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05/09/2014 | Mexico - 'Me metieron en una vasija con agua y me pusieron cables con electricidad en mis testículos'

Isabel Munera

Manuel (nombre ficticio) trabajaba como policía munIcipal en Tijuana (Baja California) cuando fue detenido por miembros del ejército por sus presunta vinculación con la delincuencia organizada. Fue recluido, junto a 24 de sus compañeros, en una base militar y sometido durante 41 días a todo tipo de torturas para que confesara. No compareció ante el juez, ni tuvo asistencia letrada ni médica, sólo recibió golpes, que le han dejado secuelas de las que aún, cinco años después, no ha podido recuperarse.

 

«Me vendaron con cinta adhesiva los ojos y las manos, luego me envolvieron con una manta y me empezaron a golpear en todo el cuerpo. Me golpearon entre seis hombres por horas, perdí la noción del tiempo. En seis ocasiones me desmayé, como no firmaba lo que ellos querían me siguieron golpeando, no sé por cuánto tiempo. Me quitaron las botas y mis pies los metieron a una vasija con agua, luego pusieron cables de electricidad en mis testículos. Yo sentía que me iban a matar, ya no podía más, firmé con los ojos vendados. Hoy no siento los dedos de mi mano derecha», rememora.

Su testimonio es sólo un caso más en un país, México, donde «la tortura está fuera de control», según denuncia Amnistía Internacional (AI) en un informe hecho público este jueves, en el que exige al Gobierno mexicano que tome medidas con urgencia para «poner fin al uso persistente y generalizado» de esta abominable práctica «por parte de la policía y las fuerzas armadas».

Aumento de las denuncias por torturas

Los datos, recogidos por la organización defensora de los derechos humanos, hablan por sí solos: las denuncias por torturas han aumentado un 600% en el último decenio y sólo siete torturadores han sido declarados culpables en los tribunales federales.

«Las autoridades no pueden seguir mirando para otro lado», asegura Erika Guevara Rsosa, directora de Amnistía Internacional para América. «El alarmante aumento del uso de la tortura significa que existe una amenaza real de malos tratos para cualquier persona en México», añade.

De hecho, en una encuesta encargada por AI, el 64% de los mexicanos afirma tener miedo a ser torturado en caso de ser puesto bajo custodia.


Por eso, no es de extrañar que Claudia Medina sintiera pánico cuando varios miembros de la marina irrumpieron en su casa de Veracruz un 7 de agosto de 2012. Apenas pudo decir nada. «Le ataron las manos y le vendaron los ojos antes de llevarla en una camioneta a la base naval local. Allí la torturaron mediante descargas eléctricas, la agredieron sexualmente, le propinaron golpes y patadas y la dejaron atada a una silla bajo el calor abrasador del mediodía». Así pasó su primera noche detenida. Al día siguiente, la interrogaron y la presionaron para que firmara una declaración sin permitirle leerla. Después, convocaron a los medios y aseguraron que Claudia había sido detenida en un coche robado junto a otros detenidos en posesión de armas y drogas. «Pese a que los miembros de la marina habían falsificado pruebas, la Procuradoría federal presentó cargos contra ella», denuncia Amnistía. Claudia fue finalmente puesta en libertad bajo fianza y, aunque se atrevió a denunciar los hechos, dos años después su denuncia no ha sido investigada.

Palizas, agresiones sexuales, descargas eléctricas...

Desde 2010 a finales de 2013, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) recibió más de 7.000 quejas por torturas y otros malos tratos por parte de la policía y miembros de las fuerzas armadas. Palizas, amenazas de muerte, agresiones sexuales, descargas eléctricas... Todo con un único objetivo: obtener confesiones o que los detenidos incriminasen a otras personas en delitos graves.

«La ausencia de investigaciones creíbles y exhaustivas sobre las denuncias de tortura supone un abuso por partida doble. Si las autoridades no recaban pruebas de los malos tratos, las víctimas carecen de la posibilidad de resarcimiento y no pueden demostrar que sus confesiones han sido obtenidas mediante coacción», denuncia Guevara.

Y a la impunidad se unen también las secuelas por los malos tratos físicos y psicológicos recibidos. Dos años después de ser detenido en Ciudad de México, en unas protestas con motivo de la toma de posesión del presidente mexicano, Enrique Peña Nieto; Alejandro Lugo no ha olvidado el calvario al que le sometieron sus torturadores: «Cuando salimos del reclusorio, no me sentía mal, no me afligía, estaba como feliz de haber salido. Pero de unos meses para acá ha sido horrible. Lo sigo soñando, recordando y lloro bastante seguido».

El Mundo (España)

 


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