Si esa unidad resultaba lógica en las etapas de gobiernos impopulares o con escaso respaldo de las organizaciones sociales, lo mismo se podría pensar de la actitud de éstas frente a una administración estatal en manos de autoridades como las actuales, varias de las cuales formaron parte de luchas por múltiples demandas. Pero esto no está sucediendo.

La convocatoria de la COB (a pesar de su debilidad inicial), así como las recientes movilizaciones del magisterio, ha puesto en aprietos a quienes en cada elección renuevan su confianza en el proceso de cambio en curso. Esto por el vínculo intrínseco que desde el principio tuvo el partido gobernante con las clases empobrecidas.

Queda claro que el MAS, acostumbrado al apoyo incondicional de los sindicatos en pleno, experimenta una transformación respecto del comportamiento de su base social, en tanto “instrumento” y no partido político. Hay una especie de “sublevación” de esos núcleos que empoderaban al Gobierno, en el marco de una reconfiguración del mapa de conflictos. ¿Sabrá leer el Presidente esta realidad de piezas inquietas en un tablero de ajedrez donde las jugadas se tornan cada vez más impredecibles?

Da la sensación de que se ha subestimado a los movimientos sociales y que éstos, efectivamente, como lo ha señalado el Órgano Ejecutivo, azuzados por sus dirigentes —siempre ha ocurrido; esto no es nuevo—, se cansaron de esperar el cumplimiento de la promesa del “vivir bien”. Quizá se les tendría que explicar que esta oferta requiere de más tiempo, para que la gente no se ilusione con un cambio mágico en sus vidas.

El diálogo, por lo pronto, después de jornadas cargadas de tensión y luto, es la mejor apuesta de todas. La ficha más importante en este juego-ciencia de la política se encuentra del lado del Gobierno, que deberá ser consecuente con su prédica ante las bases del instrumento llamado MAS, o bien, aclararles que nada es lo mismo y que las reglas, a partir de ahora, serán otras.