Recientemente, el Secretario General de las Naciones Unidas, BanKi-moon, visitó Myanmar, nombre que la Junta Militar que domina esa nación ha querido imponer, y que en gran parte del país no lo terminan de aceptar, ya que se esgrime el argumento que no podía el gobierno castrense efectuar ese cambio, por lo que muchos, dentro y fuera prefieren llamarla Burma o Birmania.
Desde ha varias décadas Birmania vive a su propio estilo, con escasos derechos para sus ciudadanos, con una represión que horroriza, pues solamente hay que recordar que la Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, vive prisionera en su residencia, sin permiso para recibir a nadie. Además, hay más de dos mil prisioneros políticos, que cada día aumentan en número.
Ella es una mujer ampliamente respetada y querida. Es la hija del héroe de la independencia de su patria, fundador del ejército y figura de la libertad, y aunque de vez en cuando desde Occidente y de otros lugares de la tierra se clame por su liberación, la Junta Militar hace oídos sordos y la situación de ese legendario país asiático no parece que vaya a mejorar. En 1990 los militares ignoraron el resultado de unas elecciones ganadas por el partido de la señora Aung y siguieron con su política represiva, acallando como han querido las protestas de la oposición.
Cuando las Naciones Unidas eligieron a U Thant como Secretario General, Birmania ocupó lugares importantes en la prensa mundial. Era el momento en que los llamados países no alineados, o neutrales, que en realidad nunca lo fueron del todo, asumían roles importantes.
Las Naciones Unidas conocen de sobra esta situación, sobre todo en la parte de Derechos Humanos, repitiendo cada año en la Asamblea General una resolución que naturalmente no es atendida en Rangún, donde los militares hacen lo que quieren, lo que les viene en gana ya que disolvieron el Parlamento, asumiendo en su momento todos los poderes.
Claro que la situación de Honduras no tiene nada que ver con lo que sucede en este país asiático, pero se nos está tratando con más dureza que si hubiésemos cometido todos los crímenes que tiene a sus espaldas la dictadura birmana, tal vez porque no tengamos buenos padrinos o porque los que dicen ser nuestros amigos callan para que no digan nada en algunos países que son alérgicos a ellos.
Birmania tiene un gran aliado que es China, país que inclusive tiene una base militar en una isla de ese país y a su favor está la circunstancia que produce gas natural, cosa de la que nosotros carecemos.
China, además, ayuda a Birmania a soportar el aislamiento a que la han sometido algunas naciones europeas, lo que no impide a los inversionistas buscar en esa nación oportunidades de poner su dinero en busca naturalmente de beneficios. Los chinos les han dado préstamos por valor de doscientos millones de dólares.
Estas reflexiones vienen a cuento al ver la forma cómo se nos pretende asfixiar, haciendo escarnio de la dignidad hondureña, que todo cuanto ha hecho no es otra cosa que respaldar a quienes tuvieron que defender como se podía, con toda presteza una Constitución que iba a ser cambiada y no precisamente para mejorar.
Por eso un reciente editorial del diario El País de Madrid recoge muchos de estos aspectos, señalando que en esa zona del mundo, el desprecio por los derechos humanos nunca fue motivo de fricción.
Pero así son las cosas. A unos los alaban y a otros pretenden castigar sin haber sido oídos por esa llamada comunidad internacional, que tiene tantos raseros como intereses haya en cada lugar.