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17/05/2005 | Al Qaida quiere instalar un califato islámico radical en Asia Central

Eduardo Bajo

La revuelta popular en Uzbekistán se extiende por todo el país mientras siguen los choques con el Ejército y los muertos superan ya el centenar

 

Sin el menor sentimiento de culpa, el presidente de Uzbekistán, Islam Karimov, compareció ayer en Tashkent, capital del país, ante los medios de comunicación para explicar su particular visión de lo ocurrido el pasado viernes en la ciudad de Andijan, donde aún ayer continuaban los crueles enfrentamientos entre el Ejército y numerosos rebeldes contrarios al régimen que él mismo encabeza.

Según Karimov, los disturbios fueron provocados por los «akramitas», una corriente del movimiento radical islamista «Hizb i Tahrir», que opera en toda la zona de Asia Central, grupo que en palabras del presidente está compuesto por «extremistas» que luchan en contra las normas de «estado laico» que él impulsó justo después de la independencia del país, en 1991.

Karimov afirmó que el pasado viernes murieron una decena de soldados y numerosos rebeldes, sin precisar cifra alguna y apostillando que «todos ellos eran criminales armados», pero lo cierto es que, según muchos ciudadanos presentes en los altercados, la cifra de muertos podría superar los 300 civiles, según los organismos de Derechos Humanos. La mayoría murieron después de que el Ejército disparase contra la muchedumbre que en esos momentos se manifestaba en la calle.

El detonante.
Ante la pregunta sobre los motivos que impulsaron al Ejército a abrir fuego en contra de los manifestantes, Karimov manifestó que las tropas entraron en acción tras la negativa de los rebeldes a rendirse y recordó que fueron esos mismos rebeldes los que robaron armas de un puesto policial fusilando a una decena de miembros de las fuerzas del orden, justo antes de entrar en la cárcel local y liberar a más de 600 prisioneros. En el día de ayer, las protestas se han extendido a la ciudad de Korasuy, a unos 50 kilómetros al este de Andijan, donde los manifestantes han ocupado edificios públicos, incendiando varias comisarías y oficinas de la Policía fiscal.

A última hora de la jornada de ayer, el número de muertos seguía incrementándose por decenas, mientras que oleadas de uzbekos se dirigían a las fronteras del país con la intención de pasar a la vecina Kirguizistán. Al menos 600 refugiados, entre ellos varios heridos, rompieron los cordones policiales en la frontera y lograron penetrar en territorio kirguís, según informó una fuente oficial de ese país. La mayoría de los refugiados son habitantes de la ciudad uzbeka de Andijan. Por su parte, el secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer, expresó su «profunda preocupación» y pidió a las partes que solucionen los problemas pacíficamente. En un breve comunicado, De Hoop Scheffer señaló que «todas las partes debe poner un freno y deben acabar con las tensiones actuales a través de medios pacíficos». Asimismo señaló que la Alianza Atlántica «espera que Uzbekistán, un miembro de la Asociación para la Paz, honre los principios» de esta asociación, incluyendo «la resolución pacífica de conflictos».

Uzbekistán forma, junto con las ex repúblicas soviéticas de Tayikistán, Kirguizistán, Turkmenistán y Kazajistán, la zona de influencia más importante de Asia Central conocida como Turkistán, territorio codiciado por los grupos islamistas que siempre han planeado establecer allí un califato independiente. Todos estos países tienen en común el haber pertenecido a la Unión Soviética y poseer con una población mayoritariamente musulmana que vive por debajo del umbral de la pobreza, a pesar de contar con unos recursos naturales ricos en petróleo y gas. Aunque la gran particularidad de estas repúblicas reside en el absolutismo de sus Gobiernos, que cuentan con despóticos presidentes llegados al poder en los últimos días del comunismo y que se han perpetuado en el poder a fuerza de represiones y diversas medidas dictatoriales que han dificultado la libertad de Prensa en estos países y han prohibido la existencia de grupos opositores.

Grupo terrorista.
Todo esto ha sido el caldo de cultivo para la proliferación de los movimientos radicales islamistas, que en Uzbe- kistán se han hecho fuertes en el valle de Ferganá, donde el Movimiento Islámico de Uzbekistán ha desarrollado sus actividades en los últimos años perpetrando diversos atentados desde el año 1999. El otro gran movimiento islamista es el Hizb i Tahrir, Partido de la Liberación, creado en 1953 y principal promotor de la idea de un califato independiente en la zona, que fue ilegalizado en Uzbekistán, Kirguizistán y recientemente en la vecina Kazajistán, además de en Rusia, donde se considera un grupo terrorista.

Islam Karimov, presidente de Uzbekistán, ya denunció las actividades de estos grupos y culpabilizó al derrocado régimen talibán de apoyarlos, así como a Arabia Saudí y Pakistán. La presencia de estos grupos en Uzbekistán fue la excusa esgrimida por Karímov para continuar su política de represión, y por la cual en el año 2002, el país contaba con 6500 prisioneros religiosos y políticos, un hecho que fue denunciado por la asociación de derechos humanos Freedom House, que en su informe de 2004 concluyó que Uzbekistán «es uno de los Estados más políticamente represivos del mundo».

Uzbekistán sigue los pasos de Kirguizistán, cuyo presidente Askar Akáyev fue derrocado el mes pasado tras las manifestaciones populares que le obligaron a refugiarse en Rusia, país que nunca ocultó su apoyo al régimen. Esta vez, la partida se juega en Uzbekistán, una república fuertemente apoyada por EE UU y que conforma un preciado territorio tanto para americanos, como para rusos e islamistas.

La Razón (España)

 



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