Los políticos inexpertos y los gobernantes aprendices de la economía creen que controlando los precios puede detenerse la inflación. En su ignorancia no se dan cuenta que al igual que cuando llueve uno solamente puede cubrirse o esconderse debajo de un techo, pero no hacer parar la lluvia (la que seguirá cayendo sin importarle nuestra opinión), cuando los precios suben es porque existe inflación (en el ejemplo, la lluvia) y que los aumentos de precios (la mojadura) son la consecuencia de la misma y no la causa.
El error de apreciación es grave y tiene muy perjudiciales resultados para todos, pero especialmente para los más pobres y necesitados en la sociedad que siempre deben pagar más que nadie los estropicios de los gobernantes.
La inflación obedece fundamentalmente a un exceso de la demanda sobre la oferta. Comprendido esto la solución parece venir sola: hay que aumentar la oferta, hay que aumentar la producción y especialmente la productividad. Con lo cual la demanda estará satisfecha. Pero, si además, un gobierno emite moneda para comprar, por ejemplo dólares y luego trata de recuperarla ofreciendo bonos a altísimas tasas de interés o cuando aumenta desmedidamente el gasto público, le está dando más presión a una olla que tarde o temprano, habrá de explotar. No es ésa una solución a nada sino patear la pelota para más adelante, pasando tan sólo el momento.. Como ha sucedido demasiadas veces en la historia argentina “que arreglen el entuerto los que vendrán”.
En repetidas ocasiones hemos comentado que los controles de precios nunca sirvieron en el mediano y largo plazo, ni ahora ni en tiempos de Hammurabi hace cuatro mil años. En estos días se habla de “estabilizar los precios de la carne vacuna”. Anteriormente (en junio) se había realizado otro acuerdo para abastecer a la población con cinco cortes de consumo popular. Se pretende ahora más todavía. Que el acuerdo incluya a casi toda la industria frigorífica, a los consignatarios de ganado y a todas las carnicerías existentes en el país. Bueno es decir que los productores de ganado no participaron de las reuniones y no son tenidos en cuenta. Anteriormente intentó hacerse lo mismo con los productos lácteos y con la carne de pollo. Todas estas artes han fracasado por más que el gobierno apele a una supuesta solidaridad que nada tiene que ver con los derechos ni con la remuneración del trabajo de cada uno, incluyendo la amenaza de un aumento de las retenciones como ya se hizo realidad en el caso de los lácteos (queso y leche en polvo) y otras.
Sobre la carne vacuna la disposición gubernamental (Resolución Nº 645/05) tiene el propósito de controlar los precios por el camino indirecto de las prohibiciones de faena a partir del 1º de noviembre de aquellos animales que tengan un kilaje mínimo obligatorio de 300 kilos en peso vivo y fijación de un precio máximo a la media res.
Estas disposiciones intervencionistas, distorsionadoras y equivocadas atentan contra la libertad de producir y comerciar asemejándose a similares y arcaicas normativas destinadas a trabar el libre comercio. Lo peor de todo es que habrán de perjudicar a toda la población, no solamente a los productores. Únicamente los incentivos destinados al aumento de la producción habrán de solucionar los problemas, no las coacciones.
Ante el destino inexorable que les aguarda a las terneras y vacas que pesen más de 300 kilos, seguramente muchas de ellas han comenzado a realizar una estricta dieta o han consultado al doctor Cormillot para salvarse de la medida… Una verdadera cuestión de vida o muerte. Esperemos no tener también rodeos de hembras bulímicas y anoréxicas en nuestros campos
