El Banco Central dispuso formalmente que no se vendan divisas al tipo de cambio oficial, mal llamado libre, cuando el motivo es el ahorro. En rigor se está sincerando una situación de hecho, ya que la AFIP no ha estado autorizando compras con ese fin, aunque desde hace unos días el formulario de presentación había incluido esa alternativa. Esta inclusión fue meramente para evitar los reclamos judiciales que ya se habían iniciado impugnando la autoridad de la autoridad impositiva para poder negar la compra de dólares.

En lo conceptual y formal es poco entendible que existan cajas de ahorro en dólares y que el Gobierno rechace ese tipo de ahorro. Pero no es la cuestión formal la relevante. Cada avance intervencionista implica un paso con consecuencias negativas y un nuevo cercenamiento de las libertades individuales.

No se puede modificar por decreto el comportamiento de la gente cuando responde a razones lícitas que no afectan ningún principio moral. Es lógico que cualquier ciudadano argentino quiera preservar los ahorros que provienen de su esfuerzo y a la vez mantener un alto grado de liquidez para emplearlos cuando sea necesario. Para eso en cualquier lugar de mundo está la moneda, que para ese fin debe cumplir con el atributo de ser reserva de valor. No lo cumple una moneda que se desvaloriza por la inflación. Cuando esto ocurre necesariamente se recurre a otra moneda en la cual pueda confiarse.

Seguramente ningún argentino ni el propio Gobierno creen que la inflación en nuestro país es la que mide el Indec. Esos números aun siendo manipulados muestran una inflación mayor que la de gran parte del resto del mundo. Las mediciones privadas y las de algunas provincias que se resistieron al sometimiento estadístico informan de un crecimiento de los precios minoristas del orden del 25 por ciento anual. Por otro lado, una política de bajas tasas de interés para depósitos en pesos, acorde con la inflación fraguada del Indec, hace que éstos se licuen. ¿Cómo puede entonces esperarse que los argentinos atesoren pesos? La propia familia Kirchner pasó los últimos años ahorrando en dólares, antes de que la Presidenta anunciara que pasaría esos ahorros a pesos.

El intento de pesificar contra los hábitos y la lógica se ha mostrado también en la supresión de la autorización de compra de dólares para créditos hipotecarios. No le ha sido suficiente al Gobierno observar cómo se ha desplomado la actividad inmobiliaria con las restricciones cambiarias ya instrumentadas. Es una grave demostración de insistencia en el error que hundirá aún más la compraventa de inmuebles. También con fuerte tono intervencionista se obliga a los bancos a destinar a préstamos para vivienda, con intereses de subsidio, una parte de su cartera, lo que producirá que suban las tasas de interés y se restrinja el crédito para otros destinos.

La Argentina ha transitado hacia una chavización de su economía y de sus instituciones. La recesión económica en la que estamos entrando, en vez de combatirse, se alimenta con estas políticas que deterioran aún más la confianza y ahuyentan la inversión. El control de cambios y de importaciones ya ha causado un fuerte impacto en la producción y en el nivel de actividad, con el consecuente clima de conflictividad social.

Urge revisar completamente las políticas oficiales para poder aprovechar una nueva oportunidad que nos brinda el mundo. Asistimos a niveles récord de precios agrícolas y hay una corriente importante de inversiones directas y dinero barato hacia los países emergentes que ofrecen un marco apropiado. Es falso que "el mundo se nos cayó encima". Ocurre exactamente lo contrario y la historia dará cuenta de las deplorables políticas que no sólo no nos permiten aprovechar esa circunstancia, sino que nos llevan a una pérdida de las libertades individuales, a un deterioro de las instituciones y a una inevitable crisis económica.