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12/01/2006 | Evo Morales: crece el número de gobiernos antiyanquis en América Latina. ¿Tendrán futuro?

La Semana Staff

A medida que se acercaba la elección presidencial en Bolivia, el pasado 18 de diciembre, y se afianzaban los pronósticos de una victoria de Evo Morales, crecieron los temores sobre lo que podría ocurrir el día después.

 

Inestabilidad, fraude y hasta violencia figuraban en los cálculos del número sin precedentes de observadores internacionales de todos los pelambres que viajaron al corazón de los Andes.

Pero el día después fue diferente. Los rivales de Morales rápidamente reconocieron la victoria más contundente de cualquier presidente de Bolivia desde cuando se estableció la democracia, en 1980. Desde diversos puntos del espectro político, nacional y externo, hubo manifestaciones de satisfacción por la elección y le dieron la bienvenida al primer indígena que se convierte en jefe de Estado en América Latina. Ante la mirada con lupa que generó su histórica elección, Morales hizo unas pocas declaraciones políticamente correctas y puso todas sus energías en una simbólica gira internacional que comenzó la semana pasada con visitas a Fidel Castro, en Cuba; a Hugo Chávez, en Venezuela, y a José Luis Rodríguez Zapatero, en España.

Con suéter de lana de alpaca y un discurso que no deja dudas sobre sus intenciones de sumarse "al eje antiimperialista de América Latina", la poco usual gira diplomática del Presidente electo boliviano capturó la atención de los medios de comunicación internacionales. Un recorrido inédito, porque la costumbre indicaba que la primera escala, después de un triunfo electoral, quedaba en Washington. Y elocuente, también, por sus destinos: Bruselas, sede de la Unión Europea; Francia; Brasil; Suráfrica, y China. Antes de ponerse en el pecho la banda presidencial que, desde la oposición, obligó a sus dos inmediatos antecesores a quitarse antes de tiempo, Morales está estrechando relaciones con los principales centros de poder que le hacen contrapeso a Estados Unidos en el ajedrez político mundial.

En sus primeras movidas no le fue nada mal. En Cuba, un Fidel Castro exuberante que lo recibió con la convicción de que "el mapa de América Latina está cambiando". Firmaron un acuerdo de cooperación de 11 puntos, que contempla operaciones de ojos a 50.000 bolivianos en la isla, 5.000 becas para estudiantes de medicina y una campaña para erradicar el analfabetismo. En Venezuela, con un Hugo Chávez que acaba de consolidar su poder absoluto en la asamblea nacional sin un solo representante de la oposición, Evo firmó otra declaración que contempla el intercambio de 150.000 barriles mensuales de combustible diesel por productos agrícolas, y la donación de 30 millones de dólares para programas de educación y salud. Y en España, Rodríguez Zapatero, interesado en fortalecer su condición de puente con América Latina, le habló de la posibilidad de condonar "una parte sustancial" de la deuda externa boliviana. Más allá del contenido de estos textos y conversaciones preliminares, las múltiples fotografías del Presidente-indígena con grandes líderes de la izquierda mundial implican una valiosa señal de apoyo y una credencial de acceso al club. Se prevé que a la posesión, el 22 de este mes, asistirá un número sin antecedentes de presidentes del hemisferio. Álvaro Uribe ya confirmó su asistencia.

Falta ver hasta dónde esta solidaridad internacional se traduce en hechos concretos o puede reemplazar las deficiencias institucionales que les han impedido a sus antecesores culminar sus períodos constitucionales. O si subsanará las propias debilidades de la plataforma que presentó Morales durante la campaña: un catálogo de lugares comunes de tinte populista o de promesas inaplicables, como la nacionalización de los recursos naturales y la despenalización de los cultivos de hoja de coca. La gran pregunta es si Morales se aferrará a su radical discurso electoral o si consolidará el movimiento hacia el centro que ya inició con tranquilizadoras declaraciones sobre su respeto a la propiedad privada, el apoyo a la inversión extranjera y la cooperación en la lucha contra el narcotráfico.

El otro gran interrogante tiene que ver con su capacidad de consolidarse en el poder. ¿Qué garantiza que no correrá la misma suerte de sus antecesores? A su favor, Morales cuenta con una histórica victoria sólida y en primera vuelta. En el Congreso alcanzó 12 de 27 senadores. Los analistas prevén que, en seguimiento del ejemplo de Chávez, el nuevo mandatario buscará afianzar su posición mediante una constituyente que ya había sido planteada por su antecesor y está prevista para mediados del año. Allí podría incrementar sus mayorías y reorganizar el Estado a su medida. Un factor determinante sobre las posibilidades de supervivencia política será la capacidad de Morales de mantener un equilibrio entre sus bases más radicales, que le exigen aprovechar la gran oportunidad para hacer grandes cambios, y la moderación que le demandarán sus poderosos enemigos del sector empresarial de Santa Cruz o de la Casa Blanca, donde recibieron la noticia de su elección con más resignación que simpatía.

 

Los primeros pasos de Evo Morales como Presidente electo corroboran que la tendencia mayoritaria de América Latina va hacia la izquierda. Una década y media después del célebre 'Consenso de Washington', que fijaba las esperanzas del continente en la economía de mercado, la democracia y el alineamiento con Estados Unidos, una evidente ola de desencanto empujó el péndulo hacia la izquierda. Venezuela, Brasil, Chile, Argentina, Uruguay, y ahora Bolivia, están gobernados por sus respectivas izquierdas. Y en el atiborrado calendario electoral del 2006 -habrá 10 comicios presidenciales- son favoritos de la misma tendencia Michelle Bachelet, quien irá a la segunda vuelta en Chile el próximo domingo (ver artículo siguiente) y Manuel López Obrador, en México. En Perú, a la hasta ahora favorita Lourdes Flores, de centro derecha, ya le pisa los talones Ollanta Humala, un curioso ex coronel que participó en un levantamiento de opereta contra Fujimori, que se declara cercano a la nueva corriente y que el miércoles pasado sostuvo en Caracas un amistoso encuentro con Chávez y con Evo Morales. Una indiscreta reunión, que generó un roce diplomático entre Perú y Venezuela: el presidente Alejandro Toledo retiró a su embajador en Caracas como protesta por la injerencia de Chávez en los asuntos internos de su país.

¿Qué significa este innegable giro a la izquierda? Hay explicaciones de tipo general, relacionadas con el fracaso del modelo hasta ahora dominante para solucionar problemas sociales. Después de 15 años de neoliberalismo, América Latina perdió la imagen de continente de la esperanza, y ha sido desplazada en el panorama mundial por otros centros geográficos. En especial, Asia. Ahora, los electorados desilusionados echan mano de una alternativa que les parece novedosa como instrumento de realimentar sus esperanzas. "En América Latina resultó más fácil acabar con las dictaduras que consolidar la democracia", escribió en El País de Madrid Marifelli Pérez-Stable, vicepresidenta del diálogo Interamericano.

En términos generales, este club de gobiernos de izquierda es moderno en sus planteamientos económicos. El decano, Luis Inacio Lula da Silva -cuyas posibilidades de reelección en 2006 se debilitaron por los escándalos que sacudieron a su Partido de los Trabajadores, el PT, en 2005-, goza de simpatías en los grandes centros financieros del mundo, por sus políticas ortodoxas. Ricardo Lagos, saliente mandatario de Chile, ha mantenido el manejo conservador de equilibrio macro. Hay pocos vestigios, hasta el momento, de un renacimiento de los proyectos populistas que en los años 60 impulsaban el gasto gubernamental sin contemplaciones sobre su financiación (y condujeron al tristemente célebre período de hiperinflación con desempleo) y que menospreciaban la necesidad de fortalecer la competitividad internacional. Igual que en Europa, la administración de la economía en la época de la globalización, por parte de la izquierda, ha sido prudente y financiable.
Seguirán el mismo camino los nuevos miembros del club? Esta pregunta no tiene una respuesta única para todos. Es más fácil ser optimista frente a un gobierno de Michelle Bachelet, en Chile, que frente al de Evo Morales en Bolivia o a un eventual ascenso de Ollanta Humala en Perú. Bachelet, al fin y al cabo, forma parte de un partido que a su vez tiene una alianza con la democracia cristiana, y que ya ha demostrado su capacidad para administrar la economía. En cambio, el fortalecimiento de Chávez -quien ejerce una innegable ascendencia sobre Evo y Humala- podría despertar la tentación populista del gasto irresponsable. Venezuela puede gastar a manos llenas sin preocuparse sobre el origen de los recursos, por su inigualable condición de país petrolero en plena bonanza. Pero ese no es el caso de Bolivia ni de Perú, ni de algún otro país latinoamericano. Esfuerzos inviables de gastar como Chávez, sin su chequera, corroborarían la tesis de Teodoro Petkoff, inminente candidato presidencial, sobre la existencia de 'dos izquierdas': una fiscalmente responsable y otra que retoma el hilo populista de los años 60.

 

Dos de los principales ases de la nueva corriente continental, Brasil y Argentina, sorprendieron a los mercados internacionales, a mediados de diciembre, con una jugada audaz: pagaron por adelantado sus deudas con el Fondo Monetario Internacional. Lula Da Silva prepagó 15.500 millones previstos para los próximos dos años. Néstor Kirchner hizo lo propio con 9.800. La medida se podría interpretar como parte de la ortodoxia y el respeto a las leyes del mercado a los que ambos mandatarios se han aferrado y gracias a los cuales han logrado altas tasas crecimiento y elogiados índices macroeconómicos. Lula y Kirchner explicaron sus acciones en el ahorro que significa no tener que pagar intereses: 900 millones de dólares en el caso de Brazil y 842 millones de dólares en el de Argentina. Para The Economist, sin embargo, "en ambos casos el motivo más poderoso fue político": quitarse de las espaldas los incómodos compromisos y metas del FMI. Kirchner, un presidente que goza de una popularidad del orden del 70 por ciento, al defender su polémica decisión, dijo que "con este pago estamos enterrando parte significativa de un pasado ignominioso". El FMI, agregó en una entrevista para The New York Times, "estaba haciendo más y más exigencias que se contradicen con el crecimiento económico".

Lula y Kirchner, motores de la 'izquierdización' latinoamericana, buscan libertad de maniobra para el manejo económico. Desde el ala neoliberal han recibido críticas, por el temor a que utilicen alegremente esos márgenes de libertad y por el efecto que tienen los pagos anticipados en la reducción de las reservas de cada país. Los dos mandatarios han reiterado su compromiso con el manejo prudente y fiscalmente viable. Pero para nadie es un secreto que la posibilidad de gastar es muy valiosa para Lula, en un año de elecciones, y para el propio Kirchner, en la mitad de su mandato. Según The New York Times, "este es uno de los varios gestos recientes que muestran que el presidente Néstor Kirchner parece estar concentrando más poder en sus manos y llevando su gobierno hacia la izquierda".

Las estrategias de Brasil y Argentina implican moverse en el filo de una navaja. En un lado, acatan las reglas de juego de la globalización y del mercado. En el otro, cuidan los anhelos de las bases de generar márgenes de autonomía y sacarle recursos al gasto social. Gajes de la era de la globalización, que también afectan a sus críticos.

La ortodoxia económica de Lula, Lagos y Kirchner, a la que se agrega el presidente de Uruguay, Tabaré Vásquez, ha generado críticas en la izquierda intelectual. ¿Para qué llegar al poder, si se trata de gobernar con los mismos programas que la derecha? Más allá de los matices que les dan un mayor énfasis a programas sociales -la educación es la gran bandera de la candidata chilena Michelle Bachelet-, estos gobiernos progresistas mueven símbolos diferentes y proponen cambios de avanzada en temas sociales como el aborto y los derechos de las parejas homosexuales.

Pero, aparte de unos pocos puntos de convergencia, existen aspectos propios de cada país que le dan connotaciones diferentes al programa de gobierno y que explican el auge de las fuerzas de izquierda: el petróleo venezolano; la superación de la dictadura de Pinochet, en Chile; el gas boliviano y el alto porcentaje indígena de su población; la experiencia peruana con candidatos que emergen a última hora, y el trauma económico de Argentina bajo la ineficacia de los gobiernos del Partido Radical. Son fenómenos tan diversos, que para algunos analistas no forman parte de una misma realidad ni constituyen un solo proyecto político. Hay 'varias izquierdas'.


A la hora de buscar un denominador común, aparece la política exterior. Todos estos Presidentes abanderan el disgusto que existe en el continente hacia las posiciones de George W. Bush en la diplomacia. Un presidente que generó expectativas de que le daría prioridad al continente, pero que luego se extravió en los avatares del 11 de septiembre y la guerra de Irak. Y que ya tuvo dos reveladores campanazos sobre el ánimo que sacude al continente de buscar autonomía frente a Washington y sobre el potencial de Chávez y compañía para crearle dolores de cabeza a la Casa Blanca en la política regional: la elección de José Miguel Insulza como Secretario de la OEA -un socialista que derrotó al candidato de Bush- y el fracaso de la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, donde se pospuso la meta, apoyada por Washington, de liberar el comercio continental.

¿Qué hará ahora el Departamento de Estado? "Existen distintos puntos de vista en Washington", dijo Michael Shifter, subdirector del Diálogo Interamericano, en una entrevista para El Comercio de Quito. Y agregó: "Hay quienes piensan que la izquierda es una amenaza, y otros que creen que los gobiernos de izquierda están siendo pragmáticos, comprometidos con el mercado y quieren mejorar las relaciones con Washington".

El desafío para el Departamento de Estado, sin embargo, tiene todas las posibilidades de crecer. "Las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, que cayeron a su punto más bajo en décadas en 2005, se deteriorarán en 2006", según el periodista Jackson Diehl, de The Washington Post. Durante los próximos meses podrían caer otras piezas del dominó: Bachelet, en Chile, es considerada más izquierdista que Lagos; el nacionalista Humala, en Perú, tiene en jaque a la pro estadounidense Lourdes Flores; Daniel Ortega, en Nicaragua, podría ser reelegido; la fiebre indigenista podría contagiar a Ecuador. Y en México, ninguno de los dos aspirantes con posibilidades de ganar las elecciones de julio -López Obrador del izquierdista PRD y Roberto Madrazo del tradicional PRI- asumiría una pelea como la que Vicente Fox le casó a Chávez en la última cumbre de las Américas, cuando este último lo ofendió como "cachorro del imperio".

Es un hecho, como dice Fidel Castro, que "el mapa está cambiando". Y que, por consiguiente, Estados Unidos se verá abocado a repensar su política hacia la región. Los gobiernos de izquierda son mayoritarios, no comparten la visión del mundo de George W. Bush y han dado señales de que están dispuestos a forjar un eje para debilitar la influencia norteamericana en su otrora patio trasero. Hay más desafíos: la creciente presencia de China, considerada el contrapoder del Siglo XXI, cuyo presidente, Hu Jintao, ha hecho dos giras por el continente, ha fortalecido relaciones con Venezuela y Brasil y será visitada por Evo Morales la próxima semana. Tampoco se pueden perder de vista las dificultades que, en este año de elecciones para el Congreso, imponen la competencia entre demócratas y republicanos para responder a las dos grandes demandas de los latinoamericanos: libre comercio y un régimen migratorio más flexible.

Es muy temprano para pronosticar un alejamiento de América Latina de la órbita de Estados Unidos. Es cierto que Washington tiene un desafío, y que países como Colombia, que han puesto todos sus huevos en la canasta de la Casa Blanca, deberán repensar sus estrategias internacionales. Pero no se pueden exagerar las posibilidades de irse en contra del gran poder del continente y del mundo. Si Chávez, Morales y los demás miembros del club no cumplen los anhelos de sus gobernados, que tienen que ver con sus condiciones de vida, ningún eje anti Bush los salvará del descrédito político. Ni, probablemente, de la condena en el juicio de la historia

 

La Semana (Colombia)

 


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