EL golpe de Israel en aguas de Gaza, el lunes, es inexplicable salvo que reclame una respuesta mayor. O mucho mayor. La dureza del abordaje israelí no se explica a primera vista. Se esperaban incidentes, pero no muertos.
Las fuerzas especiales de Israel han dado una explicación absurda: nos atacaron con navajas y palos, nos vimos obligados a disparar. Fue al revés: geos descolgados de helicópteros o fuerzas especiales al abordaje desde lanchas rápidas. Nueve muertos en unos minutos. Más de 600 palestinos, árabes y turcos encarcelados. Quizá pronto liberados. El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, ha reaccionado de inmediato: «No nos quedaremos cruzados de brazos».
El desgaste israelí en la operación es muy superior a lo esperado. El primer ministro, Benjamin Netanyahu, de visita en Canadá, debía reunirse anteayer, martes, con el presidente Barack Obama: ha cancelado el viaje, después de suspender una conferencia de prensa con el primer ministro canadiense, Stephen Harper. Situación muy tensa y lo que es peor, inexplicable. La versión oficial de nada vale. Los seis barcos llevaban a Gaza material civil. El negociador-jefe de los palestinos, Saeb Erakat, insiste: medicinas, sillas de ruedas, material quirúrgico, comida, materiales de construcción... Erakat pertenece a Al Fatah. Gaza, controlada por Hamas, está bloqueada desde 2008.
A veces repasamos la relación palestino-israelí como si sus actores fueran inmóviles: pero desde los años de Ben Gurion, el panorama cambia, a veces rapidísimamente. Muchos europeos, defensores de la reivindicación de Israel sobre su territorio, llamado para colmo Gran Israel, clamamos desde hace 40 años por ese derecho. Ahora, las bases del conflicto mudan a velocidad de vértigo. El mundo suní, sobre todo Egipto, Turquía, Arabia Saudí, convive mal con el mundo chií mientras los europeos defensores estamos indecisos, perplejos.
En 1990, al comenzar el proceso de Oslo, dura, magnífica y fracasada negociación, voces solventes buscaron las causas del embarrancamiento en los dos extremos, palestino e israelí, extrema-extrema izquierda y ultra-ultra derecha: esas corrientes acabaron por asfixiar al centro, representado por Arafat y Rabin. Egipto, Israel y Turquía mantendrían su apoyo a la República Islámica de Irán, privada de espacio para respirar, necesitada de aquellos estados, fieles a una constante exterior, apoyo a Teherán. Hoy el panorama es el inverso, radicalmente peor.
Netanyahu sabe que Obama tratará ahora de sacar adelante el Estado palestino. Netanyahu parece haber perdido el control del gobierno. Al menos seis ministros, representantes de distintos lobbies, van por libre: Exteriores, Defensa, Industria, Seguridad Interior, Infraestructuras, Inmigración. En esos espacios amurallados se hace política (y negocios) como si el primer ministro no existiera. Las coaliciones son a veces inviables. Pero ésta no es una coalición sino una jaula de peligrosos grillos. Diferentes grillos: Ehud Barak, en Defensa, mantiene un eco de lo que era la disciplina; mientras Avigdor Lieberman, judío extremo de origen ruso, fundador de Israel Beitenu, no tiene a nadie por arriba, salvo a Yahvé. Netanyahu lo está pasando mal pero esto no es lo que importa. Policía, Hacienda, Ejército y Justicia, armazones de toda nación, sobreviven como pueden. Los reinos de taifas, surgidos al caer el califato cordobés, eran al lado del Israel actual un modelo de centralismo y cohesión.
Obama ha ganado la batalla de la reforma sanitaria y ganará quizá la reforma de las finanzas frente a una parte de Wall Street. El estado palestino, nonato, podrá nacer en 2010. Netanyahu parece muerto. El danés Anders Fogh Rasmussen, secretario general de la OTAN, ha reclamado la liberación de los seis buques en su dura condena del gobierno israelí.
