Las reformas aprobadas consisten en 26 enmiendas a la Constitución establecida en 1980 tras un golpe de Estado. Tales modificaciones constituyen, según Erdogan, un paso fundamental para avances democráticos en consonancia con las aspiraciones de Turquía de ingresar a la Unión Europea. A partir de las reformas se obliga al ejército a rendir cuentas ante las cortes civiles, se cierra el paso a nuevos golpes militares y se otorga a los servidores públicos civiles el derecho de huelga. Sin embargo, la oposición considera que el incremento en la capacidad del Parlamento de designar jueces constituye una forma de enmascarar un mayor control de las cortes, las cuales en el pasado reciente han entrado a menudo en conflicto con el Ejecutivo. Los cambios también incluyen la remoción de la inmunidad de la que gozaban los protagonistas del golpe de Estado de 1980.

Hay sin duda varios ángulos a considerar en el triunfo de este referéndum cuyas características prometen resultados mixtos. Por una parte, es cierto que el gobierno de Erdogan ha conseguido menguar la fuerza de la estructura militar que ha sido la más importante fortaleza donde tradicionalmente se atrincheró el proyecto de una Turquía secular tal como la concibió Mustafá Kemal Ataturk en los años 20 del siglo pasado. En consecuencia, se registra un avance de las fuerzas religiosas islámicas que pretenden tener más relevancia en múltiples aspectos de la vida nacional. Pero por otro lado, las reformas han transitado por vías democráticas y apuntan a un mayor control de fuerzas políticas diversas que manifestaban tendencias totalitarias inoperantes para efectos de la incorporación de Turquía en el entorno europeo de la Unión. Los buenos comentarios que el referéndum y sus resultados concitaron en varios dirigentes europeos y en la administración de Barack Obama son significativos de que se trató de un paso que es apreciado positivamente.

Un efecto colateral que aparece adicionalmente en este desarrollo es que la pugna entre Erdogan y el ejército al que ahora se le ha restado poder, es que muy probablemente ello conlleve un distanciamiento mayor respecto de Israel, en la medida en que los lazos más sólidos existentes entre Ankara y Jerusalén están anclados en la colaboración militar. El triunfo de Erdogan lo coloca en un nivel más alto en cuanto a pretensiones de liderazgo regional, pretensiones que ha mostrado con gran claridad en una serie de intervenciones mediadoras en disputas y acontecimientos relevantes en la zona. Sin embargo, queda abierta la incertidumbre de qué tanto podrá este régimen mantener el equilibrio para no caer en el jihadismo islamista y volverse así comparsa de las fuerzas extremistas del vecindario -léase Teherán y asociados-. Es obvio que para elevar el prestigio y el poderío turcos el gobierno está obligado a mantener firmes sus contactos y su influencia sobre todas las partes sin caer en extremos que lo descalifiquen a ojos de algunos de los actores más importantes que se mueven en este conflictivo escenario regional. Navegar con sensatez en esas turbulentas aguas es por tanto la consigna, porque de no ser así, el país estaría en riesgo de perder una oportunidad de oro en cuanto a posibilidades de desarrollo interno e inserción política de alto nivel en el mundo globalizado del siglo XXI.