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28/07/2013 | Corea del Norte, entre bueyes y Mercedes

Pablo Diez

La «nomenklatura» celebra el 60 aniversario del armisticio con un nivel de superlujo que contrasta con la calidad de vida medieval de los campesinos.

 

Junto a filetes de ternera australiana, vinos de Burdeos, latas de Pepsi Cola y zapatos de tacón, los supermercados más selectos de Pyongyang venden coñac Hennessy a 250 euros al cambio no oficial. Con unos sueldos para los funcionarios estatales de 3.000 won mensuales (20 euros al cambio oficial y sólo 37 céntimos al de la calle), pocos norcoreanos pueden permitirse tales lujos. Pero, al contrario que las tristes tiendas estatales donde se exponen un par de mustias lechugas y manzanas descoloridas, las estanterías de estos supermercados están llenas, los clientes curiosean entre sus pasillos y las cajeras cuentan fajos de dólares, que cambian a 10.000 won para adquirir artículos importados, traídos a través de la frontera con China burlando las sanciones de la ONU por los ensayos nucleares.

En cuanto el régimen de Kim Jong-un ha abierto un poco la mano en lo económico, el dinero se ha abierto paso, ya sea gracias a las divisas que envía el medio millón de norcoreanos emigrantes en Japón o con los sobornos a los funcionarios y oficiales del Ejército, que controlan los negocios. Con el pin en la solapa luciendo las efigies de Kim Il-sung y Kim Jong-il, abuelo y padre del actual dictador, las guías del Gobierno que siguen a los turistas a todos lados ya pueden recibir propinas, antes prohibidas, y hasta pasearse con bolsos falsos de Prada bajo el brazo, algo impensable hace poco.

A bordo del vuelo procedente de Pekín, los diplomáticos vuelven cargados con aparatos electrónicos, que regalan a sus familiares o revenden. A pesar del embargo, una tienda frente a la estación de Pyongyang vende ordenadores portátiles Sony a 850 dólares y pantallas de televisión Sanyo a 380.

Por las antaño desiertas avenidas de Pyongyang, cada vez se ven más coches. Pero no sólo los sedanes Fiparam y las furgonetas Samcheonri fabricadas por la marca nacional Pyeonghwa en colaboración con una firma china, sino también vehículos de gama alta como Audis, BMW y los Mercedes que prefieren los gerifaltes del Partido de los Trabajadores.

Junto a los modernos rascacielos de 45 plantas inaugurados el año pasado en la calle Changjon y la pirámide de 330 metros del Hotel Ryugyong, cuyas obras están a punto de concluir tras más de 15 años parada, los teléfonos móviles son el nuevo símbolo de Pyongyang, donde ya funcionan un par de pizzerías y hamburgueserías que ofrecen latas de Coca-Cola y paquetes de Marlboro.

Pero fuera de la capital, el escaparate donde vive la élite del régimen, la vida sigue su ritmo lánguido en Corea del Norte. De camino a la cooperativa modelo Chongsanri, ambos márgenes de la carretera están plagados de campesinos arando la tierra con bueyes y trabajando con herramientas rudimentarias. Presidida por una estatua del padre de la patria, Kim Il-sung, en dicha cooperativa viven 2.500 personas, de las cuales un millar trabajan en el campo, donde se han instalado invernaderos para mejorar las cosechas.

La Ardua Marcha

«Cada año recibimos 400 kilos de arroz por persona y otros 300 de patatas, tomates y otras verduras», explicaba en abril a ABC Choe Okseon, una abuela de 59 años que cuidaba de sus dos nietos y debía ser también modélica porque había sido elegida por las guías para hablar con un extranjero. «Sólo en ocasiones especiales, como los cumpleaños de los líderes, nos entregan carne», aclaraba la mujer, quien aseguraba que «la situación es ahora mucho mejor que durante la Ardua Marcha», como la propaganda ha bautizado a la «Gran Hambruna» que en los años 90 se cobró entre 300.000 y dos millones de vidas, según se tengan en cuenta la cifras del régimen o estimaciones internacionales.

Dando un tímido paso hacia el capitalismo, los campesinos pueden cultivar ahora los patios de sus casas y comercializar sus verduras en los mercados locales. Con el dinero logrado, compran otros productos que luego revenden en sus pueblos. Aunque sus movimientos están controlados por los puestos del Ejército, que les impiden salir de su distrito y viajar a otras ciudades, un hormiguero humano pulula por los arcenes de la autopista acarreando pesados bultos sobre sus espaldas o en sus bicicletas. Tampoco faltan quienes transportan fardos de leña para calentarse con hogueras por falta de electricidad, reducida a unas pocas horas al día. Entre bueyes y Mercedes, la aislada Corea del Norte sigue avanzando hacia su incierto futuro.

ABC (España)

 


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