El último escándalo de corrupción italiano, destapado la pasada semana en Roma, se ha bautizado con el nombre de Parentopoli (la ciudad de los parientes). La fiscalía de la capital está investigando la contratación irregular, por designación a dedo, de hasta 1.850 personas en sociedades dependientes del Ayuntamiento, sobre todo la que gestiona los transportes públicos (Atac) y la encargada de las basuras (Ama). Se trata de gente que obtuvo un empleo gracias a sus conexiones familiares, políticas o de amistad. 

El descubrimiento del gigantesco chanchullo municipal ha sido un golpe demoledor al alcalde, el derechista Gianni Alemanno. El jefe de su escolta ha tenido que dimitir por su implicación en el caso. Los romanos confiaban en que el derechista Alemanno sería más eficiente y honrado que sus predecesores de izquierda, pero los hechos lo desmienten. 

El problema es que la parentopoli es una enfermedad endémica italiana, una lacra cultural, que afecta a todas las instituciones públicas y contamina de manera transversal a partidos de derecha, centro e izquierda. Nepotismo, amiguismo, corporativismo, enchufismo o el simple "yo te doy y tú me das" son formas de conducta muy asentadas, difíciles de erradicar. 

El extendido recurso a la recomendación recuerda la España de hace treinta o cuarenta años. En Italia este sistema arcaico, semifeudal, está aún vivísimo. Es un lastre al desarrollo, a la modernización y a la eficacia a todos los niveles. Un prelado español que ocupa un alto puesto en un dicasterio vaticano comentaba hace poco a quien firma este artículo que ha recibido peticiones inverosímiles de recomendación, al suponer los solicitantes que su cargo le abría automáticamente puertas. Por supuesto el prelado tiene que andar con con cuidado al rechazar las demandas. La gente puede ofenderse porque las recomendaciones se consideran algo de lo más natural. 

La falta de promoción transparente, sea en el ámbito empresarial o en el académico, y la gerontocracia en las posiciones de liderazgo están entre las razones que fuerzan a los jóvenes talentos italianos a emigrar. Miles de licenciados abandonan el país cada año, rumbo a destinos donde piensan que su futuro profesional puede ser más favorable, como Alemania, Suiza, Gran Bretaña o EE.UU. Es un problema muy serio al que ha aludido en ocasiones el presidente de la República, Giorgio Napolitano. El periodista Sergio Nava ilustró muy bien la situación en un libro publicado el año pasado, La fuga dei talenti,en el que se narraban 27 historias de otros tantos jóvenes cerebros italianos que, hastiados por el bloqueo de su país, decidieron hacer las maletas y trabajan en el exterior.

Son muchas las causas de la alergia a la meritocracia en Italia. Existe en el país una desconfianza innata hacia el Estado. No digamos a la limpieza de concursos u oposiciones. Por lo tanto la gente siempre se ha refugiado en la familia, en los amigos, en los círculos privados de la sociedad, en el "yo te doy y tú medas". Es comprensible. Puro instinto de supervivencia. Pero la perversión última del sistema no deja dudas. 

Los políticos son conscientes del problema. Gianfranco Fini, el presidente de la Cámara de Diputados y ahora rival de Silvio Berlusconi, aludió tangencialmente en su libro Il futuro della libertà,hoja de ruta de su nueva aventura política tras haber roto con il Cavaliere.Fini usó el término familismo amoral,del antropólogo norteamericano Edward Banfield, para advertir del peligro de que los italianos sigan dando tanta prioridad al bienestar particular frente al bienestar público. 

Los políticos italianos, sin embargo, no son los más indicados para dar lecciones. Si existe un colectivo profesional que sea percibido por la población como una burbuja de privilegiados, es el de los políticos. Se les denomina, de forma despectiva, en su conjunto, la casta. El término ganó aún más popularidad a raíz de un libro superventas con el mismo título (el subtítulo era el siguiente: "Así se convirtieron los políticos italianos en intocables y lo continúan siendo"). La obra, escrita por dos periodistas del Corriere della Sera,incluye anécdotas divertidas y datos muy interesantes.

Resulta chocante saber, por ejemplo, que la presidencia de la República Italiana, ocupada por figuras a menudo muy ancianas - Giorgio Napolitano tiene 85 años-cuesta cuatro veces más que la monarquía británica. 

Los políticos italianos se cuentan entre los mejor pagados de Europa. Son personas mimadas con generosas pensiones, dietas y todo tipo de comodidades. Cualquier cargo intermedio tiene ya su autoblu,el coche oficial. En las administraciones regionales y locales es un escándalo el número de asesores que maman de las ubres del erario público. 

La actual crisis política es un indicativo de la fuerza de los privilegios. En septiembre no cayó el Gobierno, en parte, porque ir a elecciones anticipadas significaba que muchos parlamentarios no sumarían dos años y medio en el cargo y por tanto no tenían derecho a pensión. Ahora, ante la moción de censura del martes, circulan insistentes rumores de compraventa de votos. Es la metáfora de una casta atrincherada en la defensa corporativa a ultranza.