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13/03/2013 | La elección del nuevo Papa - Horror vacui

José Manuel Vidal

La Iglesia católica funciona como un mecanismo de precisión: todo está previsto, controlado y la institución tiene respuestas para todas las preguntas y hasta para los eventuales supuestos. Lo único que no puede aguantar es el 'horror vacui', la sensación de vacío prolongada.

 

El cónclave representa el momento más crítico de ese vacío: una Iglesia sin Pedro. O una Iglesia cuyos príncipes encerrados en una "jaula de oro" tienen que encontrar la persona que encarne la síntesis de todas las corrientes eclesiales. Y nombrarlo Papa en el menor lapso de tiempo posible.

Aunque la Iglesia es maestra en la "complexio oppositorum" (en casar tendencias opuestas y hacer síntesis y lograr consensos), para evitar el vacío, en el ADN eclesial está inscrito que los cónclaves tienen que ser breves. Al menos, en los últimos tiempos. Los largos, muchos a lo largo de la historia, sólo trajeron desgracias a la Iglesia.

Por ejemplo, el cónclave de Viterbo, que eligió a Gregorio X posee el récord de duración: 34 meses, casi tres años. La silla de Pedro quedó tanto tiempo vacía que se tomaron medidas tan drásticas como el encierro de los cardenales en la sala de deliberaciones o el racionamiento de los alimentos de los purpurados. Tanto se prolongó el cónclave, que durante el proceso perecieron tres de los cardenales electores.

Una situación así sería hoy impensable. La Iglesia es otra y el cardenalato va perdiendo ínfulas de poder para convertirse en un servicio. De hecho, desde 1846 comienzan los cónclaves cortos: Pío IX se decidió en 3 días, y León XIII (1878) en otros tres. En 1903 fue elegido sumo pontífice Pío X al quinto escrutinio.

En 1914, el cónclave que eligió a Benedicto XV duró cuatro días. En 1922, cinco días y salió como papa Pío XI. Su sucesor, Pío XII, fue elegido en solo dos días en marzo de 1939. Juan XXIII (1958) tardó cuatro días en salir, tras 11 escrutinios. Pablo VI (1963), tres días y 6 escrutinios.

Juan Pablo I (1978), fue elegido en dos días y sólo 4 escrutinios. Juan Pablo II, en tres días y 8 escrutinios. Y Benedicto XVI (2005) fue elegido papa al segundo día y solo 4 escrutinios.

Comunión y presión mediática

En el lenguaje eclesiástico a la unidad se le llama comunión. Escenificarla, hacia afuera y hacia adentro, es la máxima prioridad de la Iglesia. Hacia adentro, para evitar el riesgo de cismas. Y hacia afuera para dar muestras de firmeza, de roca segura e inamovible ante las asechanzas de los enemigos.

Por eso, el máximo pecado del que se le puede culpar a un eclesiástico es el de romper la comunión. Un cónclave largo daría pie a especular con divisiones internas en el colegio cardenalicio, discrepancias, rupturas y más que santas hostilidades.

A la obsesión por la comunión hay que añadir la presión mediática. Los cardenales saben que los medios de comunicación (con todo el coste que supone su desplazamiento masivo) no pueden aguantar más de tres o, al sumo, cuatro días, pendientes del humo de una chimenea. El ciclo de la novedad informativa se cerraría y los medios dejarían de prestar el máximo interés al cónclave.

Todo rema, pues, en favor de un cónclave razonablemente breve. Con otra razón más de tipo coyuntural: que estamos a las puertas de la Semana Santa, la semana litúrgica por excelencia en la Iglesia católica. Los cardenales no pueden restar protagonismo a los misterios santos de la pasión de Cristo. Y, además, dado que la mayoría de ellos son arzobispos, están deseando regresar a sus diócesis para celebrar con los suyos los misterios de estas solemnidades.

En cónclave la Iglesia parece sentirse huérfana y desvalida y tiende a llenar con urgencia el hueco. Y eso que, en esta ocasión, sigue habiendo un Papa en la sombra, un Papa emérito que aminora el "horror vacui". Además, una Iglesia sin Papa es una Iglesia incompleta, pero no en peligro ni en situación de emergencia. Al mando de la barca de Pedro permanece siempre, según la fe católica, el propio Cristo.

El Mundo (España)

 


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