos ser parte de los esfuerzos por alcanzar un compromiso que siempre requiere tiempo y paciencia, pero no podemos aceptar un «diktat» ni un ultimátum que nos ponga en un callejón sin salida. Nuestras propuestas de internacionalización de la prestación de servicios relacionados con el combustible nuclear, las iniciativas para buscar soluciones al programa nuclear de Irán, nuestros contactos con Hamás dirigidos a que esta organización acepte las condiciones del Cuarteto internacional van por ese camino. Rusia no puede jugar el papel de un Estado en la «línea del frente», y no lo hará en una nueva guerra fría, esta vez entre civilizaciones. Tampoco es probable que lo haga Europa, donde aún no han comprendido que ya han pasado a ser parte del mundo islámico.

Rusia no puede estar al lado de quienes son partidarios de un punto de vista limitado, ajeno a la búsqueda creativa del compromiso como producto del arte de lo posible. Terminada la guerra fría, el dogmatismo y los enfoques ideologizados de la vida internacional perdieron su atractivo. La historia confirma que la demencia puede ser colectiva. Por ejemplo, a comienzos del siglo XX Rusia se dejó atraer por una lógica de confrontación en la política europea, que desembocó en la tragedia de la Primera Guerra Mundial y que fue una catástrofe nacional para Rusia. La experiencia del siglo pasado demuestra que el deber sagrado de todo Estado es pensar por sí mismo y no entregar su destino al desarrollo incontrolado de los acontecimientos.

La seguridad energética es la prioridad de la presidencia rusa del G-8. Se trata de un liderazgo internacional responsable. Los imperativos de la política energética global imponen la necesidad de enfocar los problemas de Oriente Próximo con moderación, teniendo en cuenta su modernización socio-económica y política. Hay que optar entre la estabilidad energética mundial y la política de «desestabilización controlada» y «transformación». No todos quieren ver que los precios de mercado para el gas en el marco de la CEI (países de la antigua URSS) pone fin a la «antigua» Comunidad «nostálgica» y sirve de comienzo de una política realista y mutuamente ventajosa, en la que todos los Estados de la antigua URSS sean considerados de verdad soberanos. Invitamos a nuestros socios a compartir ese criterio. Admito que no quieran ver esa nueva realidad quienes querían «contener» el ingreso de Rusia en la política mundial involucrándola en una confrontación en el espacio de la CEI. Creemos que la reacción del mercado, incluida su reacción a la liberalización de las acciones de Gazprom, muestra el voto de confianza a nuestra actuación por parte del mundo de los negocios que parece estar cansado de la politización de las cuestiones energéticas.

Hace 15 años Rusia halló la libertad y el derecho a ver el mundo con amplitud de miras. Sería ingenuo esperar que vayamos a aceptar el papel del socio subalterno. Estamos dispuestos, es más, queremos jugar en un equipo abierto y con debates argumentados. Pero, allí donde escasea el liderazgo perspicaz, Rusia no rehusará la responsabilidad, y ofrecerá su propio análisis y visión de las soluciones posibles en el marco de una diplomacia multilateral.

(*) Ministro de Asuntos Exteriores de Rusia

ABC (España)

 


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