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Dossier Juan Pablo II  
 
10/04/2005 | Un tributo global

Lluíz Foix

No se había visto nada semejante. Un sentimiento de solidaridad universal tuvo hoy su epicentro en Roma. Centenares de miles de peregrinos abarrotaron la plaza del Vaticano y todas las calles que bordean el Tíber eran un hormigueo próximo y lejano de gentes que rendían tributo a Juan Pablo II.

 

Estimaciones del momento indican que unos dos mil millones de personas, una cuarta parte de la humanidad, siguieron los funerales que fueron retransmitidos por centenares de cadenas de televisión.

El colorido de las vestimentas, rojo para los cardenales, púrpura para los arzobispos, los dorados de las casullas de los patriarcas orientales, la pompa de la ceremonia, contrastaban con el austero féretro de madera de cerezo sobre el que reposaba una copia de los Evangelios.

En el río de multitudes también circulaban reyes y reinas, presidentes y primeros ministros, buenos y menos buenos, Jatamí y Bush, el príncipe Carlos y Mugabe, los reyes de España y los de Jordania, el presidente Israel y las autoridades del judaísmo, de los ortodoxos, del Islam y de otras religiones no cristianas, de Kofi Annan y el presidente de la Comisión Europea. Era una manera plural y distinta de apreciar la figura del Papa.

El presidente de Israel pudo conversar en parsi con el presidente de Irán y saludar al joven presidente de Siria. En la plaza de San Pedro no existían hoy conflictos, ni guerras, ni discrepancias que ocupan la frenética actualidad informativa diaria. Con la excepción de China que quiso hacer explícita su ausencia por cuestiones nacionales y políticas, el presidente de Taiwán estaba también en Roma, el mundo entero rendía honores a la vida de Juan Pablo II.

No es una valoración sino una evidencia. No hay precedentes en la historia de un acontecimiento tan masivamente seguido en todos los rincones del planeta. Pero esta gran concentración se había desintegrado cuando la noche cayó sobre Roma. No sabemos que repercusiones tendrá en el futuro la figura del Papa que llegó de lejos y fue todavía más lejos.

Todo será igual pero diferente a partir de ahora. No solamente porque los desafíos que tiene la humanidad, y también la Iglesia, son tanto o más difusos que antes, sino porque el carisma de Juan Pablo II, aunque pudiera ser reproducido por su sucesor, no sería suficiente para dar respuesta material a los problemas que tiene un mundo que no ve la luz en medio de la oscuridad.

El mensaje cristiano de Juan Pablo II de que la fuerza de Dios es superior a las debilidades humanas y que la muerte es un tránsito hacia una vida más plena es difícilmente asumido por la sociedad global que se mueve entre la afluencia y la pobreza material y de espíritu.

La grandeza del Papa es que hablaba al mundo con fe y convicción al margen de que su discurso fuera o no aceptado por todos. Me parece que este es el principal tributo que ha recibido hoy en la plaza de San Pedro. No dependía de los votos ni de los sondeos de opinión.

No tengáis miedo, proclamaba al principio de su pontificado. Y no tuvo miedo él mismo en exhibir su sufrimiento, en hablar contra corriente, en defender a los más débiles, en pronunciarse contra la guerra que impulsaban los poderosos.

La paradoja es que el mundo no es mejor hoy que hace un cuarto de siglo. Hay enfermedades y epidemias en África, América Latina no sale del círculo del subdesarrollo y la pobreza, China vive de espaldas a cualquier valoración cristiana, India no deja entrar fácilmente al clero católico, Rusia exhibe la fuerza de la Iglesia Ortodoxa en contra de Roma, Europa está cada vez más alejada de la moral cristiana y la religión islámica penetra en Occidente también con repugnantes acciones terroristas.

Hay sitios en el mundo en los que el Vaticano ha hecho la vista gorda a las dictaduras y no ha dado una respuesta a la situación de los más débiles, especialmente a las mujeres. Pero decir que la Iglesia no hace lo que debe en África es un pequeño sarcasmo en un continente en el que nada funciona.

Culpar al Vaticano de la epidemia del Sida en el continente negro me parece una exageración cuando los que podrían evitarla y no lo hacen son los opulentos gobiernos occidentales que en vez de volcar recursos se dedican a veces a vender armas para que sigan destruyéndose. Las multinacionales de la industria farmacéutica podrían desviar parte de sus beneficios para remediar esta “peste” que asola a todo un continente.

En el Congo, por ejemplo, donde el gobierno apenas existe, hay muchos religiosos que son los únicos proveedores de medicinas y escuelas. A pesar de que Robert Mugabe se encontraba hoy en Roma, es la Iglesia la que más ha resistido la tiranía de un régimen dictatorial. No hay duda de que se podía haber utilizado la influencia de la Iglesia en el Tercer Mundo para ayudar a resolver de otra manera la pobreza material de sus gentes.

Pero con todos sus aciertos y desaciertos, el Papa ha intentado desde su fe y sus convicciones contribuir a que el mundo fuera un poco mejor. Se ha movido en el terreno del bien y del mal morales que conviven en el mundo desde la noche de los tiempos sin ocuparse de los resultados empresariales de su doctrina como si se tratara de una cuenta de resultados.

La multitudinaria celebración en la plaza de San Pedro no es un acontecimiento político ni social. Es el reconocimiento global a un hombre que intentó construir un mundo más habitable.

La Vanguardia (España)

 


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