Nunca antes habían contendido, con posibilidades reales de triunfar, un afroestadounidense, una mujer, un hispano, un veterano de Vietnam con cáncer, un predicador evangélico y un mormón practicante. Barack Obama, Hillary Clinton, Bill Richardson, John McCain, Mike Huckabee y Mitt Romney hicieron de estas primarias no sólo las más emocionantes y diversas, sino también las más simbólicas y representativas en mucho tiempo.

En esta ocasión, como tal vez nunca antes, los precandidatos reflejaron la enorme diversidad y complejidad de la sociedad estadounidense, el peso de las religiones y las iglesias, del género y la raza, del dinero y la influencia de los medios de comunicación.

Los dos candidatos que prevalecieron son atípicos hasta para sus propios partidos. McCain, un hombre poco dado a cuidar las formas del establishment, atrevido en sus maneras y en los temas de fondo. Obama, además de lo ya dicho, representa una especie en extinción: el político de las zonas marginadas urbanas.

Obama tiene una capa de teflón que le ha permitido salir bien librado de los cuestionamientos que su contrincante y correligionaria le lanzó. La verdad sea dicha, y sin menospreciar las capacidades negativas de la pareja Clinton, hasta ahora Obama ha tenido un día de campo, sin mayores cuestionamientos que los pueriles que buscaron en su nombre y en su origen rastros musulmanes, o que pretendieron desacreditarlo a través del que fue el pastor de su iglesia en Chicago.

Ya terminada esa etapa, Obama podrá esperar un auténtico bombardeo por parte de la implacable maquinaria republicana, conocida por su selectivo manejo de la verdad. Independientemente de lo que uno pueda opinar acerca de la ética de las campañas sucias o negativas, es innegable que funcionan, y a los republicanos les funcionan particularmente bien.

¿Cómo olvidar la manera en que lograron poner en duda el heroísmo y la honorabilidad de John Kerry, cuyas condecoraciones y hazañas militares de poco le valieron frente a las tácticas guerrilleras de los operadores de la campaña de George W. Bush, que seguramente estarán a las órdenes de John McCain en el desesperado intento republicano por conservar la Casa Blanca por unos años más?

Con todos sus muchos atractivos, Obama no es invulnerable. Podrían pesar en su contra lo mismo su condición étnica que la historia de su familia, el carácter de su esposa que sus antecedentes políticos en Chicago, su relativa inexperiencia o sus filias y fobias religiosas. También influirá —y mucho— su selección de candidato a la vicepresidencia y el rol que juegue Hillary Clinton, sea o no la elegida para ese puesto.

Aunque no sea políticamente correcto hablar de la negritud de Obama, en este caso es claramente relevante porque lo es para la sociedad y para los votantes estadounidenses. No es lo mismo el universo relativamente reducido y poco representativo de los simpatizantes demócratas que la población en general de EU, y existen muchos reductos en que el racismo abierto o encubierto sigue siendo un factor determinante en la vida cotidiana y en las opciones políticas. Es éste un racismo bien oculto, que no aparece en las encuestas, que no se dice en voz alta, pero que resurge al momento de hacer una contratación, de aceptar a un vecino, de votar por un candidato.

Ya me referiré, en próximas columnas, a los riesgos de y para Obama, que puede —o no— ser el próximo presidente de EU.

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