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27/07/2011 | Las armas del fanatismo

Valentí Puig

Nada sería más macabro y obsceno que el espectáculo de la derecha y la izquierda europea atribuyéndose recíprocamente las víctimas de la atrocidad de Oslo. En la historia de Europa a menudo han cundido a derecha e izquierda no pocas patologías irracionalistas, con sus correspondientes monstruos.

 

Lo cierto es que los mecanismos de seguridad de Noruega y de casi todo el mundo estaban atentos a un ataque terroristas de Al Qaeda y no a un psicópata peligrosísimo de una extrema derecha tan radical como minoritaria. Del mismo modo, en el momento aciago del atentado de Atocha la primera sospecha recayó para todos en el terrorismo de ETA y no en el terrorismo islamista. Hasta ahora ninguna sociedad abierta estuvo preparada para todos los peligros a la vez. Al margen de los errores que se puedan haber cometido en Noruega, en cuestión de seguridad, los gobiernos tienen que definir sus prioridades. Para eso gobiernan. Para eso la seguridad es, por definición, garantía de libertad. Después del 11-S se comenzó a hablar de la "tentación securitaria", pero no era un tema nuevo en la agenda de las sociedades avanzadas. La inseguridad retrae, atemoriza, contribuye se quiera o no a la precarización del equilibrio de la libertad, de suyo tan frágil. Al mismo tiempo, en la tradición del imperio de la ley y del Estado de derecho hay modos para que el contraterrorismo tenga sus cauces regulares. El primer deber de un estado es proteger a los ciudadanos.

En el seguimiento de casi toda ideología puede haber locos, pero no todas las ideologías inducen al mismo grado de fanatismo. En cuanto a demencia fanática, los extremos siempre acaban por tocarse. El noruego Breivik, ultranacionalista, mentalmente adiestrado en la podredumbre lunática del radicalismo xenófobo e islamófobo, se siente inspirado por Unabomber, es decir, el matemático norteamericano Kaczynski, un anarquista, que en los años ochenta envió 16 bombas de fabricación propia contra objetivos de concentración humana tales como universidades. En total, mató a 3 personas, con 20 heridos o mutilados. El objetivo era acabar con el mundo tecnológico.

Como estudiante de lógica, en Harvard había tenido una nota final de 98,9 sobre 100. Según las informaciones, hay manifiestas correspondencias entre el manifiesto de Breivik –de 1.500 páginas– y el de Unabomber, "La sociedad industrial y su futuro". Unabomber fue condenado a cadena perpetua, sin posible libertad condicional. Las víctimas del noruego Breivik son 76. En Noruega la pena máxima de de 21 años. El fanatismo de Breivik es a la vez hijo de la psicopatía y del fraude considerado como verdad histórica. Es un error propagar la inexactitud de una cierta flaqueza de Noruega. Ese es un pueblo que dignamente supo darle la espalda al invasor nazi.

La Vanguardia (España)

 


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