La queja es un coro. Las cosas en México están mal. El país va en la dirección equivocada. No solo lo dicen las encuestas. Son las voces de millones de mexicanos. Basta oirlos.
Pero la pregunta es:¿dónde están los indignados en México? ¿Dónde están esos
jóvenes mexicanos dispuestos a plantarse en el zócalo y en todas las plazas del
país hasta que las cosas cambien? ¿Dónde están los mexicanos que –después de
gritar “ya basta” de pobreza, desempleo, violencia, inseguridad y falta de
oportunidades– presionan y presionan a los gobernantes hasta que las cosas
cambien? ¿Dónde?
He estado siguiendo muy de cerca las rebeliones de la “primavera árabe” en
Túnez, Egipto y Yemen, entre otros países, y el movimiento de “los indignados”
en España, Francia y Grecia. Son, en su mayoría, jóvenes que están provocando un
cambio.
Organizados a través de Twitter y Facebook, los jóvenes árabes han derrocado
dictadores y destruido regímenes autoritarios. En el caso de los europeos, están
obligando a las autoridades a rendir cuentas, a presentar resultados concretos
de sus demandas y a adelantar elecciones. ¿Por qué no pasa eso en México cuando
tenemos más quejas y más asesinados que los españoles?
Las marchas por la paz –y ahora la “ruta del dolor”– organizadas por el poeta
Javier Sicilia y los juicios públicos hechos por los padres de las víctimas de
la Guardería ABC son un maravilloso ejemplo de la fuerza de la gente. Pero mi
frustración con estas masivas manifestaciones de inconformidad es que, después
de realizadas, no pasa nada. Nada.
Las cosas siguen igual. El presidente Felipe Calderón sigue sin cambiar su
fallida y mortífera estrategia contra el narcotráfico. Los asesinados se
amontonan unos sobre otros. Y muchos de los responsables de la muerte de 49
niños en la guardería de Hermosillo en el 2009 siguen libres. Todo sigue igual.
Las protestas ciudadanas, aparentemente, no tuvieron ningún resultado
concreto.
Y por eso la indignación sigue, peligrosamente, creciendo.
Es indignante que el presidente Calderón no quiera cambiar una estrategia
antinarcóticos que ha costado 40 mil vidas. 2011 puede ser uno de los años más
violentos desde la revolución.
Es indignante que la principal exigencia de los mexicanos a su gobierno ya no
sea trabajo, escuela y salud. Ahora piden lo más básico: que no me maten. El
ejército no ha podido. El 57 por ciento de los mexicanos cree que los narcos
están ganando la guerra; solo un 19 por ciento cree que el gobierno gana, según
la encuesta de Mitofsky para la asociación México Unido contra la Delincuencia.
Es indignante que uno de cada dos mexicanos haya sufrido en carne propia un
crimen o delito. Son las matemáticas del terror. La cosas empezaron mal. La
Comisión Nacional de Derechos Humanos de México reportó que del 2006 al 2008
hubo aproximadamente “48 millones de víctimas de delitos en todo el país”.
Es indignante que una maestra de Monterrey tenga que poner en el piso a sus
niños de kinder y mantenerlos ahí cantándoles para que no los mate una bala
perdida en un tiroteo.
Es indignante que el principal encargado de la economía en México, el
precandidato presidencial y secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, diga que
“hace mucho que México dejó de ser un país pobre” y que con unos 550 dólares al
mes una familia mexicana puede pagar casa, coche y colegiatura. El Tecnológico
de Monterrey calcula que en México hay 54 millones de pobres. Unos, sí, se van a
Estados Unidos; es la válvula de escape a la indignación. Pero la mayoría se
queda.
Es indignante que haya tantos ex presidentes, tantos ex gobernadores y tantos
ex funcionarios priístas que viven como millonarios a pesar de haber tenido casi
toda su vida puestos y salarios públicos. Es indignante que muchos de ellos no
estén en la cárcel y que ni siquiera hayan rendido cuenta de sus ganancias y del
uso de partidas secretas.
Es indignante que los ex presidentes Carlos Salinas de Gortari y Ernesto
Zedillo ahora se quieran hacer pasar por “demócratas” cuando cada uno de ellos
fue elegido a dedazo y de la manera más fraudulenta y autoritaria.
Es indignante que con tanta indignación no haya un movimiento de indignados
en México.
Sé –porque conozco a muchos y soy uno de ellos– que México está lleno de
indignados. Están dadas todas las condiciones para un masivo movimiento
ciudadano, no violento, que ciembre al país y haga temblar a sus inefectivos
gobernantes. A veces tengo esa sensación de que algo está a punto de brotar o de
explotar en México. La “primavera mexicana” puede ser en otoño o invierno. Falta
la chispa.
¿Dónde están los indignados en México? Por ahora, en su mayoría, en sus casas
y en sus oficinas, no en las plazas y en las calles. Y así no viene el cambio.
El cambio en México viene de abajo para arriba. Pero mientras los indignados
mexicanos no actúen, no exijan, no desenmascaren a sus gobernantes, no
protesten, no pregunten, no desmaquillen a México, no incomoden, no
propongan…nada va a cambiar.