Tras un solemne anuncio presidencial, jaleado por los presentes en la Casa Rosada, quedó claro que el gobierno había decidido dar un paso trascendente, pero unilateral y absolutamente inconsulto, con el ánimo de cumplir los compromisos adquiridos.

Si bien hay una discrepancia en torno a las cifras, lo cierto es que Argentina va a pagar. Pero, ¿cuánto? Según la presidenta Kirchner, y gracias a las reservas del Banco Central, se pondrán sobre la mesa 6.706 millones de dólares, el monto de la deuda vigente. Por su parte el Club de Paris dice que se le deben 7.900 millones, lo que supone una diferencia de 1.200 millones, una cantidad apreciable y que cubre no sólo los pagos vencidos sino los por vencer. Pese a esta discrepancia, la discusión de fondo es otra.

En este punto cabría preguntarse qué busca Cristina Fernández con una medida semejante. Al respecto, diversos analistas barajan respuestas de diversa índole y que reflejan claramente la complejidad del problema y también de la solución adoptada. Entre otras, podemos mencionar las siguientes hipótesis: 1) mejorar la imagen del gobierno, o bien potenciar su presencia en la vida política interna, muy deteriorada tras el prolongado conflicto con el campo por el tema de las retenciones a las exportaciones; 2) enviar un claro mensaje a los mercados internacionales de que el fantasma del default era sólo un recuerdo del pasado, pese a tratarse de un tema cada vez más presente, especialmente a partir del deterioro de la coyuntura económica argentina; 3) facilitar el acceso del país a los mercados financieros internacionales, especialmente tras el fiasco de la última compra de bonos argentinos por parte del gobierno venezolano (en esta ocasión se compraron 1.462 millones en Boden 2015 (a cambio de 1.000 millones en efectivo), con lo cual, desde 2005, las ventas totales de bonos soberanos de Argentina a Venezuela alcanzaron un total de 7.802 millones de dólares.

Con independencia de estas cuestiones, llama la atención la persistencia de un estilo abiertamente confrontativo. Abundan las versiones según las cuales hubiera bastado que el gobierno manifestara su voluntad de negociar para lograr una extensión en el pago, a unas tasas de interés relativamente bajas, y sobretodo más bajas que el 15% aplicado por el gobierno de Hugo Chávez en su última operación con los Boden. Ahora bien, y se trata de un detalle no menor dentro del complejo sistema de símbolos, signos y señales manejados por la constelación kirchnerista, este supuesto hubiera requerido convocar al FMI para visar la propuesta negociadora que se debería formular. Esto es algo totalmente inadmisible desde la perspectiva ideológica de Néstor Kirchner, que es quien parece lleva la voz cantante en las cuestiones económicas.

Pese al gesto de firmeza que se intentó transmitir a los mercados, algunos de los objetivos propuestos aún no se han logrado cumplir. El índice del riesgo país superaba el jueves 4 de septiembre los 700 puntos básicos, una cifra muy superior a la de sus vecinos, mientras los bonos seguían perdiendo valor. El pago al contado supone una importante sangría para las reservas argentinas en divisas, que podrían ser necesarias en los dos próximos años, cuando lleguen a término vencimientos por valor de varios miles de millones de dólares. Al mismo tiempo se estaría mandando una señal a los tenedores de títulos de la deuda no renegociados de que las reservas del Banco Central se pueden usar para pagar la deuda externa, lo que colocaría al país en una más que difícil situación.

Finalmente, mientras el tema tuvo una gran repercusión en Argentina, sólo mereció comentarios marginales o de compromiso por parte de los miembros del Club de París. En Argentina se vive un profundo debate sobre las razones y las ventajas de pagar la deuda de esta forma, y también de sus repercusiones políticas y económicas. Al mismo tiempo, dentro del cada vez más reducido núcleo de apoyo al gobierno surgieron algunas disidencias importantes, de grupos que acusaban a la presidenta Kirchner de falta de nacionalismo o de escasa sensibilidad progresista. Mientras, los países acreedores vieron en la medida un gesto de buena voluntad, pero sólo un paso inicial que requiere actuaciones complementarias.

Lo que la comunidad internacional comienza a pedir es una andanada de políticas económicas que se tomen en serio la inflación y los subsidios, aclarando las cifras y reformando el INDEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos), el organismo encargado de elaborar los índices en la materia. También se requiere poner fin a la amenaza de una inminente crisis energética, lo que supone cambiar muchas de las reglas de juego en uso. Para que estas cosas pudieran pasar, Argentina debería ser un país diferente con un gobierno diferente, mucho más atado a la realidad. No es el caso. Para la feria del Libro de Frankfurt 2010, la propuesta oficial fue que el pabellón argentino, el gran invitado de la ocasión, gire en torno a cuatro símbolos: Carlos Gardel, Eva Perón, el Che Guevara y Diego Maradona. ¡Si con la cultura se cometen estas torpezas, qué no se puede hacer con la economía!

Fuente: http://www.infolatam.com/ - Madrid, 4 de septiembre de 2008