Desde que Dwight Eisenhower y John F. Kennedy, protagonizaron el traspaso de poderes en una gélida y soleada mañana en enero de 1961, la ceremonia de inauguración de la presidencia se ha convertido en la gran fiesta del distrito federal. Más de medio millón de personas asistirán en directo a la segunda y última toma de posesión de Obama como presidente.

Hace más de medio siglo, Kennedy lanzaba una ilusión y una esperanza para un mundo más libre en plena guerra fría con la Unión Soviética y China. Estados Unidos acabó ganando treinta años después la batalla a un adversario poderoso que negaba la libertad de los pueblos y sus ciudadanos. El siglo XX fue, definitivamente, una victoria de las democracias liberales encabezadas por Estados Unidos y por los aliados europeos que quedaron destruidos al término de la guerra.

Los derrotados de ayer han vuelto a resurgir y pretenden desbancar a Estados Unidos y Occidente del liderazgo económico y político internacionales. China es una gigantesca fábrica mundial y los oligarcas rusos se pasean por Europa con fajos de euros y dólares para comprar lo que les viene en gana. Ni en China ni en Rusia se han producido cambios que generen más seguridad y mayores libertades para cientos de millones de personas que no las han conocido durante siglos.

Obama tendrá que gestionar esta nueva realidad internacional con la desventaja de tener que recurrir a los acuerdos con los republicanos que no le van a dejar que cumpla sus promesas electorales. El problema es el de todos los presidentes y consiste en convencer al Congreso para que autorice medidas que aumenten los recursos del Estado y aseguren el cumplimiento de sus promesas.

Algo parecido ocurre en Europa, donde la división política en los estados y en las propias instituciones europeas entorpecen decisiones del todo imprescindibles y necesarias. En Europa y Estados Unidos aparecen casos flagrantes de corrupción y se magnifican los problemas. Así es la democracia, siempre en crisis y mostrando siempre sus deficiencias. Pero, aunque parezca contradictorio, el progreso siempre está del lado de la transparencia política.