Si el gobierno del presidente Chávez ha acumulado poder, lo ha hecho a costa de debilitar el Estado y de sembrar el caos. Es un poder extraño, inmenso para algunos fines, mínimo para otros. Se limita a acciones focales, dirigidas, anecdóticas, pero el verdadero país se le escapa de las manos. La fortaleza o debilidad de un Estado no tiene que ver con que tenga o no regímenes autoritarios. Es, más bien, una función de su efectividad, habilidad y legitimidad. Se consideran Estados débiles aquellos cuyos gobiernos no tienen la capacidad de cumplir con un conjunto de responsabilidades económicas, sociales, políticas y de seguridad. Si revisamos los diversos indicadores e índices con que miden los Estados fallidos y colapsados encontramos que Venezuela está, hoy por hoy, muy cerca de ser uno de ellos. Es un reflejo de la condición de anomia en que ha caído la sociedad entera sin darnos cuenta.

Uno de los síntomas evidentes es la incapacidad del Gobierno de dar seguridad a la población y protegerla de la violencia. Con 48 homicidios por cada 100.000 habitantes, según las cifras gubernamentales (las reales señalan 75 por cada 100.000), convertidos en uno de los países del mundo con mayor criminalidad, difícilmente podemos ocultar la ineptitud del Gobierno para garantizar el derecho fundamental a la vida. Pero tampoco cumple con otra responsabilidad central de los Estados como es suministrar los servicios básicos. El deterioro del sistema eléctrico se ve ahora acompañado por el colapso de la red de agua potable que ya se ha hecho manifiesto en estados como Vargas. El Gobierno bolivariano tampoco ha podido mantener un crecimiento económico sostenido y equitativo. Carcomido por la corrupción, la escasez, la inflación, el ingreso per cápita real de los venezolanos es inferior al que teníamos al inicio de la revolución. Y ello no es a cuenta de haber mantenido instituciones políticas legítimas, transparentes que den cuenta clara de su actuación (accountability). Un maquillaje retórico nos hace ver poder donde lo que hay es caos.