Esta funcionalidad se ha manifestado en una vocación de aislamiento hegemónico, sólo matizado por alianzas ocasionales. Así, durante más de un siglo, Gran Bretaña optó por favorecer la división de Europa, evitando que surgiese en el continente una potencia que pudiera enfrentársele, fuese la España de Felipe II, la Francia de Napoleón o la Alemania de Guillermo II. Los políticos lo tenían claro: Palmerston dijo que "Inglaterra no tiene amigos permanentes ni enemigos permanentes. Inglaterra tiene intereses permanentes", un espíritu que plasmó en el "espléndido aislamiento" de Disraeli y Salisbury.

Tampoco puede negarse que el núcleo de la Europa comunitaria es carolingio, o sea franco-alemán. Lo que se traduce en que se está decantando -en su actual conformación- por una disciplina rígida, a la alemana, y por un centralismo sin fisuras, a la francesa, servidos ambos por una legión de funcionarios omnipresentes. Si a ello se suma el hecho de que la legitimación y el control democráticos del poder comunitario son manifiestamente mejorables, así como la falta -en los países europeos- de un sentido de pertenencia compartido que fundamente su solidaridad, no es de extrañar que Gran Bretaña haya adoptado ayer, por boca de su premier una clara posición euroescéptica. David Cameron anunció la celebración de un referéndum en el 2017, si los conservadores ganan las elecciones del 2015, para que los británicos decidan si quieren seguir en la UE. En el fondo, se trata de una amenaza para obtener un mejor trato para Gran Bretaña durante los dos próximos años, dado que la aproximación del Reino Unido a Europa es "más práctica que emocional". Este "trato especial" -es decir, la bilateralidad de la relación entre Gran Bretaña y la UE- tiene difícil encaje en el proceso de federalización iniciado, por ejemplo, con la unión bancaria.

Gran Bretaña fía mucho a su relación especial con EE.UU., tan fecunda durante el último siglo. Habrá que ver, con todo, si esta relación especial se mantiene incólume en un mundo global, cuyo centro está en el Pacífico y en el que EE.UU. tiene tan fuertes y prioritarios vínculos económicos con China. Pero esta es otra historia, que decidirán los británicos, teniendo claro que si optan por marcharse de Europa, iniciarán -como ha reconocido Cameron- "un camino sin retorno".