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01/01/2008 | Los orígenes del gobierno de gabinete

Benito Nacif

Leí por primera vez La constitución inglesa, de Walter Bagehot, hace más de diez años. Las palabras con que Harold Wilson se refirió a esta obra describen mi propia experiencia: estimulante, elegante, persuasivo y fresco.

 

¿Por qué un libro, escrito hace 140 años, a cerca de la constitución política de una pequeña isla de Europa del norte sigue siendo interesante? ¿Qué problema intenta resolver que aún sea “nuestro”?

En cierta forma, La constitución inglesa es un libro que nació viejo. Su propósito era persuadir a la élite que gobernaba Inglaterra en el siglo XIX de los riesgos de la extensión del sufragio. Al igual que Alexis de Tocqueville y John Stuart Mill, Bagehot anticipaba que la rápida inserción de las masas en la política podía dar lugar a una peligrosa forma de tiranía. Sin embargo, La constitución inglesa salió de la imprenta poco después de la reforma de 1867, que condujo en Inglaterra a una ampliación significativa del electorado.

Una de las razones para recordar a Bagehot es que fue el primero en formular el argumento de la superioridad del “gobierno de gabinete” hoy conocido como sistema parlamentario sobre el sistema presidencial estadunidense. En su análisis, la constitución estadunidense aparece como un arreglo rígido que limita la capacidad de producir un gobierno eficiente y responsable. Harold Wilson retomaría estas ideas en su Gobierno congresional, un texto influyente que rompe con el culto a la constitución, que se había impuesto en EU durante el siglo XIX.

Pero La constitución inglesa es más que un simple precursor de las críticas contemporáneas de las democracias presidenciales. Se trata de un texto provocador que desafía tres grandes paradigmas del pensamiento político decimonónico: la doctrina de separación de poderes, el constitucionalismo y el republicanismo.

Hoy en día, la separación de poderes es parte de una tradición constitucional que se ha perpetuado en los llamados sistemas presidenciales. Sin embargo, la doctrina ha perdido la influencia que alguna vez tuvo en el pensamiento político. Difícilmente alguien se referiría a la separación de poderes como el secreto para “la preservación de la libertad y la prevención de la tiranía”, según fue conocida durante el siglo XVIII.

En La constitución inglesa, Bagehot se lanza contra Montesquieu, el más connotado expositor de la doctrina de la separación de poderes. Lo acusa de admirar, sin entender, a la constitución inglesa y, como resultado, de propagar una idea equivocada de la misma. Para Bagehot, la clave de la estabilidad y el buen funcionamiento del gobierno inglés no era la separación, sino la “fusión” de los poderes ejecutivo y legislativo. El error de Montesquieu fue no darse cuenta de que la Corona se había convertido desde el siglo XVIII en una parte meramente “venerable” del cuerpo político y que el poder ejecutivo se había desplazado al gabinete, una comisión del parlamento.

Bagehot también veía los experimentos constitucionalistas, tanto en América como en Europa, con enorme escepticismo. La constitución inglesa no era un resultado de un mero ejercicio “literario” de sus élites ilustradas. Era el producto viviente de la experiencia política. Constituía el triunfo del sentido común sobre la abstracción, de la moderación sobre el radicalismo, de la flexibilidad sobre el dogmatismo.

La clave para entender la evolución constitucional inglesa era la distinción entre las partes “venerables” y las partes “eficientes” del cuerpo político. Las partes venerables como la Corona y en buena medida el Parlamento representaban la continuidad con el pasado, mientras que las partes eficientes, como el gabinete, constituían los órganos activos en los que se localiza el poder político. Para Bagehot, el gobierno de gabinete fue resultado de la evolución política inglesa y la lucha por establecer límites al poder de la Corona. De ahí su escepticismo con respecto a la posibilidad de exportar esta forma de gobierno a otros países. Lo que hoy en día llamamos “ingeniería constitucional” va a contrapelo de las enseñanzas de la historia.

Finalmente, Bagehot presenta una crítica del republicanismo revolucionario. Cuando escribió La constitución inglesa, EU, el más exitoso experimento republicano de la época, venía saliendo de una destructiva guerra civil. Las repúblicas de Iberoamérica habían degenerado en un ciclo de revoluciones y dictaduras. El republicanismo en Francia había fracasado. La estabilidad y el progreso sólo se habían restablecido bajo el imperio de Napoleón III. En cambio, Inglaterra, el país más rico y poderoso del siglo XIX, se había transformado de forma silenciosa en una “república disfrazada”. La Corona se había convertido en un órgano meramente “venerable” de la constitución. El nuevo secreto de la eficiencia era el gabinete.

Por mucho tiempo, La constitución inglesa ha sido un “secreto bien guardado”. Afortunadamente, una reciente reedición a cargo del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM la ha puesto nuevamente al alcance del público. Enhorabuena.

benitonacif@gmail.com

Excelsior (Mexico)

 



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fecha
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15/01/2008|

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