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Dossier Joseph Ratzinger  
 
25/04/2005 | Diálogo y temor

José T. Raga

"Nuestro Benedicto XVI es un verdadero dialogante, y lo es, porque desde la fe que profesa, es un férreo comprometido por el bien del hombre, de todo hombre"

 

No hay que confundir, y mucho menos mezclar, capacidad de diálogo con temor al diálogo. El segundo, con un ropaje que puede ser equívoco a los ojos de muchos, se da cuando desaparece el primero o cuando éste nunca existió. El diálogo sólo es posible desde la riqueza de conceptos, desde la fertilidad de ideas y, es tanto más fructífero cuanto más firmes son los criterios de quienes dialogan. Buscar encuentros, a pretensión de frutos de un diálogo entre quienes nada tienen que decirse o nada pueden pretender, es una forma de sublimar la esterilidad, abundando en la confusión, desperdiciando el tiempo y ultrajando el buen sentir y la esperanza de una sociedad ávida de cauces y de orientación.   En contra de la deliberadamente distorsionada imagen que algunos, medios y personas, están tratando de mostrar del Santo Padre Benedicto XVI, como el símbolo de la intolerancia, me permito este apunte, desde mi pequeñez, y no tanto por interés de convencer a quienes jamás pretenderán convencerse, sino como deber de conciencia de poner al descubierto lo que mi reflexión me sugiere.   Pienso que es el último libro de los publicados en España, del entonces Cardenal Joseph Ratzinger, el que lleva el expresivo título de “Fe, verdad y tolerancia” y cuyo contenido es ya suficientemente elocuente de los postulados necesarios para el diálogo y para la tolerancia, sin cuyos ingredientes, el diálogo se convierte en pleitesía o en intransigencia; jamás en acercamiento desde la convicción y el intercambio mutuo de unas riquezas que, quizá, partieron de orígenes bien remotos.   Se dirá que es fácil hablar y dar consejos y, para quien tiene el don de la palabra dicha y escrita, también escribir bellos libros capaces de apelar al corazón de los hombres. Pero, para estos desdichados que así piensan, ante Benedicto XVI tenemos que reconocer que sus libros son fruto de un amalgama perfecto entre vivencia profunda de la fe en Cristo y en su Iglesia, y ejercicio coherente de aquel principio de vida en las múltiples manifestaciones de ésta.   Le hemos visto en situaciones bien distintas a la vez que bien complejas, en esa constante afirmación del fundamento de nuestro Credo. Y es, precisamente por esa solidez, por la que no vacila en dialogar con los teólogos de la liberación, en un equilibrio imposible entre fundamentación y error, entre firmeza arraigada en los principios sobre los que se dialoga y el titubeante ir y venir de quien siente la debilidad a la hora de la prueba.   Le hemos visto con seguridad envidiable ante posiciones, idolatradas por algunos, como las de Hans Kühn, poniendo siempre el énfasis en aquel punto, en aquella carencia, en aquella errónea interpretación en la que se origina la desviación y el caos. No es que el Cardenal Ratzinger ocultase o marginase a Kühn, sino que la marginación y el prudente silencio partía de éste último en ese reconocimiento de debilidad ante la fuerza de la verdad.   Le hemos visto ahondar en el pensamiento relativista de Habermas, poniendo de manifiesto el resultado constructivo de un modelo de sociedad basada en aquel relativismo. Le hemos visto, en fin, con el corazón desgarrado, adentrándose sin regatear esfuerzo, y desde la máxima caridad y comprensión, en sus polémicas con el Cardenal Lehmann, en un intento de abonar y hacer fructificar el respeto a la vida humana y a su dignidad, desde su concepción y hasta el momento en que el Señor decida la llamada a su Casa.   Ninguno de los protagonistas de estas cuatro pinceladas podrá decir, honestamente, que S.S. Benedicto XVI, ayer Cardenal Ratzinger se mostrase intransigente o intolerante, ni personalmente con ellos ni, a priori, con sus posiciones doctrinales. Al contrario, con la afabilidad que le caracteriza, con la posición, como nos decía en sus primeras palabras como nuevo Pontífice de la Iglesia, de un humilde trabajador de la viña del Señor, ha intentado siempre aportar luz a quien la necesita, abrir la mente ofuscada, sustituir la soberbia por la inocencia y la sencillez.   Nuestro Benedicto XVI es un verdadero dialogante, y lo es, porque desde la fe que profesa, es un férreo comprometido por el bien del hombre, de todo hombre. El regalo que el Señor nos ha hecho a los católicos y a toda la humanidad, enviándonoslo para guiar a la grey que aspira al bien y a vivir en la Verdad, es signo del amor de Dios a los hombres que se repite, una y otra vez, en el cuidado por mostrar el camino de la Luz frente al de las tinieblas.   Alegría y gozo incontenibles, es lo que sentimos, a la vez que súplicas para los frutos de su labor apostólica.

Libertad Digital (España)

 


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