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31/07/2010 | Se tambalea el imperialismo boliviariano

Martín Santiváñez

Mientras Fidel Castro vuelve a enfundarse el uniforme verde olivo con el que su liderazgo execrable pasará a la historia, su compinche Hugo Chávez, el Catilina de Latinoamérica, rompe relaciones con Colombia y se desgañita en aspavientos irresponsables denotando hasta qué punto el imperialismo bolivariano se tambalea en su propio detritus. Cercado por la economía, agotado en su logomaquia y secuestrado por sus indefendibles contradicciones ideológicas, Chávez, tan demagogo como el pérfido romano Catilina, se dispone a jugar la carta internacional aprovechando los reclamos de Uribe sobre la presencia de las FARC en territorio venezolano.

 

Resulta paradójico que el autoproclamado heredero de Bolívar y cuarta espada de la revolución mundial destruya con su verbo incendiario la obra unionista de uno de los más grandes americanos de nuestra historia. Así, con esa misma saña anti-republicana actuaba Catilina, traidor a Roma y a su pueblo, destructor de las instituciones, conspirador y amante apasionado del poder. Chávez, con este acto fratricida, demuestra lo cerca que se encuentra del morbo de aquellos intrigantes que sepultaron la Gran Colombia bajo un túmulo de pequeñas conspiraciones y viejos egoísmos. Algunos sostienen que Uribe, al precipitar la acusación ante la comunidad internacional, busca ganar tiempo para los problemas de su frente interno. Sin embargo, la hipótesis se debilita ya que existen muchas maneras de crear psicosociales sin poner en peligro la estabilidad de dos países colocándolos al borde del conflicto armado. Uribe no es tonto y a lo largo de estos años ha demostrado que tiene muchos defectos, pero no el de la vehemencia.

Lo único cierto y ampliamente documentado es que la vinculación entre las FARC y el socialismo del siglo XXI --con busto de Tirofijo en Caracas incluido--ha sido favorecida desde que el chavismo detenta el poder. El presidente venezolano, cultor de la necrofilia política, es consciente de que una cosa es desenterrar el cadáver de Bolívar para la prensa y otra, muy distinta y peligrosa, caminar de la mano de un muerto que se resiste a la tumba, como es el caso del terrorismo mafioso de las FARC y el ELN. Catilina se ha visto sorprendido en medio del complot.

A Chávez le conviene mostrarse indignado por sus camaradas, los muertos vivientes de las FARC, ya que se enfrenta a un escenario electoral francamente negativo. Las elecciones a la Asamblea Nacional no serán, en absoluto, el paseo en carroza que él y sus aliados esperaban. La unidad de los venezolanos, ante un posible conflicto, será invocada por el chavismo como el último recurso para mantenerse en el poder. Incapaz de lograr una mínima concertación interna, el chavismo tiene que aferrarse a la amenaza exterior. Pero allí donde su avatar Castro ha triunfado por décadas, Chávez fracasará.

La razón de este futuro fracaso es simple. Venezuela, por más que los sucios sayones del socialismo del siglo XXI lo hayan intentado, no es una isla revolucionaria acostumbrada a la esclavitud comunista. Por lo demás, pretender que el régimen de Uribe es una mayordomía de Washington no tiene asidero en la realidad. Colaboración no es sometimiento. La peculiar situación geopolítica de Colombia obliga al país y a cualquier estadista serio que asuma una posición de gobierno a recabar la mayor parte de apoyos de la comunidad internacional, más aún de la potencia regional por antonomasia. Catilina, por su parte, busca dividir para triunfar.

Por enésima vez, los destructores de la unidad latinoamericana imponen sus bajos apetitos y destrozan el imperativo continental. Estamos, que nadie se engañe, ante un episodio más de esa guerra secular que nos fagocita desde la independencia. Se trata de fuerzas recurrentes que, de tanto en tanto, como nuestros complejos, asoman para liquidar con golpes certeros el sueño de Bolívar, el anhelo de San Martín, la herencia fraterna de Martí. Mientras el pueblo apuesta por la unidad, los políticos se encargan de separarnos en un holocausto cainita que retarda la regeneración y nos condena a la más espantosa soledad. Provoca preguntar al Catilina de Latinoamérica, parafraseando a Cicerón, su némesis: ¿Hasta cuándo, Chávez, abusarás de nuestra paciencia? Quousque tandem abutere patientia nostra? La democracia exige una respuesta. Los latinoamericanos, también.

Martín Santiváñez Vivanco es Director del Center for Latin American Studies de la Fundación Maiestas.

Miami Herald (Estados Unidos)

 


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