Ehud Olmert, el primer ministro de Israel y que no se presenta a las elecciones generales del 10 de febrero, fue el más firme partidario de continuar la ofensiva contra Gaza hasta obtener resultados incontestables. Sin miedo a nada, porque a él no le esperaban las urnas.
En el triunvirato decisorio, su titular de Exteriores y sucesora al frente del centrista Kadima, Tzipi Livni, y el responsable de la cartera de Defensa, Ehud Olmert, calcularon cada día la estrategia a seguir en el campo de batalla pensando que del éxito de sus soldados dependería el suyo propio en los comicios. Y bregaron con Olmert hasta conseguir frenar los ataques, temerosos de que un fracaso militar, o demasiados ataúdes, les arrastraran también a ellos a una derrota política.
Pero las encuestas demuestran que el electorado israelí, endiabladamente imprevisible y caleidoscópico, está más allá de las conjeturas de salón de sus dirigentes. Y las últimas encuestas vaticinan que será el derechista Benjamin Netanyahu, -el único líder importante que ha estado al margen de esta guerra-, quien cosechará los frutos de la contienda preelectoral lanzada en Gaza.
Netanyahu, que ha hecho del silencio un arte, no ha alzado la voz durante una contienda que durante meses exigió enérgicamente que Israel lanzara. Pero a su término, el halcón ha sabido entender a la perfección la sensación de frustración de la gente, y se ha lanzado al cuello de Olmert, Livni y Barak por no cuajar contra Hamás la victoria total que tan largamente prometieron. Con él, con Netanyahu, las tropas habrían llegado hasta el final, sostiene. Su discurso de ofrecer a los palestinos mayor autonomía, pero no del todo un Estado, hace fortuna en estos momentos de convulsión. Es tiempo de apostar por el mensaje de derechas. Hasta el ultra Lieberman, del racista Israel Beitenu, sube como la espuma de sus 11 a 15 escaños en los sondeos.