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22/10/2009 | Narco mexicano compra en Estados Unidos a ex militares y corrompen autoridades

Ignacio Alvarado Álvarez y Evangelina Hernández

“Nadie quiere trabajar en un McDonald’s”, dice el alcalde Raúl Salinas, de Laredo, Texas. Traficar con drogas, acepta, es la opción de muchos desempleados.

 

Los cárteles del narcotráfico que operan en Estados Unidos cuentan con un ejército conformado por ex policías, ex militares, jóvenes de entre 13 y 19 años, así como por mujeres.

Sus misiones están bien definidas. Los más experimentados se dedican a la compra de informantes. Las mujeres, a seducir agentes y sobornarlos. Los jóvenes vigilan cargamentos, transportan droga y la venden.

Los soldados del narcotráfico estadounidense, como los define Antonio Castañeda, jefe de la Policía en Eagle Pass, Texas, “han adquirido poder y estructura”.

“Muchachos de 18 o 19 años traen camionetas de 60 mil dólares. ¡Y no trabajan!... Todo eso no cuadra”, explica.

En Laredo, el alcalde Raúl Salinas reconoce que para los jóvenes es más atractivo integrarse a las organizaciones del crimen organizado para trasladar droga, que entrar a un McDonald’s. “Nadie quiere trabajar allí”.

El agente Ángel López, del condado de Webb, explica la función de vigilantes y distribuidores que desempeñan los más jóvenes: “Utilizan su Nextel para guiar los cortos desplazamientos de carros cargados con droga o para venderla a los adictos. Las leyes de Texas no permiten encarcelar a los menores de 16 años, por eso los eligen. Todos son muchachitos de entre 13 y 15 años. Les pagan como 300 o 400 dólares cada semana”, agrega.

El alcalde de Laredo reconoce que hay elementos corruptos, “sin duda”; pero, aclara, no hay dependencias quebradas. En el mismo sentido, Castañeda admite que en Estados Unidos también se dan los sobornos.

Las operaciones de las organizaciones del narcotráfico en Estados Unidos “son inmensas”, pero nunca se verá una aceptación de ello, afirma Antonio Payán, investigador de la Universidad de Texas en El Paso.

Una muestra de la expansión de los cárteles es Laredo, que se ha convertido en bodega del narco. Esta localidad es el puerto fronterizo de mayor actividad comercial con México.

Joe Baeza, portavoz del Departamento de Policía local, comenta que drogas, armas y dinero se ocultan en miles de bodegas, cajas de trailer y vehículos particulares.

La intensa actividad comercial ha detonado enormes complejos de bodegas entre vías de ferrocarril y carreteras secundarias, los cuales, expresa Baeza, son utilizados ahora por narcotraficantes para ocultar drogas. “Es como si escondieran una hoja en el bosque”, describe el vocero policiaco.

A esa zona, agrega el agente López, se traslada la mayor parte de la droga que llega de México. Y para tratar de contener el fenómeno, decenas de elementos, encubiertos y uniformados, merodean los alrededores. Son la gran defensa norteamericana contra las drogas. La misma fuerza desplegada en la frontera con México, cuyo éxito operativo es cuestionable.

Narcos corrompen autoridades de EE.UU.


Cada día decenas de individuos se colocan a media distancia de las garitas internacionales. Son los encargados de dirigir el cruce de autos cargados con droga desde la parte mexicana.

Es lo que hace El Magallanes en el puerto fronterizo de Mexicali. “Te paras unas horas aquí a observar el paso de los vehículos. Luego, cuando detienen a una camioneta o a un camión grande para revisarlo, es tu oportunidad de cruzar”, explica.

Sin más herramienta que sus ojos o la intuición, sujetos como él logran lo que en teoría es imposible: burlar la frontera más vigilada del planeta. Dotadas de alta tecnología y con cientos de elementos entrenados para detectar cargamentos ilegales, las garitas internacionales fallan por algo tan ordinario como la corrupción, dice el catedrático de la Universidad de Texas en El Paso, Tony Payán.

“Los cargamentos cruzan aleatoriamente por los puertos de entrada, en donde cada vez hay más tecnología y cada vez, debido a ello, existen más aduanales corruptos que la dejan pasar. Pero Estados Unidos nunca ha aceptado que su corrupción pueda ser sistémica”, declara. “Los cañonazos de dinero son igual en México que en Estados Unidos”.

La corrupción es lo que permite el enorme desplazamiento de droga no solamente en las líneas de cruce, sino en todo el territorio norteamericano, dicen otros analistas y jefes de policía consultados a lo largo de la frontera sur de Estados Unidos.

“Aquí también pasa eso de la corrupción, nomás que Estados Unidos es muy bueno para tapar esas bronquillas. En Eagle Pass (Texas) hemos tenido elementos de cuerpos federales que los han arrestado, que los han llevado a corte federal, pero la prensa no le pone mucha atención, como a lo que sucede en México”, dice Antonio Castañeda, jefe de policía en esa ciudad.

Para el doctor en sociología de la Universidad de Texas en El Paso, Antonio Payán, las redes del narcotráfico en Estados Unidos alcanzan dimensiones extraordinarias, mayores y más complejas que las que existen en México, y además de la corrupción tienen enfrente un aparato de justicia altamente “burocrático e ineficiente”.

El extendido y profundo tejido del narco opera en cada ciudad y pueblo fronterizos. No sólo almacenan droga, sino la distribuyen en sus localidades, y en cada uno de los procesos que sigue el trasiego y consumo la intervención de estudiantes menores de edad se multiplica.

“Me molesta mucho ver a muchachitos de 13 años consumiendo drogas”, dice Raúl Salinas, alcalde de Laredo, Texas, en donde el consumo es uno de los factores que alientan la desintegración familiar. De acuerdo con el funcionario, casi la mitad de los matrimonios en la ciudad acaban disolviéndose.

La corrupción explica parte de la violencia que comienza a manifestarse en este otro lado de la frontera. “Corrupción hay donde quiera, ¿sabe?”, dice por su parte el sargento de la Policía Estatal de Nuevo México, Chris Valdez.

El oficial tiene su base en La Española, una zona rural al norte del estado, en donde existe uno de los promedios de adicción a la heroína más elevados del país; como consecuencia, las muertes por sobredosis, la prostitución y la miseria han hecho presa a sus habitantes.

“La CNN anunció que el uso de drogas estaba caído. Yo no sé cómo puede estarlo. Aquí no se nota eso. Ahora está más gente usando la droga que cuando comencé a trabajar en el 93. Yo nunca había visto a una persona de 13 años inyectándose o, lo que es peor, mujeres que estén de prostitutas para conseguir una dosis”, dice.

“Esto no es una guerra. La gente sigue muriendo. Todo está arruinado”.

 

El Universal (Mexico)

 


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