El liberal Bronislaw Komorowski ganó el domingo la más apretada carrera presidencial en Polonia desde la instauración de la democracia en 1989, derrotando al nacionalista Jaroslaw Kaczynski por seis puntos de diferencia: el 53% de los votos frente al 47%, según resultados oficiales.
A pesar de su victoria final Komorowski, tras una campaña insípida y superficial, consiguió un apoyo mucho menor del esperado, mientras que Kaczynski ha logrado, gracias a una oleada de simpatía popular a raiz de la muerte de su hermano el presidente Lech Kaczynski en un accidente aéreo en abril, salir de un profundo bache de impopularidad al que le había relegado su propia política sectaria y agresiva en los años 2005-2007 y la mediocre presidencia de su fallecido hermano gemelo.
Pero el triunfo tiene para Plataforma Cívica un sabor agridulce. Dulce porque le entrega casi todo el poder: desde el ejecutivo en manos de Donald Tusk, la mayoría parlamentaria que ejerce en coalición con el Partido Agrario, hasta la presidencia de la República. De este modo pone fin a tres años de cohabitación entre un gobierno reformista y liberal y un presidente nacionalista, que paralizaba todo esfuerzo reformador, y allana el camino al gobierno de Tusk.
Y agrio porque, a partir de ahora, los liberales no tendrán la coartada de que sus esfuerzos por reformar las finanzas públicas, acelerar la privatización de ineficientes empresas estatales o reformar la sanidad tropezaban con la sorda resistencia del presidente, que recurría cada vez a un veto que el Gobierno no tenía fuerzas para superar en el Parlamento. El Gobierno y su presidente afrontarán los desafíos planteados por la UE para superar la crisis, como reducir el déficit (supera el 7% del PIB) o reformar las pensiones aplazando la edad de la jubilación.
El bicéfalo régimen liberal de Tusk y Komorowski puede ser ahora rehén o víctima de su propio éxito. Si actúa fiel a su lema electoral de buscar sobre todo consensos nacionales y evitar discordias con la oposición nacionalista, no podrá hacer nada de lo que requiere la situación económica o lo que ha prometido en la campaña y se condenará a la deriva y la inacción. Si emprende las reformas necesarias y prometidas, chocará de frente con la oposición y asumirá el inevitable coste social.
Así, los liberales tendrían que avanzar hacia metas nuevas que han diseñado para atraerse los votos de la izquierda que resultaron decisivos en la victoria del pasado domingo, como establecer un marco legal para regular uniones de parejas homosexuales, introducir una paridad de género en listas electorales o legalizar la financiación pública de la fecundación in vitro, postulados todos ellos categóricamente rechazados por la oposición nacionalista y la jerarquía católica. De hecho, ésta y sobre todo el clero parroquial - muchas veces decisivo a la hora de decantar las preferencias electorales de los campesinos-intervino en la campaña recomendando con inusitado celo votar por Kaczynski y contra de Komorowski, muchas veces calumniado y satanizado.
Las ambiciones del Gobierno chocarán contra el tiempo, puesto que la cómoda situación de no tener una oposición eficaz durará sólo poco más de un año, hasta las elecciones parlamentarias del 2011. La proximidad de las elecciones puede disuadir al Gobierno de emprender reformas o medidas de ahorro que puedan resultar impopulares.
Por la misma razón, la resistencia de la oposición, resucitada tras el excelente resultado de Jaroslaw Kaczynski, será feroz. Kaczynski, a pesar de reconocer su derrota, ha prometido aprovechar su auge de popularidad para dar una dura batalla a la "visión liberal" del Gobierno, al que acusa de elitista y amigo de los ricos, y usarlo como trampolín para reconquistar el poder en las elecciones legislativas.
