¿Por qué, pues, se produjo en Quito una situación que sembró alarma por toda la región? Parecería que Correa cometió el error de suponer que su mera presencia sería más que suficiente como para intimidar a policías airados que protestaban contra la eliminación de ciertos beneficios económicos a los que se habían acostumbrado y que por lo tanto puso en peligro su seguridad personal, y la de su país, con el presunto propósito de obtener algunas ventajas políticas de un episodio que, bien manejado, no hubiera dado pie a un drama que mantendría en vilo a toda América Latina. Dadas las circunstancias, a Correa le hubiera convenido reaccionar como suelen hacer otros mandatarios ante las esporádicas huelgas policiales en lugar de enfrentarse personalmente con los amotinados, sobre todo cuando, como sin duda entiende, los revoltosos contaban con la simpatía de algunos sectores políticos y militares opuestos a lo que toman por un esfuerzo por aprovechar su popularidad actual para llevar a cabo cambios institucionales profundos sin preocuparse en absoluto por los reparos de quienes no comparten sus puntos de vista.

Con unanimidad, todos los gobiernos latinoamericanos, además de los de Estados Unidos, los países anglófonos del Caribe y Europa, condenaron de manera contundente la amenaza a la estabilidad institucional de Ecuador que fue planteada por las unidades policiales involucradas en la revuelta ya que, como a esta altura les es evidente, cuando de la política se trata las formas importan mucho más que las eventuales diferencias ideológicas. Siempre y cuando un gobierno respete las reglas constitucionales, debería tener garantizado el apoyo ilimitado de los demás. Mientras Correa no cruce la línea que separa la institucionalidad de la arbitrariedad autoritaria no habrá justificación posible de cualquier intento de frenarlo mediante el uso de la violencia, razón ésta por la que hasta los políticos más contrarios a su variante del proyecto "bolivariano" repudiaron la conducta de los amotinados. Así y todo, a los mandatarios les corresponde abstenerse de correr riesgos personales gratuitos. Es más que probable que golpistas auténticos se hubieran sentido impresionados por la unidad sin fisuras de todos los gobiernos democráticos del mundo, ya que hubieran entendido que de alzarse con el poder enfrentarían sanciones muy duras y por lo tanto les sería sumamente difícil gobernar, pero policías revoltosos ya jugados que no tendrían motivos para pensar en tales términos serían perfectamente capaces de provocar un desastre descomunal. Felizmente, aunque Correa fue golpeado en la cara por un proyectil de gas lacrimógeno, logró salir ileso del tiroteo prolongado entre sus captores y los comandos de las fuerzas especiales del ejército, pero el desenlace del drama que protagon