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16/09/2005 | Revisitando al capitalismo y la desigualdad de ingresos

Don Boudreaux

"Los defensores del capitalismo reconocen habitualmente que promueve mayor desigualdad en la riqueza. Hasta Ludwig von Mises dice que "la desigualdad en la riqueza y los ingresos es una característica esencial de la economía de mercado". Pero, al igual que Mises, los académicos pro-mercado continúan señalando que la desigualdad es el precio a pagar por la inmensa y extendida prosperidad que es hecha posible incuestionablemente por el libre mercado en exclusiva".

 

Probablemente, la acusación más común contra el capitalismo sea que genera riqueza y desigualdad de los ingresos. La frecuencia de esta alegación da fe del hecho de que ataca desde un coro de grandes cifras de personas. Es muy creíble. Después de todo, ¿quién puede negar que Bill Gates, Warren Buffett, o los comerciantes de bonos tienen por separado muchísimo más dinero que la gente corriente?

 

Los defensores del capitalismo reconocen habitualmente que promueve mayor desigualdad en la riqueza. Hasta Ludwig von Mises dice que "la desigualdad en la riqueza y los ingresos es una característica esencial de la economía de mercado". Pero, al igual que Mises, los académicos pro-mercado continúan señalando que la desigualdad es el precio a pagar por la inmensa y extendida prosperidad que es hecha posible incuestionablemente por el libre mercado en exclusiva. "Cierto, hay más desigualdad en la riqueza", reza la concesión, "pero incluso los más pobres están mucho mejor situados con el capitalismo que sin él".

 

No seamos tan rápidos en reconocer que el capitalismo crea desigualdad en los ingresos.

 

Haga un experimento mental. Imagine que resucita a un ancestro del año 1700 y le muestra un día normal en la vida de Bill Gates. La opulencia asombraría obviamente a su ancestro, pero una apuesta segura sería que lo que causaría una mayor impresión de las características de la vida de Gates sería que ni él ni su familia se preocupan de morir de hambre; que se bañan cada día; que tienen varias mudas de ropa limpia; que tienen dientes limpios y sanos, que enfermedades como la polio, la viruela, la difteria, la tuberculosis, el tétanos o la tos crónica ya no representan riesgos sustanciales; que las posibilidades de que Melinda Gates fallezca durante el parto son un sexto de las que habrían sido en el 1700; que cada hijo nacido de los Gates tiene 40 veces más probabilidades que un niño pre-revolución industrial de sobrevivir a la infancia; que los Gates disponen de nevera y congelador en casa (por no mencionar el microondas, el lavaplatos o las radios y las televisiones); que los Gates sólo trabajan cinco días a la semana y que la familia pasa varias semanas al año de vacaciones; que cada uno de los hijos de los Gates recibirá más de una década de educación obligatoria; que los Gates viajan rutinariamente a través del aire hasta tierras lejanas en cuestión de horas; que hablan sin esfuerzo con gente a millas y océanos de distancia; que disfrutan de las asombrosas interpretaciones de los mejores actrices y actores del mundo; que los Gates pueden disfrutar, cuando y donde les apetezca, de una sonata de piano de Beethoven, una ópera de Puccini o una balada de Frank Sinatra.

 

En pocas palabras, lo que probablemente impresionaría más a un visitante del pasado de la vida de Bill Gates son precisamente esas ventajas modernas que no son exclusivas de Bill Gates - ventajas que disfrutan hoy la mayor parte de los americanos.

 

Y mientras que los americanos modernos se centran en cuanto dinero más tiene Bill Gates con respecto al resto de nosotros, nuestro viajero del tiempo descubriría probablemente que las diferencias que separan a Gates del americano medio serían mucho más reducidas que las abismales diferencias entre su propia vida cotidiana pre-revolución industrial y la vida cotidiana de los americanos ordinarios de hoy.

 

Probablemente también descubriría que las diferencias de riqueza entre los americanos ordinarios y los americanos más ricos son triviales en comparación con las diferencias entre la mayor parte de los homólogos pre-revolución industrial y la realeza que les gobernaba.

 

Antes del capitalismo, la realeza y los nobles tenían acceso exclusivo a grandes reservas de sirvientes y distracciones que hacían sus vidas mucho más agradables que las de la gente corriente. Por ejemplo, los monarcas no empleaban el tiempo en lavar la ropa; sus sirvientes la lavaban por ellos. Cuando llegaba la noche y se necesitaba la luz, los ricos chasqueaban los dedos y los sirvientes encendían las lámparas y candelabros de las enormes mansiones - y éstos y otros grupos de sirvientes vaciaban los orinales de sus señores cuando era necesario.

Cuando quiera que al rey le apeteciera escuchar un cuarteto de cámara o ver una obra, los músicos y los actores de su corte interpretaban para él. Si un poderoso noble o él querían enviar un mensaje a alguien a millas de distancia, un mensajero galopaba para llevarlo. Si necesitaban bañarse, los miembros de la casa real contaban con que los sirvientes fueran y calentaran el agua de sus bañeras. Y solamente los ricos podían permitirse los libros.

 

Un giro de muñeca


En la América moderna, no hay tales diferencias que separen a los ricos del resto de nosotros. Tenemos lavadoras automáticas y secadoras de ropa (y lavanderías ridículamente baratas en los vecindarios) que nos rescatan de perder el tiempo, rompernos la espalda y de labores peligrosas como lavar la ropa al estilo pre-industrial.

Cuando necesitamos luz o queremos escuchar música o ver una película, un giro de muñeca nos trae instantáneamente luz, y tocar un botón conlleva interpretaciones diestras exclusivamente para nosotros en la privacidad de nuestros hogares. Cuando queremos cotillear con un amigo a 3000 millas de distancia, lo hacemos sin esfuerzo. Cada uno de nosotros se baña cuando quiere simplemente abriendo los grifos de agua caliente o fría de nuestras bañeras, y nuestra versión moderna del orinal es vaciada cuando queremos por las conducciones de la casa. Nuestras casas están llenas de libros.

 

El hecho es que los beneficios materiales disfrutados en el pasado sólo por los más ricos son disfrutados en las sociedades capitalistas de hoy por casi todos. El hecho innegable destruye las acusaciones de que el capitalismo genere desigualdad.

 

Defendí esta idea recientemente en una conversación de e-mail. Se me acusaba de reducir la necesidad de los pobres y de los americanos de clase media. Su argumento se reducía a la afirmación de que las cosas materiales como los electrodomésticos, la fontanería o el servicio telefónico son irrelevantes. "¡La vida es más que materialismo!", insistía, coronado con el signo de exclamación.

 

Respondí de este modo: "No comprendo. Dice usted que el gran fracaso del mercado es que distribuye la riqueza demasiado disparmente. Yo veo que distribuye la riqueza - comodidades materiales reales - mucho más uniformemente de lo que la gente se da cuenta cuando mira exclusivamente el dinero. Usted está en lo cierto en que la vida es más, mucho más que materialismo. Pero si usted acaricia esta idea, ¿por qué se preocupa de la cantidad de dinero que tenga la gente? Ciertamente, el dinero es incluso menos significativo que lo que la gente pueda comprar. Pero si usted insiste en creer que la distribución de los activos monetarios es el enfoque apropiado, admitiré orgullosamente ser llamado materialista - dado que entonces le llamaré a usted ´monetarista´. Mejor ser materialista que monetarista".

 

La próxima vez que escuche a alguien lamentar la desigualdad distribución del dinero en la economía de mercado, desafíele a demostrar la relevancia del hecho a la luz del hecho incuestionable de que el capitalismo fabrica continuamente cada vez mayores cifras y variedad de productos y servicios accesibles a cada vez más gente.

 

Donald Boudreaux es presidente del departamento de económicas de la Universidad George Mason y expresidente de FEE.

Diario Exterior (España)

 



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fecha
Título
15/06/2005|

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