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07/08/2011 | Viaje a los campos de desplazados por la sequía y el hambre en el norte de Somalia

Alfonso Daniels

En Bosasso, uno de cada cuatro niños está desnutrido y en dos semanas el número de casos se ha duplicado

 

Una multitud de mujeres con niños se abalanza hacia una choza en medio de una polvareda mientras un hombre vestido con una camiseta del Barça lucha por imponer orden en la entrada. Dentro, cientos de personas esperan a que sus hijos sean pesados en una balanza de plástico, mientras sigue llegando gente a este centro de alimentación en el corazón de Tawakal, uno de los 31 campos de desplazados internos esparcidos en la ciudad de Bosasso, la capital comercial de Puntlandia, en el norte de Somalia.

"Hace cinco meses vimos que los animales empezaron a morir uno a uno, así que decidimos huir con mi marido y cinco hijos, ya que creíamos que aquí estaríamos a salvo", comenta Saharo Mohamed Ali, de 24 años, quien llegó a este campo hace sólo dos meses desde una aldea cerca de Mogadiscio. "El camionero nos exigió cuarenta dólares, que no teníamos. Le rogamos que nos llevara pero se negó, así que algunos de los demás pasajeros reunieron el dinero para pagar nuestro pasaje –añade–. Tuve que suplicar comida y agua, dos de mis hijos murieron en el camino. No tenemos nada".

Sólo en este campo hay miles de personas que, como todos los demás en esta ciudad, no tiene lavabos, agua corriente ni electricidad. Aquí la mayoría se considera con suerte si come una vez al día, generalmente arroz con algo de maíz, sin carne o verduras. Cocinan frente a sus miserables chozas de cartón sujetas con palos a lo largo de estrechos callejones.

Abdikadir Ore Ahmed, el director local de Save the Children, una de las pocas oenegés que trabajan en la zona, afirma que la mayoría llegan aquí desde el centro-sur de Somalia escapando de la sequía, tras pasar días viajando en camiones, cayendo a menudo víctimas de bandas criminales que actúan en el camino. Advierte que el número de niños desnutridos en los quince centros de alimentos que operan se ha doblado en las últimas dos semanas, de 3.500 a 6.000 casos.

"Estamos repartiendo complementos energéticos entre los niños para que les duren un mes y proveemos de medicinas a la clínica local, donde tratan los casos de desnutrición infantil más graves, pero no deja de llegar gente y necesitamos ayuda", afirma Abdikadir Ore Ahmed.

El calor es agobiante y las temperaturas rozan los 40 grados a la sombra. Fuera del centro donde estamos, grupos de niños deambulan por el campo mientras sus padres intentan desesperadamente encontrar trabajo en la ciudad, la mayoría en vano.

En Bosasso, un tercio de sus 192.000 habitantes son desplazados internos y su número aumenta cada día, mientras que uno de cada cuatro niños está desnutrido. En toda Somalia unos 3,7 millones de personas necesitan ayuda urgentemente, según las Naciones Unidas, una cifra que alcanza los quince millones en todo el Cuerno de África, en la peor crisis que se recuerda en una generación. Los donantes internacionales sólo han aportado una pequeña parte de la ayuda necesaria, advierten las organizaciones humanitarias.

El flujo continuo de gente huyendo de la sequía es especialmente acuciante en las miserables zonas rurales alejadas de las grandes ciudades, como la remota región de Karkaar, a unas tres horas en coche al sur de Bosasso. Como extranjero, uno sólo puede viajar allá con escoltas armados debido al riesgo de robos y secuestros (fue aquí donde secuestraron al fotógrafo español José Cendón hace dos años), atravesando pequeños campamentos de desplazados y algún ocasional rebaño de camellos famélicos cruzando la carretera.

Allá encontré a familias nómadas refugiándose en pequeñas cabañas de paja. "Vengo de Dahar, a unos 200 kilómetros al oeste de aquí. Tenía 400 cabras y tres camellos, vivíamos bien hasta que vino la sequía", comenta Hamina Jama, de 60 años, quien llegó hace poco a este lugar junto a su hija, su yerno y siete niños. "Los problemas empezaron hace seis meses. Un día morían diez cabras, al día siguiente otras diez; fue entonces cuando nos dimos cuenta de la gravedad del problema. Nos quedan sólo cincuenta cabras y eso no es suficiente para sobrevivir".

Su familia caminó siete días para llegar a este lugar. En las anteriores crisis solían ir a otras regiones menos afectadas, pero esta vez nadie ha escapado de la sequía y algunas comunidades han perdido hasta el 85% del ganado.


"Imagina, a mi edad teniendo que caminar tantos días, sujetando a mis nietos del brazo. No tenemos comida y casi no nos queda agua, los animales están demasiado débiles y teníamos que empujarlos", afirma Hamina mientras revuelve un pequeño cazo de arroz que cocina, la única comida del día para toda la familia. "Veo a los niños cada vez más delgados. Siento como si fuésemos personas normales y de repente nos volviéramos ciegas. ¿Te imaginas qué puede esperarse de alguien que se haya vuelto ciego de repente? Aquí no hay futuro para nuestros hijos, nada".

La Vanguardia (España)

 


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