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El Universal (Mexico)

 

10/06/2007 | De la cruzada medieval de la Mara Salvatrucha

Carlos Monsiváis

Lo que se sabe con rigor de la Mara Salvatrucha , no es la distribución de sus clicas (células, de clique o de click , quién podrá averiguar el origen de las palabras que surgen ante las realidades innombradas), ni el que a sí mismos se llamen cipotes (chavos, jóvenes), ni su geografía del arrasamiento, ni su convivencia con los cárteles de la droga (del Golfo, de Ciudad Juárez, de San Marcos en Guatemala, con todo y las narcorrutas que ya reclaman un certógrafo como Américo Vespuccio), ni sus ritos de iniciación, ni sus ejercicios de exterminio, ni las oleadas de pavor de los migrantes al verlos, ni su dominio feudal de los furgones del ferrocarril en la zona maya, ni las historias de terror y mutilación a su paso; de todo esto se conocen las crónicas y los reportajes donde el escándalo cubre realidades bastante más despiadadas, o por notas televisivas infrecuentes; de los maras lo que en verdad más se sabe o conoce, la esencia de su registro en la sociedad, es su aspecto. Como los ven los adivinan, como lo adivinan le tienen miedo.

 

¿Cómo se identifica un mara salvatrucha? Por la mirada fiera, una mirada que es de suponerse se entrena todo el tiempo en la tarea de sembrar pavura (su posesión más apreciada es la inmovilidad que provocan), y por el lenguaje corporal que anuncia bravata y destrucción, y por los tatuajes, el cuerpo sembrado de visiones y números, representaciones de la piedad (vírgenes) o del mal (serpientes sobre todo, figuras humanoides con cuernos), o de corazones atravesados con flechas (el más común), o de iniciales, o de jeringas hipodérmicas o de los haberes necrológicos (algunos tatuajes son a modo de muescas en el revólver, señales de los homicidios a cuenta del portador), o del número 13 (la M del alfabeto junto a la S de banda feudal), o de garras afiladas o... ¿Quién cataloga? En materia de tatuajes el infinito es un cálculo prudente.

Y además de la mirada, del lenguaje corporal y los tatuajes, el mara ostenta el resultado de las demasiadas cervezas y los interminables rones y tequilas, las demasiadas noches en blanco, las demasiadas inmersiones en el crack o el cemento o el pegamento, la demasiada música vivida como la sublevación de la especie, las demasiadas cicatrices (matan y se matan entre ellos, los signos de las heridas son las medallas de la sobrevivencia), la demasiada seguridad en las armas, esa prolongación vitalísima de las manos, ese certificado de impunidad relativa.

¿Cuándo surgen los maras? ¿Por qué se llaman así? Las versiones se contraponen y convocan el Concilio de las Leyendas del Origen: maras viene de Marabunta, el título en español de The Naked Jungle (l954, de Byron Haskin), el relato de una invasión de hormigas rojas en el Amazonas, el "encono de hormigas voraces" (Ramón López Velarde) que desata el espanto ante el zumbido monstruoso de su peregrinación; según otros, mara es el equivalente centroamericano de pandilla, y, aquí las versiones concuerdan, Salvatrucha viene de salvadoreño alerta (trucha: espabilado), al que nunca sorprende el enemigo. Los maras emergen en el ámbito de los gangs hispanos del este de Los Ángeles, entre las calles 13 y 18 hágasele caso a los datos del proyecto mitológico donde confluyen salvadoreños, hondureños y algunos guatemaltecos. Los primeros son salvadoresños y al parecer el creador es el Flaco Stoner en 1969 (¿de qué habrá muerto porque un mara longevo no se concibe?). Los repatrian o por nostalgia vuelven a sus sitios natales pero llevan la decisión de volver adonde sea de modo interminable, un mara es un nómada tatuado en donde puede (cara, pecho, espalda, tobillos incluso); es un aventurero que deposita en el ir y venir el sentido de su biografía; es un grafitero orgánico (si no marca se desorienta), es un prófugo de la legión de comunicológicos, sociológicos y politólogos que desean constituirse en taxidermistas de la violencia juvenil, es...

¿Qué se dice de un mara que no sean referencias externas? Su índole temeraria y temible sólo permite las aproximaciones externas de los criminólogos, y los trabajadores sociales de las cárceles, de los reporteros y telerreporteros, de los administradores de la justicia, de los articulistas y algunos ensayistas y narradores. Se les considera "problema de seguridad nacional", se les mata sin piedad y retribuyen de la misma, implacable manera, se señalan sus características irremediables:

Amor a la patria o a veces, a la madre, lo que explica la frase tatuada en el cuello: "Perdóname madre mía por mi vida loca".

Ausencia de oportunidades laborales.

Carencia notoria de educación formal y abundancia de un solo tipo de "educación informal" (la violencia).

Cercanía orgánica con el crimen organizado, que los emplea en barrios y colonias populares, al que reemplazan en acciones gansteriles y homicidios por encargo, al que le dan su ayudadita en el reparto de la droga, al que sirven como "tropas de asalto".

Experiencia cercanísima de la violencia exterminadora (escuadrones de la muerte, policías, grupos especiales contra la subversión, grupos guerrilleros, ejércitos) que ha destruido comunidades enteras, asesinado con furia y "porque sí" (¿hay una razón más válida en el horizonte del seguir vivo?), y obtenido siempre la impunidad.

Facilidades para conseguir las armas que el narcotráfico introduce masivamente en sus países, y con ello las sensaciones contiguas: matar no es tanto eliminar un ser humano sino demostrar las habilidades de un arma, la que sea, de un Aka-47 a un puñal o un machete.

Pertenencia (o lo que de ello haga las veces) a familias pobrísimas, que no puedan atenderlos y educarlos, con violencia intrafamiliar extrema contra las mujeres (es común el incesto), relaciones muy conflictivas con el padre o la madre. En La Prensa, en 2004, Gonzalo Egremy entrevista un mara que no dispuso de niñez:

La mara es mi vida, carnal, en ella me siento chido (muy bien). Es lo único que he tenido y que tendré en este apestoso mundo... Mi madre era una gran puta. Me llamaba José, pero creo que nunca supo quién de tantos hombres con los que tenía relación fue mi padre. Varias veces oí, cuando tomaba, que había abortado cinco veces y tenía tres hijos más en Sonsonate. Por eso me metí a la mara, carnal; aguanté más de 18 minutos de golpes (la iniciación habitual) cuando me acuchillé a un vato (sujeto) enemigo. Con mis hommnies (amigos o hermanos maras) matá a los que me violaron. He recorrido todo México en tren con los que van (ilegales) en busca de oro (Estados Unidos) y los que se resistieron a darnos (dinero) para el bajón o para drogas ya no lo cuentan.

Sí, es evidente, los maras provienen en lo básico del aparato gigantesco de exclusión que en América Latina se extiende, oprime, desbarata, se desentiende por igual del respeto a los derechos humanos y de las consecuencias de la desigualdad, no deja salidas y le exige agradecimiento eterno a las víctimas. De acuerdo a los que excluyen que los jóvenes se vayan adonde quieran pero que no ensucien el paisaje, que viajen pronto y no vuelvan jamás. Pero esta situación a la vez histórica y cotidiana aflige también a centenares de miles o millones de jóvenes, y de todos sólo una proporción mínima es mara. El determinismo social no funciona en muchísimos casos y la excepcionalidad es, pese a todo, uno de los grandes espacios de continuidad civilizada en América Latina.

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