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04/02/2013 | Mensaje de Alemania

Enric Juliana

Rescate de Chipre, Italia en elecciones, Gran Bretaña, Francia y los líos de España (Berlín frunce el ceño)

 

El señor Weidmann dibuja la línea. El señor Barthle la interpreta y la modula en la comisión presupuestaria del Bundestag. El señor Kampeter ayuda al ministro de Finanzas, señor Schäuble, en su compleja ejecución. El señor Wansleben la aplaude desde la poderosa Asociación de Cámaras de Comercio e Industria. El señor Seibert, portavoz gubernamental, le da rostro telegénico. Y la canciller Merkel la dirige políticamente -esto es, con contradicción y sentido del tiempo-, la personifica, la sintetiza y la propulsa en el mundo. Alemania ha sustituido el káiser por la ingeniería industrial del consenso. Alemania, primera potencia exportadora del planeta, impera en Europa sin estructuras explícitamente imperiales.

El señor Jens Weidmann es el presidente del Deutsche Bundesbank. Si nos dejáramos llevar por los gustos literarios del momento, donde todo son tramas y poderes en la sombra, casi podríamos afirmar que es el verdadero jefe del Directorio Europeo. Alto, sin exagerar, delgado, rubio, rostro afilado, irónico, mordaz, atento, ario, monacal y con la suficiente seguridad en si mismo como para atemperar, al menos en las formas, el gesto despótico de quienes se saben muy poderosos en las habitaciones interiores del poder. Rotulador de tinta verde, puesto que en la Administración alemana todos los jefes de primer nivel escriben con ese color. La tinta del poeta Pablo Neruda. Los jefes de segundo nivel firman con tinta roja. Negra los del tercer piso. Y azul los auxiliares. Orden y jerarquía. Weidmann pasa por ser el halcón de la doctrina de la austeridad. No todas sus consignas se cumplen y en ocasiones incluso parece el jefe de la oposición a las políticas más o menos concertadas por la canciller Merkel y Mario Draghi, el hábil presidente italiano del Banco Central Europeo. Sin halcones, las palomas no tendrían prestigio. Quien tensa la cuerda (sin romperla), marca la pauta.

La tensión interna del sistema Europa se regula desde el rectilíneo castillo del Bundesbank en las afueras de Frankfurt. Palacio racionalista con menos lujo que en las sedes centrales de los grandes bancos españoles. Contención alemana y una espléndida vista desde la sala de reuniones de la séptima planta. Al fondo, los rascacielos de Frankfurt, tan temidos por la City y por los democratistas ingleses que, con mucha astucia, se disponen a poner a prueba el continente con una racha de referéndums.

El señor Weidmann -junto con otras personalidades alemanas- ha hablado esta semana con un grupo de periodistas españoles y no tiene inconveniente en que se publicite el sentido de sus palabras. El presidente del Bundesbank cree que España ha comenzado a tomar el camino de salida de la crisis y que no va a ser necesario que pida ayuda al mecanismo financiero europeo de "rescate". Pero que nadie levante las campanas al vuelo. Toda señal positiva está sujeta al albur de los acontecimientos internacionales. Estados Unidos parece alejarse de la alarma fiscal, pero surgen nuevos riesgos. Preocupa la deliberada devaluación del yen japonés, que podría abrir una peligrosa guerra mundial de divisas. Que nadie cante victoria antes de tiempo. La crisis será larga. Diez años. Europa tardará al menos una década en restaurar su carta de navegación en un mundo ultracompetitivo que no perdona. Europa ha de ser competitiva y quien no entienda este principio no comprende nada de lo que está ocurriendo. Alemania es europeísta en la medida que es competitiva. Por lo tanto, no hay contradicción entre austeridad y crecimiento. Sin la austeridad de hoy, mañana no habrá crecimiento. Los problemas no deben esconderse. No hay que autoengañarse, y, menos aún, engañar a la gente. Un crecimiento del 2% de los salarios en Alemania no resolvería ningún problema en la Europa del Sur y dañaría la competitividad alemana, en beneficio de los orientales. Lo importante es la estabilidad. El consumo depende de que haya expectativas estables. Esa es la niebla que debe disolver España, cuyo principal problema es el paro juvenil. Alemania -con un irrisorio 2% de desempleo juvenil- está dispuesta a ayudar. Alemania no va a cambiar de línea, pero entiende que la falta de horizontes de los jóvenes españoles debe ser considerado una urgencia europea. Pensamiento Weidmann, con los rascacielos de Frankfurt al fondo.

En Berlín, con matices y ondulaciones, la esfera gobernante alemana comparte la mirada de Frankfurt. Preocupaciones inmediatas: el rescate de Chipre (el enojoso descontrol de los bancos griegos que operan en la isla con cuantiosos fondos rusos) y su obligado paso por el Bundestag; las inminentes elecciones italianas y el rampante populismo antialemán de Berlusconi; las debilidades económicas de Francia, que acaba de izar una orgullosa bandera en el Sahel, y, evidentemente, Gran Bretaña. Más problemas, no, por favor. Alemania quiere estabilidad.

No está de más saberlo para orientarnos mejor en el largo, confuso e irritante invierno español que nos espera.

La Vanguardia (España)

 


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