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28/10/2005 | Agua a la venta: Como La empresa privada y el mercado pueden resolver la crisis mundial del agua

Enrique Pasquel R.

Lima, Perú—Alguna vez escuché que en nuestro país es más fácil cambiar la Constitución que la Ley de Aguas. A quien lo haya dicho no le faltaba razón. Los derechos sobre el agua son un tema polémico y tremendamente politizado, especialmente en los países subdesarrollados donde se ha convertido en el origen de numerosos conflictos sociales, que incluso ponen en peligro al mismo Estado de Derecho.

 

Fredrik Segerfeldt aborda este problema y construye una solución desde la perspectiva del libre mercado. A lo largo del libro, el autor—apoyado en gran cantidad de precisa información recogida en todo el mundo—describe cómo el establecimiento de derechos de propiedad privada sobre el recurso y la privatización del servicio de agua potable son la solución más eficiente para conseguir el acceso universal al mismo.

En los dos primeros capítulos Segerfeldt explica la razón por la cual el agua es fuente de tantos conflictos: Sencillamente, es la base de toda la vida. Si perdemos el 10% del agua corporal o si pasamos unos pocos días sin este líquido corremos un riesgo mortal. El agua, además, es utilizada para prácticamente todas las actividades humanas, incluyendo tareas domésticas, agricultura e industria.

Segerfeldt cuenta cómo cada año más de mil millones de personas contraen enfermedades relacionadas con la ausencia de agua potable a lo largo del mundo y cómo la escasez de agua es responsable de la muerte de más de 12 millones de personas anualmente.

Los efectos económicos de tales problemas también son significativos. De acuerdo a Segerfeldt, se estima que la epidemia del cólera en el Perú—causada en parte por la escasez de agua potable—generó pérdidas que casi alcanzaron los 500 millones de dólares.

La falta de agua, de acuerdo al autor, también es responsable de parte de la pobreza mundial. Los peores niveles de pobreza se deben a la escasez de alimentos y ésta última tiene su raíz en sistemas agrícolas ineficientes cuyo origen es precisamente la escasez de agua.

Segerfeldt también nos recuerda que la buena salud es otro de los factores que facilita el crecimiento económico, por lo que la falta de agua potable—que origina numerosas enfermedades—representa un obstáculo para el crecimiento. En Karachi, Pakistán, por ejemplo, las personas que no tienen acceso a agua potable pierden seis veces más tiempo en cuidados médicos que quienes sí tienen acceso.

Una tercera relación que Segerfeldt encuentra entre la escasez de agua y la pobreza es el hecho que muchas personas en países subdesarrollados pierden hasta seis horas al día por conseguir agua, debido a que las redes de agua potable no llegan hasta sus viviendas.

Finalmente, Segerfeldt resalta que toda industria depende del acceso a gran cantidad de agua, por lo que a las localidades a las que no se extiende la red les es tremendamente complicado atraer inversiones.

El tercer capítulo busca demostrar que—salvo en algunos rincones del mundo—el problema no es la escasez de agua, sino que equivocadas políticas públicas no permiten que se ponga agua potable a disposición de quienes la necesitan. Segerfeldt identifica tres problemas de la administración de este recurso en los países subdesarrollados.

El primero es que no existe la infraestructura necesaria para su recolección, purificación y distribución, y, si existe, no se mantiene adecuadamente. Y la razón es que los países subdesarrollados no cuentan con los recursos para llevar a cabo estas obras. De acuerdo a un reporte del Foro Mundial del Agua citado por el autor, se estima que dentro de los próximos 25 años será necesario que los países en desarrollo inviertan alrededor de 180 mil millones de dólares para garantizar el acceso universal al agua potable. Hoy en día esta inversión no llega ni siquiera a la mitad de lo necesario y, lo invertido, se encuentra pésimamente administrado. Segerfeldt cita el caso del gobierno peruano que para fines de 1993 había gastado 3.4 mil millones de dólares en nueve proyectos de irrigación de gran escala. Estos proyectos solamente lograron un 6.6% del objetivo de crear tierra cultivable y no habían llegado a generar un solo kilovatio de electricidad. Asimismo, costó entre 10,000 y 56,000 dólares el desarrollo de cada hectárea de tierra, mientras el costo normal en la misma región ascendía a solo 3,000 dólares.

El segundo problema de acuerdo a Segerfeldt es que la burocracia encargada de administrar el agua en los países subdesarrollados suele ser poco competente, tiende a ser presa del control político y se encuentra inmersa en una estructura de incentivos ineficiente. Ello, por ejemplo, lleva a que en 32 de 50 ciudades asiáticas el desperdicio de agua llegue al 30%, mientras que en Latinoamérica el desperdicio en lugares donde el Estado administra el agua es de un 40% a un 70%.

Por otro lado, la burocracia cuenta con pocos incentivos para extender la red a más usuarios. Una empresa privada tiene incentivos para ampliarla, pues podrá vender su servicio a más usuarios. La burocracia pública, por otro lado, no tiene incentivos para ser más eficiente, pues los burócratas no percibirán mayores ingresos por ello. En efecto, señala Segerfeldt, a menudo tiene los incentivos contrarios. Por ejemplo, a diferencia de las empresas privadas que tienen incentivos para ahorrar, las empresas públicas tienen incentivos para gastar todo su presupuesto, para lograr que no se lo recorten el siguiente año.

El tercer gran problema que identifica el autor lo desarrolla en el capítulo cuatro. Se trata de la ausencia de propiedad privada sobre el agua. Segerfeldt sostiene que nos encontramos frente a un caso que califica como “tragedia de los comunes” (“tragedy of the commons”), de acuerdo a la popular categoría creada por Garret Hardin. La ausencia de derechos de propiedad privada genera la sobreexplotación del recurso, la cual a su vez genera mayor escasez. La existencia de derechos de propiedad privada permitiría que quien utiliza el recurso asuma tanto los beneficios como los costos de su actividad, generando incentivos para no desperdiciarlo. Asimismo, ello permitiría que los propietarios comercien con el mismo, asignándose así a su uso más productivo. Esta política, precisamente, es la que implementó Chile y la que es responsable de que entre 1975 y 1990—sin mayor inversión en infraestructura—este país aumentara su producción agrícola en 6% al año.

En los capítulos cinco y seis, el autor reseña los problemas que pueden surgir por la privatización del agua y de las redes de distribución, y se concentra especialmente en la elevación de los precios. Segerfeldt, correctamente, indica que uno de los grandes cuestionamientos de la privatización es que el aumento de las tarifas alejará el recurso del los más pobres. La respuesta que él da a esta cuestión es lapidaria: Hoy en día los pobres sencillamente no tienen acceso, por lo que la privatización solamente permitirá poner a su alcance este valioso recurso. Las estadísticas que presenta el autor hablan por sí solas. En los países subdesarrollados más de mil millones de personas simplemente no tienen acceso a la red de agua potable. Los más pobres consiguen agua de camiones cisterna o caminando varias horas hasta algún punto en el que alguien que tenga acceso a la red les venda agua potable. Así, los pobres a los que solamente les quedan estas opciones terminan pagando mucho más que aquellos que si tienen acceso a la red: En Mauritania entre 1 y 100 veces más, en Pakistán entre 28 y 83 veces más, en Bangladesh entre 12 y 25 veces más, en Honduras entre 16 y 34 veces más y en Lima 17 veces más.

En los capítulos siete y ocho, Segerfeldt desarrolla los diferentes mecanismos de privatización existentes y los posibles problemas que dichos procesos pueden enfrentar, como la constitución de un monopolio y la corrupción gubernamental.

En el capítulo final, Segerfeldt nos recuerda que lo que los pobres necesitan es agua, no ideología. “El agua es un derecho humano, no una mercancía”, rezaba uno de los varios eslóganes que utilizaron los manifestantes que protestaban en contra de la privatización del agua en la última reunión del G8. Como en dicha ocasión, la discusión sobre la titularidad del agua suele plantearse en términos ideológicos, cegándose hacia lo que sucede en la realidad y lo que Segerfeldt demuestra contundentemente: el sistema de derechos de propiedad privada es el que ha sido más exitoso en llevar agua a los hogares de los más pobres.

Esta reseña apareció originalmente en la Revista de Economía y Derecho (no. 8, Primavera 2005) de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas.

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Enrique Pasquel R. es profesor a tiempo completo de la Facultad de Derecho de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas.

El Cato (Estados Unidos)

 



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