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31/07/2010 | México - Sinaloa no es un cártel

Luis Sánchez Barbosa

El tributo más preciso a Culiacán (capital de Sinaloa) lo hizo el escritor chileno Roberto Bolaño en Los Detectives Salvajes. En la parte final de la novela, un grupo de personas viaja en un viejo Impala hacia Sonora en busca de la poeta Cesárea Tinajero.

 

Se detienen en una gasolinera en la periferia de Culiacán y, sin entrar a la ciudad, desayunan, hacen compras, entran al baño y, al salir, Arturo Belano, el protagonista, confiesa: “Cuando salimos el cielo era de un azul profundo, como pocas veces he visto”. La tensión que invade el breve texto se origina en un debate que aprieta todo el tiempo: entrar o no entrar a la ciudad. Al final, asustados por el vértigo que provoca la ciudad a lo lejos, deciden dar la media vuelta y marcharse. 

La precisión de Bolaño no es poética. Entre dos lugares tan distintos como Chile y Sinaloa hay algunas curiosas coincidencias. Las coincidencias no son ociosas. Existen y han existido en ambas sociedades, diminutos esfuerzos de ruptura con la tradición violenta. Esfuerzos encaminados a reasignar valores y cuestionar el escenario cotidiano. El intento de reorganización de los modos de expresión en Sinaloa siempre me ha recordado, con sus distancias, a la experiencia traumática de la dictadura chilena. En la experiencia de la dictadura podemos encontrar algunos caminos que podrían impulsar el esfuerzo que existe por reestructurar, desde el lenguaje, los modos de convivencia en Sinaloa. 

En Sinaloa ha sido imposible comunicar todas las expresiones de la región. La cultura del narco se ha apropiado de toda forma de comunicación y transmite la idea de que no hay otra historia social y cultural en la región más que la propia. Lo curioso es que esto no significa un triunfo de la violencia. Es más bien el intento por hacerla parecer una victoria absoluta; quiebre con el pasado. No se puede borrar un país, pero sí afectar la consistencia de su lenguaje. La violencia infligida sobre la percepción, la comunicación y la historia sinaloenses, ha sido muy profunda. 

Sinaloa es un laboratorio del que se pudo haber aprendido mucho. Hoy se habla sobre los retos de escribir bajo el narco, los analistas barajan políticas públicas, se buscan soluciones locales para problemas globales, se pronuncian discursos huecos y la voces se alzan en nombre de la falsa moralidad que es a veces la indignación. Es muy tarde. La violencia relacionada con el narco se ha transformado significativamente. Hay regiones paralizadas por el miedo, que han sufrido profundos cambios socio-culturales, en ausencia de las autoridades. Mientras México no entienda sus regiones y aprenda a comunicarse con ellas, nunca resolverá un problema global como el narcotráfico. Sinaloa no es más que el último eslabón de una cadena de descuidos. 

El profundo entendimiento de Bolaño por la región deriva de su principal paradoja: la repulsión y atracción por la violencia. Sinaloa es un profundo cielo azul como ningún otro, bajo el cual se mata, se trafica, pero se castiga únicamente por pintar las paredes. Es una sociedad que busca reincorporar a su cultura y a su lenguaje, la energía que la ha caracterizado, la aversión al desencanto y el desprecio por la queja. Sinaloa mantiene su obstinación por no pertenecer a esa tribu de la confortable resignación. Es un lugar sin límites, con los mejores atardeceres del mundo, sin oportunidades reales de cambio y que ha madurado a golpes. Es una sociedad civil que ha tenido que encontrar sus propias soluciones. Sin regionalismo ha sabido aprovechar la creatividad a la que obliga la periferia. Es una región en constante vértigo. Sinaloa no es un cártel, es una región como cualquier otra del país: pobre, sin accesos reales a educación de calidad, sin acceso a salud ni a vivienda. Es una región profundamente desigual y resentida. 

Nunca hemos dejado de sorprendernos y es parte de la lucha que trazamos. Diario existen en gestos tan mínimos como salir a las calles, vivir sin miedo, recuperar los espacios públicos, una tímida pero profunda resistencia. El hecho de que las pláticas, murmullos, televisores, festejos o radios sean interrumpidos por el sonido de alguna bala perdida, no nos convierte en cómplices y mucho menos frente a un sonido como el de la violencia, que es tremendamente vacío. 

El pirata, en Sinaloa, es aquel que siempre toma la ruta distinta. El personaje que no se atreve a ser normal. Sinaloa es un mito, un lugar común, pero también una región pirata que se niega a ser lo que todos quieren: un territorio violento, de interrupción, de muerte, permisivo, indiferente, vago y de doble moral. 

http://twitter.com/LuisModerno

Maestro en Políticas Públicas por la Universidad de Londres.

El Universal (Mexico)

 


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