El enunciado ha llegado a ser banal: el siglo XIX fue europeo; el XX, americano, y el XXI será, y ya, es asiático. Recordémoslo: Valéry Giscard d'Estaing se atrajo las iras de la opinión pública al afirmar que Francia tenía que adaptar sus ambiciones a sus posibilidades, las de una potencia en adelante mediana, que ya solo representaba el 1% de la población mundial.
En 2050, será Europa la que solo representará el 5% del total planetario. En
tales condiciones, ¿cómo comprender las dilaciones, la lentitud, los retrocesos
identitarios y maltusianos que se oponen a cualquier nuevo avance de la Unión
Europea hacia la integración, hasta el punto de que la hipótesis de una marcha
atrás es hoy plausible? ¿Quién no ve que, en un momento en que las opiniones
públicas europeas parecen dominadas por el miedo, la primera amenaza que pesa
sobre nuestros destinos es la de "un mundo sin Europa"?
El efecto combinado de la evolución de esas opiniones públicas -parte de las
cuales ha pasado del euroescepticismo a la franca hostilidad por influencia de
los movimientos populistas- y del doble lenguaje de los Gobiernos (nuestros
países sacan provecho del euro, pero nadie se atreve a extraer las consecuencias
políticas oportunas) puede conducirnos a una dislocación de la UE. Esta, nos
dicen, debería protegernos. Es una ambición perfectamente legítima. Tras el
origen de la construcción europea estuvo la preocupación de protegerse del
imperio soviético. Pero las diferentes posturas ante esta construcción pueden
conducirnos al declive. Ejemplo: si actualmente hay un declive en marcha en
Europa, es el de la demografía. Ahora bien, ¿qué es lo que vemos? La incapacidad
de nuestras sociedades para organizar la inmigración que un día vamos a
necesitar, así como la aceptación de esta inmigración por parte de las
poblaciones llamadas autóctonas y, al mismo tiempo, la fuga de cerebros y
la partida, especialmente hacia Estados Unidos, de una parte de nuestras futuras
élites. Estas tendencias son la consecuencia lógica de los dos componentes del
populismo que recorre Europa: el miedo a la inmigración y el cuestionamiento de
las élites.
Por ahora, el dato básico sigue siendo el del paro masivo reintroducido por
la crisis financiera y las dificultades sociales inducidas por las políticas de
austeridad articuladas en los países más débiles. La contradicción es evidente:
allí donde haría falta más crecimiento para reducir el paro, la urgencia del
reequilibrio inmediato de las cuentas para evitar la quiebra ha conducido a la
adopción de una serie de políticas que, a corto plazo, frenan el crecimiento.
Desde este punto de vista, es evidentemente la crisis griega la que polariza la
atención; al mismo tiempo, el fenómeno español de los indignados hace
planear el temor a un giro de la opinión pública. A trompicones, y pese a las
tensiones y las protestas, Grecia puede esperar ver el final del túnel en 2012.
No en vano, ha recibido el comienzo del año 2011 con un pequeño repunte del
crecimiento positivo, primer signo de esperanza tras la caída y el desastre de
los dos años anteriores. Pero, como es sabido, la presión de los mercados no
aminora. Por otra parte, han aparecido divergencias entre Alemania, que aboga
oficialmente por una prolongación de la deuda griega y, en consecuencia, un
comienzo de reestructuración en nombre de la necesaria contribución del sector
bancario al salvamento de Grecia, y el Banco Central Europeo, que se opone a
ello y cree a pies juntillas que lo que se ha hecho debería bastar.
En estos terrenos, se puede ver el vaso medio vacío o medio lleno, según se
ponga el acento en la lentitud, el retraso y las protestas, sobre todo
procedentes de Alemania, ante toda política de solidaridad, o en todo lo que se
ha hecho para gestionar la crisis. Así, la UE ayuda a Irlanda y sobre todo a
Grecia y Portugal con unos fondos considerables; al mismo tiempo, los esfuerzos
conjugados del Banco Central de Francia y del de Alemania han permitido dar un
paso nada desdeñable hacia el federalismo presupuestario, que es la antesala de
la estructuración política de la zona euro. Pese a todos los obstáculos que
tenemos ante nosotros, sigo pensando que, ante la presión de los
acontecimientos, la marcha hacia adelante seguirá imponiéndose para evitarnos
una España y un mundo sin Europa.
Traducción de José Luis Sánchez-Silva.