Los ungidos de la revolución ciudadana arguyen que el Ecuador es blanco de una perfectamente orquestada cruzada internacional de desprestigio periodístico. Los defensores del proyecto político en auge aseguran, sin que se les mueva un músculo, que existe una admirablemente calibrada conjuración internacional para desacreditar al Régimen, para impedir los avances del progresismo  reaccionario y para destrozar, de una vez, la unidad latinoamericana. En otras palabras, el oficialismo nos quiere hacer creer que los medios de comunicación de buena parte del mundo –los periódicos, las estaciones de radio y los canales de televisión – se han puesto de acuerdo para distorsionar la imagen internacional del Ecuador. Una rueda de molino demasiado grande, ¿no creen?

Ya me imagino una conspiración de esa naturaleza. Una mañana de estas se despierta el director del New York Times (el buque insignia del periodismo imperial), se despereza, desayuna y se dirige a la oficina. Cuando llega a su despacho, prende la computadora y decide emprender una conspiración contra el Ecuador. Seguidamente, llama a su colega del Washington Post y le propone mancillar la imagen de nuestro país. El mandamás del periódico capitalino se entusiasma y le manda un correo electrónico al editor del parisino Le Monde. El periodista francés pliega a la confabulación, no oculta su satisfacción, alza el teléfono y convence inmediatamente a los propietarios del diario El País, madrileño, para que distorsionen la verdad y para que desinformen al mundo entero. Solamente así se explica – por más ridículo que suene- una intriga total contra la imagen del Ecuador, contra nuestra dignidad, contra nuestra soberanía informativa. Una guerra mediática diseñada para mancillarnos sería así de chusca. Una guerra mediática concebida para desinformar al mundo entero sería así de improbable. Así de inaudita. Así de insostenible.

Mientras nos tratan de convencer de esta inverosímil excusa, mientras nos intentan hacer tragar este cuento de que toda la prensa del mundo se ha alineado contra el Ecuador, las preguntas se multiplican, las dudas se reproducen y los signos de interrogación siguen en el aire. La crisis con Colombia parece alargarse artificialmente para mantenernos a todos distraídos, mientras la Asamblea Constituyente prepara una Constitución de laboratorio. La crisis con Colombia nos ha dejado -por lo menos a mí- más dudas que certezas, más incertidumbres que convencimientos. La imagen internacional del Ecuador se ha deteriorado, no por una conspiración en contra nuestra, sino por la ofuscación verbal. Por las versiones contradictorias y por los dobles discursos: sabíamos que los líderes guerrilleros paseaban en Ecuador, pero en realidad no sabíamos nada. ¿Una campaña mediática internacional? Bah.