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07/01/2008 | Líderes hasta la muerte

Georgina Higueras

Los Bhutto ya se han situado en el altar de las grandes dinastías que, al igual que los Kennedy o los Gandhi, cambiaron sus países. La lucha incansable por la democracia y la tragedia les han convertido ya en un mito. Y la saga continúa

 

Conspiración y poder, veneno y gloria, bombas y dolor, pistolas y fama, horca y lágrimas... La saga de los Bhutto va ligada a un destino de sangre, a la misma violencia que corroe las entrañas de Pakistán, el convulso país que los miembros de esta familia aman hasta la muerte. Los Bhutto han sido y son víctimas de su ambición política, del ansia por dominar una sociedad que ni olvida ni perdona, por controlar una nación creada en 1947 para proteger a los hijos de Alá y que se deshace en guerras fratricidas. Benazir, su estrella más fulgurante, fue asesinada el pasado 27 de diciembre. Su hijo, Bilawal, de tan sólo 19 años, ha sido llamado a tomar el relevo en este trágico camino.

La muerte no tiene piedad con esta familia que muchos comparan con los Kennedy en Estados Unidos y con los Gandhi en la vecina India. Tres dinastías que han dejado su impronta en el devenir de sus países y que han sido selladas por la tragedia. Tres familias hechas leyenda porque, sin ellas, hoy no podría entenderse su historia, son parte indeleble de ella. Sagas marcadas por una oscura maldición, un pájaro de mal agüero que se empeña en perseguir a sus miembros hasta exterminarlos.

Benazir, de 54 años, es el último ejemplo. La vida ha mecido en un siniestro vaivén a esta espectacular mujer, cuyo logro más fascinante fue su penetración en un mundo de hombres musulmanes -la mayoría de ellos de mentalidad feudal- enarbolando la bandera de los valores occidentales. La gran paradoja fue el carisma con que los conquistó. En aquella primera campaña electoral de 1988, Benazir parecía el flautista de Hamelín, siempre seguida de fabulosas masas que se habrían tirado al mar por ella.

Su asesinato ha conmocionado al país y ha desatado una extraordinaria acusación por la burda forma en que el Gobierno ha tratado de tapar los hechos y su eventual responsabilidad. El Gobierno se ha visto obligado a pedir públicamente disculpas por la versión sobre la muerte de la ex primera ministra facilitada por el portavoz del Ministerio del Interior, Yaved Iqbal Chema. En el mayor de los dislates, Chema señaló que Benazir Bhutto murió porque se clavó la palanca del techo del coche blindado al golpearse por efecto de la onda expansiva de la bomba de un suicida. Mientras, la cadena paquistaní de noticias en inglés Dawn emitía el vídeo de un aficionado en el que se ve cómo un hombre joven, bien rasurado, vestido a la occidental, con gafas oscuras y con aspecto de agente secreto, saca una pistola y dispara contra la líder del PPP, que cae al interior del coche. Detrás de él, envuelto en el tradicional manto de la etnia pastún, aparece el supuesto suicida, que instantes después se hace estallar matando a 23 personas.

"Quieren encubrir con mentiras su responsabilidad en la muerte de Benazir. Ella pidió reiteradamente protección y no se la dieron", asegura Saira Irshad Jan, una prima de la fallecida. Tanto la familia, como el PPP, como el resto de la oposición responsabilizan al presidente, Pervez Musharraf, de la muerte de Benazir, a quien ni tan siquiera se le ha realizado la autopsia. La mayoría sostiene que se debió a una conspiración de "agentes gubernamentales", entre los que se podrían encontrar miembros del poderoso Servicio de Inteligencia Interior (ISI), del Buró de Inteligencia (IB) e incluso del ejército.

Educada en colegios cristianos y en las universidades de Harvard (EE UU) y Oxford (Reino Unido), Benazir estudió ciencias políticas y quería ser diplomática, pero la política le venía de raza. La primera incursión familiar en los asuntos del Estado fue protagonizada por su abuelo, Shanawaz, un adinerado terrateniente de la provincia de Sind, que entabló estrechas relaciones con las autoridades del Raj, el imperio británico indio.

Ya comenzaron entonces las apariciones de la guadaña: Sikandar Bhutto, el primogénito de Shanawar, moría de una neumonía en 1914, a los siete años. Le siguió su hermano Imdad Alí, que a los 39 sufrió una cirrosis fulminante en el mismo año de 1953, en que nació Benazir, hija del menor de los tres hermanos Bhutto y el único que quedaba vivo: Zulfikar Alí, fundador, en 1967, del Partido Popular de Pakistán (PPP).

La carrera política de Zulfikar se había iniciado una década antes, cuando en 1958 asumió la cartera de Energía y se convirtió en el ministro más joven del Gobierno del golpista Ayub Jan. Poco después era su principal consejero en temas internacionales, lo que le valió la cartera de Exteriores, en 1962. La alianza entre estos dos hombres se rompió como consecuencia del acuerdo de paz entre India y Pakistán después de la segunda guerra por Cachemira, cuyos términos fueron criticados por el jefe de la diplomacia paquistaní.

Presidente de Pakistán entre 1971 y 1973 y primer ministro entre 1973 y 1977 -fue el primer jefe electo de un Gobierno civil-, si fuesen ciertas todas las bonanzas que Benazir cuenta de su padre en su autobiografía, La hija de Oriente sin duda nos encontraríamos en otro país. En otro Pakistán en el que la intolerancia, la corrupción y la tortura habrían desaparecido.

Lo que eleva a los Bhutto no es lo que han hecho por Pakistán, sino la barbarie de los regímenes militares instalados tras sus mandatos populares. Su mayor éxito es la batalla incansable por establecer una democracia. Sus gobiernos, sin embargo, dejaron mucho que desear, y, sobre todo en el caso del rey de la dinastía, su política económica de corte socializante y profundamente corrupta supuso un frenazo para el crecimiento del país.

La figura de Zulfikar sigue siendo, aunque muy popular, más que controvertida. Muchos paquistaníes decidieron perdonarle todo el día de 1976 que fue ejecutado en la horca; otros sienten una especie de culpa que lavan con el silencio hacia su persona; y entre los primeros y los segundos, el ex presidente y ex primer ministro ha sido casi elevado al lugar sagrado que ocupa el fundador de la patria, Mohamed Jinnah. Los estudiosos, sin embargo, recuerdan que la represión en los años setenta en Baluchistán -la región más rica del país en recursos naturales, como gas, petróleo y minerales- y los abusos de los derechos humanos realizados entonces por su ejército inflamaron el nacionalismo de esta desértica provincia suroccidental, fronteriza con Irán, que ahora amenaza con romper el país.

Fue precisamente su jefe del Ejército, Zia ul Haq, quien protagonizó el golpe que arrojó del poder a Zulfikar en 1977, que acababa de ganar las elecciones, y quien lo llevó hasta la horca. El régimen de Zia ul Haq (1977-1988) fue especialmente brutal. La tortura era una práctica habitual. La prensa estuvo amordazada; las libertades, restringidas, y las cárceles se llenaron de presos políticos. Otros muchos simplemente desaparecieron. El general jamás mostró clemencia, ni siquiera cuando se la pidieron numerosos jefes de Estado para que no colgara a Bhutto, cuyo juicio fue amañado. Y Zulfikar murió así, en 1979, ejecutado en la horca tras ser juzgado por fraude electoral y autorización para matar a un opositor.

Pero en Pakistán, más que en otros muchos sitios, la venganza se masca despacio, y los violentos aguardan siempre su oportunidad de cobro. En agosto de 1988, un accidente aéreo acabó con Zia, la plana mayor de su ejército y el embajador de EE UU en Islamabad. Sus enemigos eran tantos -incluido el Pentágono, que le apoyó hasta descubrir que Zia tenía su propia agenda política- que hasta ahora no se sabe de dónde llegó el cesto de mangos que le ofrecieron al montarse en el avión para volver a la capital.

Escribe Benazir de aquella dramática noche del 4 de abril de 1979, en la que el verdugo ahorcó a su padre mientras ella y su madre permanecían detenidas en la Academia de Policía de Sihala: "En aquel momento juré que no descansaría hasta que la democracia volviera a Pakistán. Prometí que la llama de la esperanza que él había encendido seguiría viva".

Nunca ese juramento se ha hecho tan evidente como en los últimos 70 días de vida de quien su padre llamara Pinkie. Cuando, el pasado 18 de octubre, Benazir Bhutto regresó al país tras ocho años de autoexilio, su coraje y sus ganas de luchar parecían más vivas que nunca. Quienes trataron de callarla aquel mismo día con un brutal atentado del que salió ilesa, pero en el que murieron 143 personas, se encontraron con que hablaba aún más alto y no le temblaba la voz cuando les acusaba públicamente de formar parte de las "fuerzas destructoras" de Pakistán.

No la amedrentaron, ni lograron apartarla de las multitudes de desarrapados en las que se crecía, ni paralizaron su campaña electoral hasta que la mataron. "Éste es un país de gente que trabaja para ganarse la vida. Aquí no tienen cabida ni los extremistas, ni los insurgentes. He venido a luchar por Pakistán. Estoy dispuesta a asumir riesgos por la democracia", repitió una y otra vez.

Esta semana, en círculos de la oriental provincia de Punjab contrarios a los Bhutto, era fácil escuchar cómo algunos acérrimos enemigos de Benazir le rendían homenaje por la bravura de sus últimos mítines, en los que denunciaba los abusos de la dictadura de Musharraf, el extremismo islámico y la penosa pobreza que azota a tres cuartas partes de los 165 millones de habitantes.

Tal vez la crítica más acerada que sufrió Benazir a su vuelta al país fue la de su sobrina Fátima, hija de su hermano Murtaza, asesinado en 1996 cuando ella era primera ministra. "La postura política de la señora Bhutto es una mera pantomima. Sus negociaciones con los militares y su impropia voluntad hasta hace pocos días para formar parte del régimen de Musharraf ha señalado de una vez por todas a las crecientes legiones de fundamentalistas a lo largo del sureste de Asia que la democracia es sólo un disfraz de la dictadura", declaró Fátima el 14 de noviembre al diario Los Angeles Times, tras vaticinar que se aproximaban "tiempos inciertos" para Pakistán.

Murtaza, para vengar la muerte de su padre, fundó al principio de la década de los ochenta en Afganistán -entonces ocupado por los soviéticos (1979-1989)- un grupo radical denominado Al Zulfikar, que actuó como brazo armado del PPP. Su misión era desestabilizar la dictadura con ataques y secuestros de aviones. Mientras tanto, su hermano menor, Shanawaz, moría en extrañas circunstancias en Niza (Francia). Según la familia, envenenado, aunque no se descarta que fuera por una sobredosis.

En las elecciones de 1993, Murtaza Bhutto se presentó desde el exilio como candidato independiente y ganó un escaño. Su posición política estaba muy a la izquierda del PPP, y el enfrentamiento con su cuñado, Asif Zardari, el marido de Benazir, fue inmediato. Según relata la misma Bhutto, el intento de Murtaza por solucionar la situación terminó a golpes: su hermano "humilló" a su marido cortándole la mitad del bigote. En 1996, Murtaza era cosido a tiros junto con seis simpatizantes que le acompañaban en el coche. Un tribunal concluyó que el complot policial que lo mató no pudo formarse sin apoyo oficial.

No es de extrañar, por tanto, el odio que Fátima -nacida en Líbano en 1982- había almacenado contra su tía. Ella y su madre, Ginwa, se presentan ahora a las elecciones por el PPP-SB, la escisión del Partido Popular que lideran. La tragedia, sin embargo, permitió, al menos por unos días, borrar las diferencias y dejar a un lado las críticas. Los tres miembros de la familia del asesinado Murtaza -Fátima, su hermano Zulfikar y su madre- se presentaron de inmediato en la casa familiar de los Bhutto en Naudero, junto a la ciudad de Larkana.

El dolor revivido por el asesinato del padre permitió a Fátima derramar un río de lágrimas sobre sus primas Bajtuar y Asifa, de 17 y 15 años, quienes durante los funerales por su madre se mantuvieron ausentes y distantes, como si la tragedia las hubiera golpeado de tal forma que no entendieran el mundo que las rodeaba. Ninguna fue capaz de llorar.

Bilawal, sobre el que ha caído todo el peso del destino de la dinastía, sí logró, sin embargo, dar rienda suelta a su pena ante el cadáver de su madre. Cinco días después, al ser entronizado como el líder del PPP, le juró "venganza" públicamente. Y parafraseando a Benazir, dijo como primer discurso político: "No hay mejor venganza que la democracia".

Estudiante en Oxford, donde terminará su carrera, el joven, aunque predestinado a tomar algún día las riendas del partido fundado por su abuelo, se mantenía fuera de los flashes y de los periodistas. Sólo en 2004 dio una entrevista al prestigioso diario paquistaní Dawn, en la que al preguntarle sobre si tenía pensado dedicarse a la política dijo sin saber que sus cartas estaban ya marcadas: "Ya veremos cuando termine mis estudios, pero me gustaría ayudar al pueblo paquistaní".

Zardari, nombrado copresidente del PPP, se encargará de los asuntos del partido, pero el candidato a primer ministro será el vicepresidente Amín Fahim. Para muchos miembros del PPP, Zardari es la bestia negra que engatusó y engañó a Benazir -con la que se casó en un matrimonio arreglado, pero del que ella se enamoró perdidamente- y causó todos los males del partido. Sus defensores, que también los tiene, destacan, sin embargo, que es "el único dirigente actual que ha pagado sus deudas" con ocho años en la cárcel.

Tras el golpe de Musharraf, Zardari fue encarcelado por su supuesta conexión con el asesinato de Murtaza Bhutto y por múltiples acusaciones de corrupción. Permaneció en prisión hasta finales de 2004 en este su segundo periodo de enclaustramiento. Ya antes, entre 1990 y 1993, sufrió condena por diversas acusaciones de corrupción.

En el avión que hace dos meses la llevaba desde Dubai (Emiratos Árabes Unidos) hasta Karachi, la capital de su Sind natal, BB (Bibi), como la llaman los paquistaníes, estaba radiante. Se había vestido de verde y blanco, los colores de la bandera nacional, y no quiso desaprovechar la oportunidad de saludar a los periodistas que la acompañábamos. "Si queremos salvar a Pakistán del extremismo necesitamos la democracia. Los terroristas quieren tomar mi país y vamos a pararles", dijo a EL PAÍS, después de asegurar que no tenía miedo. Sus asesinos la estaban esperando.

El Pais (Es) (España)

 


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