Ciertamente, hablar de crisis en la Argentina suena a economía. La crisis, para la sociedad se mide en cifras. Está siempre a la altura del bolsillo: ese es su punto justo y allí se teje y desteje el presente y el futuro. Esta realidad es tan insoslayable como conflictiva. Si acaso, no se han alterado los índices, si el invierno viene con tanta suerte que ni siquiera hace falta consumir garrafas y descubrir, entonces, qué pasa, si la electricidad todavía alumbra y el dólar se mantiene – artificialmente o no – dentro de la banda que lo contiene desde hace meses, entonces, la crisis -para la ciudadanía- no es tan crítica…

No se trata simplemente de un juego de palabras. Se trata, si se quiere, de la idiosincrasia nacional o de la experiencia que, a veces, no enseña como debiera. Los argentinos nos “acostumbramos” a entender cómo crisis las debacles de la economía. La crisis política, incluso, apenas si es un apéndice de la primera. ¿Qué pasó con Raúl Alfonsín, por ejemplo? El por qué dejara la Presidencia antes de tiempo se reduce a la escalada inflacionaria de aquellos días. Con la caída de Fernando De la Rua sucede algo similar: en la memoria colectiva quedan los ahorros confiscados, los saqueos, el corralito. Todo lo que enmarca a esas variables y que, quizás pudieran explicar con mayor racionalidad los motivos de esos sucesos, se limitan a explicaciones académicas para unos pocos. Para la gente, para la masa, lo que tira abajo un gobierno es la plata. Un reduccionismo complejo, simplista pero cierto.

En ese marco, la Argentina de hoy día no resulta crítica. Sí, la población en general admite que el Presidente es un poco “patotero”, a algunos no les gusta el estilo de confrontación permanente, a otros le parece peligroso que se haga de tantos “enemigos” y, a muchos ni les va ni les viene. No podemos auto convencernos de que nuestro pensamiento y el de quienes nos rodean en un “micro clima” esencialmente parejo es compartido por el total de los argentinos. Tampoco es bueno convencerse de que las encuestas, que le otorgan al gobierno un 70 u 80% de imagen positiva, sean verídicas. Ni una cosa ni la otra.

Hay una parte importante de la población para la cual la crisis actual de la Argentina que se halla en el seno de las instituciones y que, desde ya, puede llegar a arrasar en algún momento, la economía no reviste trascendencia. ¿Puede condenársele por ello? No, si entendemos que “educar al soberano” ha sido, en las últimas décadas de la República un slogan vacío, una mera frase efectista. En este aspecto podría realizársele una observación al líder de la UCR, devenido lavagnista: Si con la democracia se come, basta. Si no alcanza para educar no importa. La gente igual aguanta.

Quiérase o no, duela bastante como duele el escribirlo o se lo acepte sin alterarse, la historia y, el estar dónde estamos, hace que la famosa proclama alfonsinista pueda simplificarse sin que nada cambie. El bolsillo manda y el bolsillo define si la gravedad de la crisis por la que se atraviesa. En términos aún más indignantes pero realistas vendría a ser algo así: “Si me va bien, la crisis no es mi problema”, en caso de admitir que la crisis existiera… Mirarnos al espejo, a veces, cuesta.

Néstor Kirchner sabe de estas debilidades. Las manejó como un artista en Santa Cruz mientras era gobernador. Y considera que, la Argentina, es hoy “su provincia”. Como tal, la maneja. De allí que, la crisis tenga un alcance discutible. Nos abarca a todos, la entienden algunos pero el alcance de su magnitud es de pocos…

Desde ya que, en este trance, una crisis institucional inevitablemente hará que todo crecimiento económico ya sea del 9% o del 4% -como se estima caerá en el 2007- termine afectado y recalentando el nervio electoral de los ciudadanos, es decir: el bolsillo. Pero para eso hay un trayecto aún no recorrido. Y en el mientras tanto, puede una Cámara en lo Contencioso Administrativo revocar una decisión apelada por el Gobierno y considerar que las leyes secretas sean constitucionales sin que nadie hable.
“Son algo no querido pero necesario”, justificaron con eso, por ejemplo, el pago de sobresueldos. ¿Terminan, entonces, las causas al respecto?

El eje del debate político hoy se centra en dos temas capaces de diezmar, aún más, la credibilidad de la dirigencia: los superpoderes por un lado y los decretos de necesidad y urgencia por otro. Aunque, en rigor de verdad, el tema sea uno sólo y no aporte demasiado la desvergüenza oficialista a la hora de los planteos. El problema que jaquea a la Argentina es la suma del poder público que está teniendo el Presidente ya sea con superpoderes o con decretos indiscriminados “legalizados” o no por el Congreso. Pero a su vez, el Congreso en sí es uno de los problemas que tenemos los argentinos aunque no reaccionemos a tiempo ni a simple vista nos afecte de lleno.

La crisis institucional no se creó la semana que pasó con el pedido de superpoderes ni con los DNU. A la institucionalidad viene diezmándosela desde hace ya algún tiempo y se evidencia en casos concretos como el de la “destitución” del electo diputado Luis Patti o el cambio “radical” de Eduardo Lorenzo Boroccotó, por citar un solo ejemplo. ¿Qué valor institucional tiene el Parlamento? La respuesta es perversa. Desde lo teórico, el Poder Legislativo representa un pilar fundamental de la República. En la práctica, la cosa se ve distinta. Aunque se haya convertido en un apéndice del Ejecutivo, el Congreso tiene que estar. Es “políticamente correcto”. Ahora bien: ¿Representa realmente al pueblo? Sin duda, generalizar es injusto pero la verdad es que la representación parlamentaria de los argentinos está en terapia intensiva desde hace mucho.

El “qué se vayan todos” no se sigue oyendo pero las vueltas de la vida pueden volver a entonarlo. El problema es ya nadie sabe a ciencia cierta qué voces son las que están hablando. Las que se escuchan en el recinto son las mismas que se escucharon años atrás cuando esa proclama estaba tan viva. Eso es lo contradictorio. Eso es lo que hace que toda la desvergüenza quede en una sátira narrada como crónica periodística. Y es que no hay otra racionalidad que no sea el oportunismo político, para explicar algunas conductas (tanto de la bancada oficialista como de la opositora) 

Lo paradójico si se tiene en cuenta es que lo que el pueblo necesita hoy es lo mismo que necesitaba hace unos años. Posiblemente, hace unos años, había más cuidado en las maneras que las que hay hoy en día. De allí que el pedido de superpoderes ni siquiera se enmarque en un contexto de emergencia de la economía. ¿Cuál es el marco? La previa a un año electoral que sólo tiene de certeza la necesidad de contar con abultada caja.

Tal es la incredulidad en sí mismo que, el Gobierno, necesita asegurar su sustento por las fauces más cuestionables. Está visto que la economía, determinante del voto, entonces no es tan óptima como se dice. De lo contrario, ¿no basta el crecimiento, los índices maravillosos que se publican, el congelamiento de precios, las retenciones, los subsidios para garantizarle, a Néstor Kirchner, otro período? Es sospechoso.

El artículo 29 de la Constitución no es un texto creado hoy. Hace años que proclama el mismo enunciado: “El Congreso no puede conceder al Ejecutivo nacional, ni las Legislaturas provinciales a los gobernadores de provincia, facultades extraordinarias, ni la suma del poder público, ni otorgarles sumisiones o supremacías por las que la vida, el honor o las fortunas de los argentinos queden a merced de gobiernos o persona alguna. Actos de esta naturaleza llevan consigo una nulidad insanable, y sujetarán a los que los formulen, consientan o firmen, a la responsabilidad y pena de los infames traidores a la patria”

¿Es esta la primera vez que la suerte de los argentinos queda librada a merced de un gobierno? Ciertamente, no. Pero puede ser la primera vez que, encima esa actitud se legitime sin que nadie haga nada y el pueblo se mantenga en el letargo que le proporciona el bolsillo aún cerrado. A la inseguridad, mientras tanto, nos acostumbramos…

La mayoría que tiene el Gobierno en el Congreso hace prever que los superpoderes y los decretos terminen convalidados. O sea, ya no habría mecanismo de control alguno lo que equivale a decir que el Estado pasa a detentar la sumatoria del poder público. Sino se reclama ahora, ¿cuándo? Lo que está en juego no es la economía solamente, sino la República toda. ¿Se entiende?

Lo que acontece en Venezuela con Hugo Chávez, lo que se percibe en Bolivia con Evo Morales está a la vuelta de la esquina. La relación de la Argentina con el mundo civilizado está en un mal momento. Las deudas con países europeos se mantienen en status quo, Estados Unidos no está para quedarse observando qué pasa en este lado del planetario. Hasta el mandatario venezolano puede darse vuelta y erigirse en acreedor privilegiado. Y, Néstor Kirchner, por más que quiera parecerse a Hugo Chávez, no está sentado sobre barriles empetrolados….

La universidad de Buenos Aires sigue en terapia intensiva. Estado “reservado”. La salud permanece colapsada: en carta de lectores se agradece que “pese a la falta de insumos los médicos pudieron hacer algo”, los medios de comunicación son jaqueados desde Balcarce 50 y no logran pararse en el lugar adecuado: no en fiscales ni en justicieros, sino en informantes de la verdad (con excepciones, claro) En ese trance son erigidos ahora como “adversarios” sacándole el rol a neoliberales, uniformados, empresarios. ¿Qué queda en la Argentina sin trastabillar?

El traspaso de roles es tan rápido que la gente termina sin saber quién es quién, quién es bueno y quién es malo…

¿Estamos dispuestos, los argentinos a ceder la institucionalidad sin chistar porque el bolsillo todavía no está afectado? Y ¿cuál es el margen que queda hasta tocarlo? Quizás esas sean las preguntas que deben tenerse presente si no se entiende lo fundamental que está siendo cuestionado.

Sin embargo, hay una esperanza que puede aparecer para devolver la perdida credibilidad y esa esperanza se encuentra en el tercero de los poderes que deben velar por la institucionalidad de la Argentina. Claro que, a esta altura, confiar en la Justicia e pedir demasiado. Pero siempre hay un santo al que prenderle una vela…

Que los superpoderes lleguen a la Corte Suprema sería el primer escalón en la larga carrera que hay que transitar para resucitar la calidad institucional perdida. Esto explica – no justifica -, el afán de los gobiernos argentinos por mantener el Mayor Tribunal de Justicia “disciplinado”…

La crisis institucional es tan seria como la de la economía, pero también representa para los argentinos una oportunidad: la de reaccionar. Hoy más que nunca, esa resurrección le cabe a la oposición. El reciente quiebre del ARI, el coqueteo de la UCR con Roberto Lavagna sin salirse de la supuesta “concertación”, la búsqueda inexplicable del justicialismo por definir lo indefinible de su situación no parecen auspiciar resultados óptimos. 

Las crisis de la economía dejan al descubierto las carencias de una sociedad y la ineptitud de sus dirigencias. Las crisis institucionales, por el contrario, lo que dejan sin maquillaje es la miseria, la falta de honor y de ética.

PD: Francia acaba de perder el Mundial. Quien estaba a punto de ser electo como “EL” jugador del campeonato, Zidane, en el apuro se descontrola. La intolerancia y la primacía de la bronca lo dejan sin cargo…

GABRIELA POUSA

(*) Analista Política. Lic. en Comunicación Social (Universidad del Salvador) Master en Economía y Ciencias Políticas (ESEADE)