Es necesario reconocer que la cuestión se ha planteado mal desde el principio, con análisis simplistas que daban por cierta la falsa imagen de que la sanidad en Estados Unidos es un desastre, cuando en el fondo el principal problema es que tiene un coste cada vez más elevado a pesar de que no consigue beneficiar a importantes capas de la población. El esfuerzo por resolver esa carencia honra a Obama, pero lo que se ha aprobado con forceps en la Cámara Baja no servirá tampoco para atender a los millones de «sin papeles» y, por lo que respecta a su coste, está por ver si va a ser una fórmula mejor que la actual. En el entorno económico actual, con el mercado del empleo lastrado todavía por los efectos de la crisis financiera, es natural que a los contribuyentes norteamericanos les cueste mucho creer que un gasto directo dedicado a subvencionar a las compañías de seguros servirá para que el erario público ahorre dinero en el futuro.

Y si las perspectivas del coste financiero de la reforma son inciertas -excepto para las compañías de seguros, que tendrán más clientes- el horizonte político para Obama y los demócratas podría ser bastante más oscuro: en los Estados donde se han hecho experimentos en este campo, algunos tan emblemáticos para los demócratas como Massachusetts, el resultado se ha revelado estrepitosamente perjudicial para sus promotores, mientras que los ciudadanos no son capaces de encontrar ventajas a una reforma muy parecida a la que se ha aprobado en la Cámara de Representantes. La victoria pírrica de ayer en el Legislativo puede ser una derrota grave en las elecciones parciales de noviembre. El ingente crédito político que ha invertido Obama en este pulso para lograr dar este paso, en el que varios de sus antecesores han fracasado, puede incapacitarlo para llevar a cabo otras políticas.