El grupo criminal mexicano se alió con el presunto coyote salvadoreño Jesús Ovidio Guardado, de 50 años, para reclutar a mujeres. Según las investigaciones, ofrecían llevarlas a Estados Unidos, pero en realidad el plan principal era entregarlas al mexicano Enrique Jaramillo Aguilar, de 34 años, cabecilla de una de las células de Los Zetas, cuyo centro de operaciones es Reynosa, estado de Tamaulipas.
El
denominado “sueño americano” de nueve salvadoreñas se convirtió en una
pesadilla. En su ruta hacia Estados Unidos fueron esclavizadas por los “Los
Zetas”, organización criminal que las explotó sexualmente en México.
Las
víctimas, en su testimonio, expresan que el mexicano Enrique Jaramillo Aguilar,
jefe de una célula del grupo paramilitar Los Zetas, se alió con el salvadoreño
Jesús Ovidio Guardado, un reconocido
“coyote” que les prometió un viaje seguro.
Según
las investigaciones, las nueve personas fueron contactadas en El Salvador para
viajar en abril del 2009.
Pocos
días después se dieron cuenta que habían caído en manos de Los Zetas.
Las
salvadoreñas fueron vendidas y obligadas a prostituirse durante cuatro meses,
hasta que en un descuido lograron escapar de sus explotadores y buscaron ayuda
en una institución que trabaja con migrantes centroamericanos.
Las
víctimas han denunciado que cuando Guardado las vendió, el grupo paramilitar
procedió a marcarlas.
Las
tatuó para indicar que eran de su propiedad y luego las llevó a bares en
Reynosa, estado de Tamaulipas, ubicado al noreste de México, fronterizo con
Estados Unidos.
Agregan
las víctimas que las ofrecían a clientes que pagaban considerables cantidades de
dinero.
La
Unidad de Trata de Personas de la Fiscalía en El Salvador practicó anticipos de
prueba consistentes en declaraciones de las víctimas, reconocimiento en rueda
de personas y de fotografías.
Con esas
diligencias, obtuvo pruebas contundentes para presentarlas en el Juzgado
Especializado de Instrucción de San Salvador donde Jaramillo y Guardado son
procesados.
Las
salvadoreñas agregan que además de obligarlas a prostituirse, Jaramillo Aguilar
les suministraba droga para que se volvieran vulnerables y quedaran indefensas.
Los
Zetas es una organización señalada de una serie de matanzas en el territorio
mexicano e ingresó al país no solo para trasegar armas sino para traficar con
salvadoreñas.
Un
informe que Fiscalía Especial para los delitos de Violencia contra las Mujeres
y Trata de Personas (Fevimtra) de la Procuraduría General de la República de
México señala que los dos imputados se aliaron para reclutar mujeres y
supuestamente llevarlas a Estados Unidos.
Esa era
la propuestas que le hacían a las salvadoreñas, pero el plan principal era
trasladarlas a Tenosique, estado de Tabasco (México), donde eran entregadas a
Jaramillo quien las vendía por más de $500 en Tamaulipas.
El
peligroso recorrido de las nueve víctimas
En un
primer momento, las víctimas han declarado que Guardado ofrecía llevarlas a
Estados Unidos de forma ilegal, pero no les pedía ninguna cantidad de dinero
por adelantado.
Al
acordar el viaje se iban vía terrestre hacia Guatemala. Luego, recorrían el
vecino país hacia la frontera con México. Para pasar los puntos fronterizos lo
hacían por zonas montañosas hasta llegar a Tenosique, estado de Tabasco. En ese
lugar eran vendidas al grupo paramilitar Los Zetas, específicamente, la célula
que dirige Enrique Jaramillo Aguilar.
Luego de
ser vendidas, las mujeres eran trasladadas a Reynosa, estado de Tamaulipas,
hospedándolas en un primer momento en moteles y luego las llevaban a bares
donde las ofrecían a los clientes y desde ahí comenzaba la explotación sexual.
Previo a eso, Los Zetas ya habían marcado a sus víctimas para identificarlas
como de su propiedad.
Las
mujeres, incluso, eran agredidas físicamente. Han señalado que Jaramillo las abusaba sexualmente.
La
Fiscalía, con base en la declaración de las ofendidas, sostiene que hubo una
violación continuada.
Para
garantizar la seguridad de todas las víctimas, la Fiscalía General de la
República les ha otorgado régimen de protección con el fin de garantizar su
integridad, ya que también ostentan la calidad de testigos.