Gran parte de lo que ideológicamente fue Tercer Mundo hoy lo constituyen los países emergentes como India o Brasil. Después de las mortíferas hambrunas del stalinismo y de Mao, el comunismo —generador de tanta hambre como injusticia— solo incide brutalmente en Cuba o Corea del norte. Incide con carestías inmensas que contrastan con la adaptación al capitalismo de regímenes en transición como Vietnam, por no hablar de China.

Según la FAO, este año el número de habitantes del planeta que padecen hambre se reducirá en un 9,6 por ciento. Serán 925 millones, un descenso notable en los últimos quince años. En los años setenta, las predicciones apocalípticas del Club de Roma describían un futuro insostenible, con una población creciendo a un ritmo abrumadoramente superior al de los recursos. Entre tantos malos augurios, el petróleo tenía que agotarse nada menos que en 1992. Posteriormente, el ecologismo fundamentalista ha reactivado temores de esta naturaleza, con una desconfianza desmesurada hacia la tecnología que —por ejemplo— ha convertido al río Támesis, el vertedero paradigmático de la revolución industrial, en recodos apacibles donde se pesca la trucha.

Recientemente, incluso aparece el disenso respecto al acervo estadístico en que se basaban los cálculos más pesimistas sobre el cambio climático y que habían pasado a ser doctrina oficial de la ONU. En su rotunda evidencia, el hambre seguirá siendo un mal de la humanidad por largo tiempo, pero por ahora la solución gradual está en la globalización y en los laboratorios, en el libre comercio o en la mutación del transporte por contenedor, al contrario de cómo suponía un ecologismo anti-maquinista, partidario de economías autárquicas del todo improductivas y adverso a la competitividad que es lo que ha puesto a los países emergentes en el mapa de la economía mundial.

Primero la revolución verde —años setenta— y ahora la biotecnología han aliviado espectacularmente las carencias de la alimentación humana. Hoy, en 2010, hay menos hambre en el mundo. El nombre de Norman Borlaug ha pasado desapercibido muchos años, aunque tuviera el premio Nobel en 1970. Hace meses, unas pocas necrológicas permitieron rendir homenaje póstumo al hombre de la revolución verde, apoyada por la Fundación Rockefeller. Millones de seres humanos dejaron de padecer hambre gracias a las prácticas agrícolas inventadas por Burloag. Casi siempre vamos a parar a la misma conclusión: el capitalismo es el mejor sistema para incentivar la asombrosa capacidad inventiva del hombre. Eso mismo va a ocurrir cualquier día con las nuevas fuentes de energía que la humanidad anda buscando.