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24/03/2011 | Argentina -Cultura, mercados y el fomento estatal

Martín Krause

La Feria Internacional del Libro de Buenos Aires es la más grande de su tipo en el mundo de habla hispana, organizada por la Fundación El Libro, una entidad sin fines de lucro formada por la Sociedad Argentina de Escritores, la Cámara Argentina del Libro, la Cámara Argentina de Publicaciones, el Sector de Libros y Revistas de la Cámara Española de Comercio, la Federación Argentina de la Industria Gráfica y Afines y la Federación de Librerías, Papelerías y Afines. Como vemos, todas entidades del sector privado.

 

En oportunidad de la próxima 37ª edición a realizarse en el mes de Abril, los organizadores invitaron a dar la conferencia inaugural al último premio Nobel en Literatura, Mario Vargas Llosa. Esto desató una fuerte polémica ya que algunos funcionarios públicos e intelectuales oficialistas enviaron una carta a la Fundación solicitando se reviera esa invitación tomando en cuenta las posiciones filosóficas y políticas del escritor peruano. Entre los firmantes se encontraba el director de la Biblioteca Nacional, la más importante organización pública de este género, y un cargo que ocupara alguna vez nada menos que Jorge Luis Borges.

La ofensiva bajó de nivel cuando la presidente Cristina de Fernández pidió recato a sus seguidores pero no terminó. Pocos días después, el Secretario de Cultura de la Nación manifestó: “Nosotros  estamos a favor de que el Estado fomente las expresiones culturales propias. Vargas Llosa no; él piensa que el Estado no debe intervenir. Nosotros coincidimos con más del 90 por ciento de los países, pero no con EE.UU. con el que sí coincide Vargas Llosa” (La Nación, 15/3/11).

Es difícil decidir por dónde empezar a comentar un párrafo con tantos errores, si porque el 90% determine la verdad o la falsedad de un argumento o por el supuesto que el gobierno en EE.UU. no hace nada para fomentar la cultura. Dejemos eso y concentrémonos en que el Estado debe fomentar las expresiones culturales, asumiendo tal vez que el mercado no puede hacerlo.

Es curioso que se plantee este argumento, precisamente con motivo del más grande evento cultural organizado por el sector privado, no el Estado. Además, desestima la notable contribución de la economía de mercado al fomento de la cultura. En un muy interesante libro (In Praise of Commercial Culture, Cambridge, Mass: Harvard University Press, 1998), el economista Tyler Cowen describe el funcionamiento de los mercados “artísticos”. El mercado consiste en artistas, patronazgo, consumidores e intermediarios, o distribuidores. Los consumidores son los socios “silenciosos” del artista, los distribuidores reúnen a productores y consumidores en un encuentro que alimenta el impulso creativo y disemina sus resultados.

El capitalismo genera riqueza que permite a muchos individuos dedicar su vida al arte, los países ricos consumen grandes cantidades de arte. Además, fundaciones y universidades privadas, herencias o simples trabajos han permitido a los artistas cultivar su impulso. Cowen señala como ejemplos que Jane Austen vivió del dinero de su familia, T. S. Elliot trabajó para el Lloyd’s Bank, James Joyce enseñaba idiomas, Paul Gauguin era corredor de bolsa, Vincent van Gogh recibía apoyo de su hermano, William Faulkner trabajaba en una usina eléctrica y luego como guionista para Hollywood. Muchos de los principales artistas franceses del siglo XIX vivieron de la riqueza “comercial” generada por sus familias: Delacroix, Degas, Manet, Cézanne, Toulouse-Lautrec y escritores como Baudelaire, Verlaine o Flaubert. Aún Proust vivía de la riqueza de su familia obtenida en la Bolsa de París. A ninguno de ellos los ayudó el Estado, ni necesitaron de ello para desarrollar una cultura “nacional”.

Muchos artistas nunca escondieron su amor por el dinero. Bach, Mozart, Haydn y Beethoven estaban obsesionados con ganar dinero con su arte. Cowen cita una carta de Mozart. “Créame, mi único propósito es hacer la mayor cantidad de dinero posible; porque después de la salud es lo mejor que se puede tener”. Y Charlie Chaplin, al recibir el Oscar en 1972 dijo: “Ingresé en el negocio por el dinero y el arte creció de él. Si la gente se desilusiona por este comentario, nada puedo hacer. Es la verdad”. Shakespeare ganaba buen dinero con sus obras y cubría los gastos del teatro.

Por otra parte, el mercado amplía las posibilidades vía la mayor oferta de materiales y equipos. Los pianos, violines, sintetizadores o mezcladores han visto caer sus precios desde su creación. La fotografía florece con la innovación tecnológica capitalista. Los fotógrafos ahora pueden sacar miles de fotos sin tener altos costos para revelarlas a todas. Incluso en la televisión, el cable permite una diversidad cultural nunca antes vista: canales sobre vida animal, ópera, naturaleza, arte, tango, música moderna, de otros países. Precisamente donde no existe tal diversidad es en el canal estatal.

Los mercados permiten el sustento de los artistas en forma independiente. Mario Vargas Llosa seguramente tiene un buen pasar gracias a sus derechos de autor y puede escribir y opinar lo que quiera. El “fomento” estatal de la cultura muchas veces lleva a la censura. Imaginemos que Vargas Llosa no fuera peruano y, en cambio, fuera cubano viviendo en la isla. ¿Qué hubiera sido de su obra? Tal vez hubiera escrito algo desde la cárcel, preso por disidente.

Las innovaciones del mercado, además, preservan las contribuciones culturales del pasado. Hoy los consumidores tienen un acceso mucho más fácil a la música de Bach, que antes solo llegaba a pocos miembros de una Corte. Hubo más gente viendo las óperas de Wagner por televisión en 1990 que todos los que la vieron desde 1876. Podemos alquilar películas clásicas por muy poco dinero y es permanente la nueva edición de libros clásicos, incluso en colecciones que se venden en los kioscos a bajo precio.

Precisamente EE.UU., el mal ejemplo para el Secretario de Cultura es líder en cine, pintura y música popular, con destacas posiciones en literatura, poesía y composición musical. Ese país tenía 58 teatros de óperas en 1965, hoy son más de 300; eran 27 las compañías, hoy más de 150; y de 22 teatros regionales sin fines de lucro ha pasado a más de 500.

¿Qué es lo que hay que fomentar entonces que no sea ya fomentado por el interés de los consumidores, el patronazgo y los distribuidores? Pues parece que el respeto y la tolerancia de la “cultura oficial”.

El Cato (Estados Unidos)

 


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