En esta Honduras, mal gobernada y saqueada, que nunca ha salido del subdesarrollo y donde las grandes mayorías siempre han vivido en crisis económica, todo puede empeorar.

Y es que al desastre mundial creado por el libertinaje del mercado, también hay que agregar un exagerado incremento al salario mínimo que está provocando la pérdida masiva de empleos en diversos sectores de la economía formal e informal.

Continúa el cierre, principalmente de micros y pequeñas empresas o por lo menos la reducción de costos para intentar sobrevivir al vendaval financiero.

Largas colas de personas haciendo el respectivo cálculo de sus prestaciones en la Secretaría de Trabajo así lo confirman.

Pero también la mediana y la gran empresa están siendo sacudidas por la devastadora crisis, como lo demuestra el hecho de que solo en los primeros dos meses del año ya se superó el número de compañías que solicitaron la suspensión temporal de trabajadores lo que, además de dejar a estos últimos sin ingresos y en la incertidumbre, es una clara señal del posible cierre definitivo si la situación no mejora en el corto y mediano plazo.

Aunque ni en los propios Estados Unidos de América, que desde el año pasado comenzó a aplicar medidas anticrisis, se han visto resultados positivos, esperemos que, con todo y lo tardío, finalmente el gobierno hondureño ponga en marcha su plan y que sea efectivo.

Pero para que así sea, el gobierno debe ponerle fin a la pachorra que actualmente lo tiene hasta sin el presupuesto para el presente año, al igual que a la confrontación. Estos son tiempos de consensos, de acciones conjuntas y voluntades unidas.

Mientras, es fundamental que todos los sectores nacionales estén plenamente conscientes de la gravedad del asunto y, por lo tanto, actúen en consonancia, siendo generosos a la hora de aportar y muy comedidos a la hora de pedir. Indudablemente estos son tiempos de privaciones, de sacrificios, de frugalidad, pero debe ser para todos por igual.