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14/06/2010 | La Iglesia católica en China

Jean Meyer

Mientras Roma se debate en la crisis provocada por el destape del escándalo clerical sexual, la Iglesia de China mira hacia el futuro con esperanza. El día de Pentecostés de 2007, Benedicto XVI mandó una carta a los católicos chinos, documento pastoral que tuvo gran importancia para la evolución interna de la Iglesia y sus relaciones con el gobierno. El Papa afirma que China con su patrimonio cultural y espiritual es un actor esencial.

 

Para ciertos sectores de la Iglesia y para el gobierno chino, escribe: “La solución de los problemas existentes no puede encontrarse a través de un conflicto permanente con las autoridades civiles legítimas (…) Dichas autoridades son conscientes de que la Iglesia, en su enseñanza, invita a los fieles a ser buenos ciudadanos, colaboradores respetuosos y activos a favor del bien común de su país (algo que le hubiera encantado a Rousseau, añade Jean Meyer). Pero es igualmente claro que ella pide al Estado garantizar a estos mismos ciudadanos católicos el pleno ejercicio de su fe, en el respeto de una auténtica libertad religiosa”.

Pero precisa: “Al mismo tiempo, una complacencia hacia las autoridades no es aceptable cuando aquéllas interfieren de manera indebida en asuntos de fe y disciplina interna de la Iglesia”. O sea, es posible ser un buen católico y un buen ciudadano, respetuoso del poder, pero no hay que renunciar a la libertad religiosa, lo que para los católicos implica mantener la unión con Roma: este último punto siempre molestó a los Estados, tanto a los monarcas católicos como a los gobernantes anticlericales, desde Luis XIV y Carlos III, hasta Plutarco Elías Calles y Hitler.

La comunidad católica china está dividida (como el México católico de los años 1920-1930) entre fieles radicales y los que buscan unos acomodamientos, unos “arreglos” con el poder; entre una Iglesia clandestina y una Iglesia oficial, la única aceptada por Beijing. Por lo tanto, en el seno de la Iglesia china, les ha dolido la carta del Papa a los enemigos de todo compromiso con el gobierno, pero, al mismo tiempo ha sido recibida con alivio y hasta con alegría. En cuanto al gobierno, ha sido muy prudente pero las consecuencias concretas del documento, redactado por Benedicto XVI, han sido alentadoras. Inmediatamente cinco obispos han sido consagrados, con la doble aprobación de Beijing y de Roma, lo que es una gran novedad. Anteriormente, el gobierno no reconocía los obispos consagrados por Roma y que por lo mismo iban a engrosar las filas de la Iglesia clandestina y de los encarcelados; Roma no reconocía los obispos “oficiales”. El resultado era que 45 diócesis no tenían obispos a principio de 2007.

Después de la publicación de la carta, por la primera vez, una importante delegación vaticana visitó al gobierno chino y el resultado fue un compromiso tácito para las ordenaciones episcopales. Eso otra vez me recuerda la historia de México: cuando el presidente Cárdenas fue consultado de manera no oficial para poner fin al conflicto religioso y aceptó a Luis María Martínez como arzobispo de México y encargado de negocios de la Delegación Apostólica. Sin que eso implicara reforma de la Constitución, ni tampoco establecimiento de relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede. Para los católicos más radicales, eso fue vivido como una traición, y para la inmensa mayoría, primero fue el alivio, luego la alegría, cuando se pudo gozar de una libertad religiosa total.

El gobierno chino, oficialmente, sigue escogiendo los obispos, cuando, en realidad, presenta extraoficialmente a Roma, y también a las autoridades diocesanas, una selección de candidatos potenciales. Exactamente lo que se hizo en México en 1937. Luego el nuevo obispo afirma, discretamente, su unión con Roma, por ejemplo, el nuevo obispo de Beijing declaró después de la ceremonia, en la sacristía: “Le doy las gracias al Papa”.

Desde 2007, se han multiplicado los encuentros directos entre representantes de Roma y de Beijing, la mayoría de las veces en terreno neutral, como cuando el ministro chino encargado de los Asuntos Religiosos habló, en la universidad de Georgetown, con el nuncio en EEUU.

¡Cuidado! Hay que caminar sobre huevos, porque cualquier falsa maniobra echaría todo a perder; eso vale para ambas partes y hay que recordarles a los puros que vale más un mal arreglo que un buen pleito. El buen pleito lo han sufrido los cristianos en China durante demasiado tiempo.

jean.meyer@cide.edu

El Universal (Mexico)

 


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