Pero, pienso yo, la culpa es suya. ¿Qué habría pasado si no hubieran colgado las fotos en Facebook? Pues que probablemente nadie los habría pillado jamás. El ego les ha perdido.

No ha sido ése mi caso. Yo sólo cuento esto a los 21 millones de visitantes de elmundo.es a toro pasado. Además, yo siempre llevaba conmigo alguna otra forma de identificación oficial. Pero hace tiempo (como dos años) que decidí hacer la prueba y ver hasta dónde podía llegar con un pasaporte tan viejo, primero, que se le caía la foto (es que un día que llovía a lo bestia se me mojó) y después con ese mismo pasaporte igual de hecho trizas pero con los bordes recortados.

La respuesta es:

1.         En cuanto a importancia: a las cumbres del G-20 de Pittsburgh (septiembre) y Washington (diciembre), en las que estuve como a cinco metros de Barack Obama en una rueda de prensa y charlando un rato con Joaquín Almunia; y a la asamblea de primavera del FMI, donde podría haber matado a gorrazos al presidente de la venerable institución, Dominique Strauss-Kahn, lo que habría supuesto, sin duda, una pérdida notable para el mundo y, sin duda, para el Partido Socialista Francés;

2.         En cuanto a lejanía: a Kenia. Fue precisamente en el aeropuerto de Nairobi, en julio de 2008, donde un funcionario me explicó que mi pasaporte estaba tan hecho polvo que la foto estaba a punto de caérsele. Algo que nunca me habían dicho en Dulles o Reagan, en Washington, por ejemplo.

No sólo eso. Cuando me dieron el pasaporte nuevo, me di cuenta de que el número que había puesto un número equivocado de pasaporte en las solicitudes de credenciales a todas esas cumbres (y en los formularios que hay que rellenar para entrar en EEUU, que más que una medida de seguridad parecen una muestra del mejor Larry David, con esas preguntas tan divertidas de si eres terrorista o genocida).

Ése sí que fue un error mío. Y ahí sí que no tenía un Plan B si me pillaban (fundamentalmente, porque no sabía que estaba haciendo nada mal)

Al menos, no me ha pasado como a una persona que conozco, casi tan despistada como yo, que hizo Nairobi-Heathrow-JFK-Dulles con una botella de agua (comprada en la calle en Kenia) y un sacacorchos que bastaría para destripar a toda la tripulación de los aviones en los que viajaba.

¿Qué significa esto en mi opinión?

Que la mayor parte de los controles de los aeropuertos no valen para nada. Que simplemente se han convertido en un negocio formidable para las empresas a las que el Estado ha subcontratado esos servicios y que el hecho de que no haya más atentados es una muestra de la existencia del Ángel de la Guarda, no de la eficacia de esas medidas que parecen destinadas a torturar a los pasajeros con registros abusivos colas eternas y manoseos impúdicos.

Eso sí: ahora ya tengo todo: mi pasaporte nuevo, reluciente y ciertas nociones acerca de dónde está el número del documento. Salahis del mundo, yo os absuelvo.