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03/09/2009 | México - Reformas estructurales ineludibles

Luis de la Calle

Ahora que inicia la 61 Legislatura y el gobierno del presidente Felipe Calderón está en el umbral de la segunda mitad de su sexenio, es importante recordar que las reformas estructurales, de que tanto se ha hablado y tan poco hecho, no son opcionales en el contexto de la globalización.

 

Gracias al comercio internacional —legal, pero si se le obstaculiza, ilegal— y al flujo de capital y trabajo a través de fronteras, las reformas estructurales que no se llevan a cabo se pueden importar incorporadas en bienes y servicios, o los factores de producción —capital o trabajo— emigran hacia economías que se hayan reformado.

Con frecuencia se piensa que el capital fluye de países con dotaciones abundantes y con tasas de retorno modestas, a economías con relativa escasez y rendimientos superiores. De esta manera, pareciera que la convergencia al desarrollo fuera automática. Obviamente, no funciona así: las diferencias en tecnología (estado de derecho, estabilidad, funcionamiento de mercados e incentivos) y fuertes economías de escala provocan el efecto inverso: emigración hacia las economías mejor dotadas. Es por esto que el capital y el trabajo se mudan hacia los países más atractivos aunque aparentemente sean menos competitivos en términos de costos y precios.

Este fenómeno que es cierto para cualquier país con cierto grado de apertura, es inevitable para México. La vecindad con Estados Unidos y la larga y porosa frontera hacen imposible detener el flujo de recursos, bienes y servicios, en la medida de que haya una posibilidad de arbitraje, sin importar qué tanto se invierta en obstaculizarlos.

Por ejemplo, si en México se prefiere no reformar la refinación y la petroquímica, siempre se pueden importar las gasolinas y los derivados de etileno de Estados Unidos. De hecho, ya se hace en importantes y crecientes volúmenes. Se importan también miles de productos derivados como fibras sintéticas, plásticos, químicos, fertilizantes, resinas, materiales de construcción y otros que no son competitivos localmente por la falta de reformas. Además, la ausencia de reformas agrava el problema estructural ya que se deja de educar ingenieros químicos y se termina exportando los pocos que tiene.

De la misma manera, el capital escoge las economías que ofrecen no sólo un retorno adecuado, sino un perfil de riesgo aceptable. En caso de no encontrarlo, no sólo el capital extranjero no viene, sino que el propio y escaso emigra.

La fuerza laboral está sujeta a incentivos similares: emigra cuando no encuentra un ambiente propicio para ofrecer a las familias superación personal y oportunidades de crecimiento.

En los próximos años el atractivo de emigrar de México aumentará en la medida en que la relativa escasez de trabajadores se acentúe en Estados Unidos. La aceleración del proceso de jubilación de los baby boomers incrementará el pull hacia ese país. La tendencia cambiará, además, a atraer trabajadores calificados y no sólo para empleos que requieren menos capacitación y educación.

El cambio demográfico en Estados Unidos funcionará como una poderosa aspiradora de talento y fuerza laboral mexicanos; precisamente el inverso del giant sucking sound predicho por Ross Perot.

Sin modernización, los recursos más valiosos emigrarán a la economía vecina, donde las reformas estructurales ya se dieron y donde los incentivos premian a aquél dispuesto a progresar.

La solución no es, como podrían inferir algunos, tratar de obstaculizar el libre flujo de recursos y bienes, impedir la “fuga de cerebros” y cerrar la economía al arbitraje. Al contrario: México tiene la capacidad económica y demográfica para proveer a Estados Unidos de la fuerza laboral y los bienes y servicios que requiere la generación que empieza a jubilarse. La única opción sensata es crear las condiciones necesarias para que se provean esos bienes y servicios mayoritariamente desde México. Esto implica cambiar los incentivos para la creación de riqueza, transformar el pobre, ineficiente e injusto sistema educativo y de capacitación y generar suficiente talento y capital humano que alcance para ambos mercados.

Aunque suene difícil de creer, México puede proveer el suficiente número de enfermeras, doctores, veterinarios, agrónomos, trabajadores especializados, programadores, controladores aéreos, choferes para el mercado laboral de América del Norte. Les toca a los legisladores entrantes y al gobierno empezar a poner las bases para que lo hagan aquí u optar por el inmovilismo y dejar que la imparable aspiradora de talento y capital que es Estados Unidos succione lo mejor que tiene el país. La solución es adquirir una. La profundización de la reforma educativa es lugar donde empezar.

**El autor es socio de De la Calle, Madrazo, Mancera SC

buzon@cmmsc.com.mx

 

El Universal (Mexico)

 


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