Me hago eco de la noticia de la visita del presidente de Rusia, Vladimir Putin, a Israel y, de paso, a Ramalla y a los líderes de la Autoridad Palestina. O, si lo prefieren, al revés: a Ramalla y a los líderes de la Autoridad Palestina y, de paso, a Israel, con su Presidente incluido.

Digo todo esto porque a estas alturas y pasada la solemnidad del acontecimiento me queda una duda que se me antoja difícil -por no decir imposible- de resolver. Se trata de una duda de primer grado, elemental y, tal vez, superficial: ¿Cuál fue el objeto de la visita de Putin?

Las respuestas dependen, como es lógico, del punto de vista de cada uno, donde esté o donde quiera situarse, pero a mi me parece que además de las opiniones subjetivas hay algo que se debería tener por objetivo y que forma parte de una visita -como otras- que de cara a la galería ofrecen una imagen y hacia dentro la imagen es otra. La promesa de armas del presidente ruso a las autoridades palestinas es algo que ha de ser concebido como una especie de transfusión de sangre sobre un goteo internacional permanente que hace que el terrorismo no tenga visos de alcanzar su fin ni a medio ni a largo plazo. La supuesta lucha contra el terrorismo por la que Putin entregará armas a la Autoridad Palestina es, en lenguaje popular, un refuerzo armado para continuar con las interminables escaladas de tensión que imposibilitan y dificultan que en esta tierra se pueda vivir en paz.

Supongo que al mandatario ruso alguien le habrá pedido esas armas previamente. Supongo que no será un gesto descorazonado del gobierno ruso hacia sus eternos aliados palestinos. Supongo, finalmente, que está claro que su propuesta de conferencia de paz en Moscú que con una mano ofrece resulta una forma de burla pasajera que se da de bruces con la acreditación armamentística que ofrece con la otra. Me pregunto cuál será la intención de fondo de toda la parafernalia contradictoria que un día afirma ante los medios que "Rusia e Israel son aliados estratégicos" y al día siguiente los estratégicos aliados son aquellos a los que se les ofrecen armas, helicópteros y demás ayudas para mantener la paz y la seguridad en las zonas estratégicas. Tal vez la clave de todo este embrollo esté en lo de la estrategia y los lugares determinados como estratégicos y todo -desde la misma visita- sea un plan estratégico para no se sabe muy bien qué o para qué.

Al final -como al principio- la visita de cortesía es, además de bien recibida, muy aplaudida por los unos y por los otros, pero con la duda de lo que esconde detrás de sí este tipo de relaciones discordantes que ofrecen flores por un lado y armas por otro. Yo sigo empeñado en que la paz en la región tiene mucho que ver con la política internacional que afecta a otras grandes potencias occidentales que juegan con el mundo para beneficio propio.

Menos mal que algunos países como Israel tienen gobiernos y parlamentos capaces de mantener una diplomacia inteligente dispuesta a consentir que las visitas sean como las que hace el médico a toda prisa. En medio de una encrucijada de caminos, la opción por el diálogo siempre será la mejor, pero esas visitas no se pueden hacer montados en vehículos blindados a sabiendas que las hondas y las piedras no tienen nada que ver con el terrorismo y que el instrumental que impide el desarrollo de un proceso de paz se actualiza gracias a quienes hacen ofertas tan suculentas como las realizadas por el gobierno ruso a las autoridades palestinas. Así, de esta manera, lo único que conseguiremos será añadir una nueva página a esta historia de nunca acabar.