Australia en la incertidumbre política y Japón en la desilusión económica: ¿qué país no ha pasado por estos avatares?.
UN presidente de las Cortes recibía al «speaker» del legislativo de uno de los seis estados de la Australia federal. El español se quejaba de la falta de espacio para el aparcamiento de los coches de sus señorías. El australiano dijo: «Conozco el problema. Yo lo tengo con las avionetas de mis diputados». El eurocentrismo es comodísimo pero nada tiene que ver con la realidad. Los viajeros afortunados cuentan y no acaban de la bahía de Sydney. El cine y la novela de Australia son de una energía imponente. Como ahora, la política australiana aparece muy ocasionalmente en la prensa europea, aunque la británica —por supuesto— está más atenta y detecta invariablemente los brotes de republicanismo australiano.
Desde luego, la política australiana tiene un gran colorido, el lenguaje directo de la confrontación y la rudeza de sus orígenes. Lo actual es un lío notable: la máxima liante es la laborista Julia Gillard, pareja de un peluquero que experimenta sus tintes con ella. Gillard tiene tanto peligro que, después de derrocar al líder de su partido, ha ido a elecciones generales y se ha quedado sin mayoría. No es la política australiana un hábitat para consensos y coaliciones sino para el gancho de izquierdas en el hígado. Por esas cosas de la política mal llevada, resulta que la economía australiana funciona bien. Asia es el horizonte.
A larga distancia, Japón fue la perla de ese horizonte pero China la acaba de superar como segunda economía mundial. De todos modos, Japón tuvo y retuvo, tiene y retiene. Las inercias del Estado corporativo generan estancamiento pero en el corazón de Tokio late la ultra-vitalidad tecnológica de «Blade Runner». Si hace años los congresistas norteamericanos destrozaban electrodomésticos japoneses a las puertas del Capitolio para rebelarse contra la hegemonía nipona, ahora Washington tiene su deuda en manos chinas. Aún así, ese Japón de política anquilosada y sin materias primas puede ponerse en pie en el futuro, largos años después de la crisis asiática de 1997.
Desafortunadamente, ahora mismo un millón de jóvenes están en la depresión del sin trabajo y sin perspectivas profesionales. «Le Point» ha visitado a uno de esos «hikikomori», «depre», ensimismado en sus videojuegos. Tal vez injustamente, uno se pregunta por qué no aprovechan el tiempo y aprenden algo en una biblioteca pública. Lo mismo para el paro juvenil en España. El Japón paga caro por su estancamiento y por el envejecimiento de su población, eso sí, ya en la banda ancha. China le compra muchísimo. No está escrito en las estrellas que los «hikikimori» no se salgan algún día de la «depre».
Australia en la incertidumbre política y Japón en la desilusión económica: ¿qué país no ha pasado por estos avatares? Las mayores crisis tienen efectos de retro-alimentación. Ahora Barack Obama, en pleno bache, no está para esas cosas pero entiende que su presidencia es más que cualquier otra la del momento de Asia. Lo que sabrán de la ceremonia del té las buenas «geishas» con un implante de memoria. Jóvenes «hikikomori» del Japón que caviláis con fatalismo ante un cuenco con arroz, a saber si el mundo será vuestro.
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