El intento de culminar de una vez por todas el proceso de paz del Ulster ha recibido un puñetazo en el hígado con el asesinato del infiltrado en el IRA Denis Donaldson. Tenía enemigos a diestro y siniestro, pero su muerte se ha producido en vísperas de que Londres y Dublín restablecieran la Asamblea autónoma.

Por mucho que sea el anhelo de paz en una comunidad martirizada por la violencia como es el caso del Ulster, casi igual de fuerte es el ansia de ajustar cuentas pendientes y la resistencia del sector dominante a olvidar el pasado y compartir las prebendas del poder. El último escalón es siempre el más empinado, y hasta ahora los gobiernos de Londres y Dublín se han visto impotentes a la hora de consolidar un parlamento y un ejecutivo en el que católicos y protestantes se respeten como iguales.

El asesinato (y aparente tortura) en una remota granja del condado de Donegal de Denis Donaldson -pieza importante en el comando del IRA que resultó ser durante más de veinte años un topo de los servicios de inteligencia británicos- es como un montón de clavos arrojados en el camino del nuevo intento de restablecer las instituciones autónomas, para lo cual el primer ministro británico, Tony Blair, y el taoiseach, Bertie Ahern tienen previsto desplazarse hoy a Belfast. La idea consiste en recomponer primero la Asamblea legislativa pero sin un ejecutivo, y a partir de ahí fomentar la confianza y procurar la formación de un gobierno que no caiga con el primer soplo de viento.

Es curioso que Donaldson fuese un factor clave en la suspensión de las instituciones autónomas en octubre del 2002, y que lo sea ahora en el intento a la desesperada de impedir que se restablezcan. Hace tres años fue acusado de dirigir una red de espionaje del IRA en el Parlamento de Stormont (luego se supo que trabajaba para ambos bandos y cobraba de la Rama Especial de Inteligencia de la Policía del Ulster), y ahora su muerte ha sembrado otra vez de dudas todo el proceso.

El IRA y su brazo político, Sinn Fein, como era previsible, han negado cualquier responsabilidad en el asesinato; Londres y Dublín han asegurado que los planes para normalizar la autonomía del Ulster no van a descarrilar tan fácilmente, y los protestantes del reverendo Ian Paisley -grupo mayoritario que nombraría al primer ministro de Stormont- han resucitado las dudas sobre si los republicanos de verdad han renunciado a la violencia. Su deseo es retrasar al máximo la hora de compartir el poder con el enemigo histórico, y se van a agarrar al asesinato de Donaldson como a un clavo ardiendo.

Si el miembro de una organización terrorista tiene enemigos, no digamos un topo casado a la vez con el IRA y los servicios de inteligencia del ejército británico, y que acabó divorciado de ambos. Puede haberlo matado cualquiera interesado en enterrar para siempre sus secretos, un disidente republicano opuesto al proceso de paz o una víctima protestante. En Belfast es un secreto a voces la colusión entre un sector de la policía y del ejército que se resiste al cambio y elementos duros lealistas a quienes no duelen prendas a la hora de tomarse la justicia por su mano. La cuestión es a quién interesaba su muerte justamente ahora, en vísperas de un nuevo intento de concluir el proceso de paz.

Donaldson había rechazado la oferta de una vida fuera con nueva identidad. Vivía en una casucha, alejado del mundo hasta que un periodista del Sunday World lo localizó el día de San José. Fue el primer clavo en el sepulcro de un topo que jugó demasiado a la ruleta rusa.