Es más, el actual líder estadounidense abrió su presidencia con una especial llamada a la población de los países árabes (su discurso de El Cairo). Creyó que buscando una mayor equidistancia, ganaría confianza entre los palestinos para avanzar en el proceso de paz; pero al dar por supuesta la sintonía de la opinión pública Israelí, a la que ya no intentó ganarse, acabó perdiéndola.

ENSEÑANZA DE BILL CLINTON. La habilidad de Bill Clinton para la interlocución directa con los ciudadanos israelíes es la principal lección que en esta cuestión ofrece el anterior presidente a su sucesor. Con sus visitas y sus muestras de comprender la psique israelí –la percepción de inseguridad, la necesidad de sentirse arropados por el poder de EEUU– Clinton generó una interacción que él supo hacer compatible con su interés por la causa palestina, como explica Natan Sachs, de Brookings Institution. Gracias a esa conexión personal, pudo pronunciarse contra algunas decisiones de los Gobiernos de Shamir y de Netanyahu, y estos tuvieron que medir su reacción contra un presidente estadounidense que era popular entre la población.

PARADOJA OBAMA. Con Obama se da la paradoja de que, si bien falta esa empatía, al mismo tiempo nunca ha habido tanta cooperación entre los dos países: ahí está la acción conjunta de inteligencia que lanzó el “gusano informático” contra instalaciones nucleares de Irán, o la venta de armamento por parte de EEUU que incluye opciones antes vetadas por otros presidentes. Al no haber cultivado una relación calurosa con el pueblo judío, su mala relación con Netannyahu ha dado excusas a este para actuar de modo unilateral. Muerto el preoceso de paz ya a mitad del anterior mandato, es difícil que Obama lo pueda resucitar. En todo caso, cualquier expectativa pasa por acudir a Jerusalén y saber comunicar que se hace cargo del miedo de la gente.